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Final de la Copa del Rey

La pitada al himno no faltó... Ni los “lo, lo, lo”

Gran parte de la afición azulgrana continuó con la tradición de silbar al himno nacional en la final de Copa, lo que se mezcló con los “lo, lo, lo” de los madridistas. Por lo demás, el ambiente general fue de fiesta

Real Madrid FC Barcelona Julio MuñozEFE

El Himno Nacional español empezó casi de repente, sin aviso, cuando los dos equipos, Real Madrid y Barcelona, estaban formados para la final de la Copa del Rey, y la tradición se cumplió. Una parte importante de la afición azulgrana silbó de forma notoria, mientras los seguidores madridistas contrarrestaron los pitos tarareando el himno con los “lo, lo, lo”. Fue la versión larga de la Marcha Real y la pitada fue perdiendo intensidad con el paso de los segundos. Felipe VI estaba en el palco y lo aguantó sin inmutarse, como siempre, en una jornada larga para él, pues por la mañana había estado en el funeral del Papa. La maleducada costumbre dio paso al espectáculo de verdad, a la final entre el Real Madrid y el Barcelona.

Un rato antes del comienzo del partido, en concreto a las 19:12 horas, hubo un ensayo del himno. Sonó por los altavoces con el estadio todavía vacío, para que nada saliera mal, con miles de aficionados haciendo cola o buscando su puerta de entrada, ya esperando a que abrieran, a las 19:30, para poder entrar a La Cartuja después de un día eterno por el horario del encuentro. Desde por la mañana el ambiente de Copa se notó por toda la ciudad, que se llenó de aficionados con camisetas de todo tipo. En la parte del Barcelona, la más repetida era la de Lamine Yamal, un futbolista que tiene ese aura de los elegidos y que engancha con los mayores por su forma de jugar y con los más pequeños por su edad y carisma.

En el Real Madrid estaban más divididos y podían verse más nombres de leyendas del pasado como Juanito o Camacho. Según avanzó el día y subió el grado de alcohol se produjeron algunos incidentes, pero el ambiente general era fraternal, con seguidores con camisetas de Bellingham o Pedri paseando juntos, comiendo juntos... Pero cantando separados, eso sí, cada vez que se cruzaban con otro grupo de los suyos. El que se unió eufórico a los suyos fue Joan Laporta, cuando fue jaleado al entrar al restaurante en el que comió en el Puente de Triana.

En general, fue una muestra de lo que tendría que ser siempre: es sólo un deporte, una fiesta, se puede convivir sin problema. El debate en la previa era el resultado. En ese momento todo el mundo es optimista: los del Barcelona se movían entre la euforia y la precaución. “Les hemos ganado dos veces, pero hay que tener cuidado siempre...”, decía un hincha que bajó a Sevilla desde Tarragona; los madridistas sacaban el espíritu competitivo: “Hemos venido aquí a ganar, no importa por cuanto”. El partido fue declarado de alto riesgo y cuando había mucha acumulación de aficionados aparecía la policía por si acaso. Los que tenían que correr en ese momento eran los manteros que rodeaban la catedral vendiendo camisetas y bufandas.

Las banda sonora que acompañó a los festejos de unos y otros era el del sonido de las ruedas de los coches chirriando en las curvas y al pisar la pintura de los pasos de peatones de casi todas las calles, una situación de cabreo general para los sevillanos: el problema es que la cera caída al suelo de los cirios en las procesiones de la Semana Santa se derrite con el sol y hace la ciudad peligrosa y resbaladiza. Un taxista se queja y un motorista directamente se cae, sin más consecuencias que el susto.

La Copa, el trofeo, llegó a La Cartuja volando, literalmente, y las dos aficiones encontraron más puntos en común antes de empezar el encuentro: ¿a quién no le gusta berrear el “oh, oh, oh” del Sweet Caroline, seas del equipo que seas?