Lo importante es participar
José Luis González, el fundador de la cofradía de «milleros» españoles
El mediofondista manchego fue compañero de equipo de Abascal y de Fermín Cacho en los Juegos de sus respectivas consagraciones
Popularizado por el éxito de la oscarizada «Carros de fuego» (1981), el atletismo vivió su edad de oro en la primera mitad de los ochenta cuando Inglaterra, rompeolas de la cultura pop, reverdecía en el tartán las glorias imperiales con dos mediofondistas de leyenda, el aristocrático Sebastian Coe y el desarrapado Steve Ovett. ¿Ronaldo contra Messi? ¿Coppi frente a Bartali? ¿Bird versus Magic? ¿Senna y Prost? Ni la rivalidad entre Joselito el Gallo y Juan Belmonte fue mayor que la mantenida por aquel pijo de colegio elitista y ese bebedor de cerveza de la working class que tan bien representaban la división social de los británicos en los albores del thatcherismo. Y que tuvo su remedo español.
José Luis González y José Manuel Abascal replicaron la «carrera del siglo» de Moscú 80 entre Coe y Ovett dos años más tarde, en el Europeo de pista cubierta de Milán. El doblete nacional enorgulleció a la hinchada durante un suspiro, el ratito que tardó en darse cuenta la España cainita, España a secas, que dos atletas le daban la oportunidad de cavar una zanja para dividirse en dos mitades irreconciliables: los partidarios del toledano y los fans del cántabro. González, muy joven, ya había participado en unos Juegos Olímpicos con cierto mérito, cayendo en semifinales tras competir frente a los dos genios ingleses.
En los Juegos de Los Ángeles, frente a una armada británica que había sumado a Steve Cram, los dos españoles habrían dirimido su particular derbi… si José Luis González hubiese estado en condiciones de defender su suerte, pero unos problemas físicos lo eliminaron en las series y dejó el camino a la gloria expedito para José Manuel Abascal, que aprovechó el abandono de Ovett en la final para colgarse la primera medalla olímpica, de bronce, de un español en la pista de atletismo –Jordi Llopart se subió al podio cuatro años antes en una prueba de ruta, los 50 kilómetros marcha–. El toledano acumuló muchos más méritos durante su carrera, cierto, y también sufrió la condena de ser testigo de la gloria ajena.
Seúl 88 eran los Juegos de González, rey de la pista cubierta con récord del mundo incluido, subcampeón planetario al aire libre en Roma 1987 tras el somalí Abdi Bile y plusmarquista nacional con un alucinante crono de 3:30.92 en la carrera mítica de Niza en la que Cram y Said Aouita rompieron la barrera de los 3:30. Pero se lesionó y se quedó sin participar en una prueba que, tras la defección del marroquí en semifinales, deparó un terceto de medallistas llamados Peter y netamente inferiores al toledano: oro para el keniano Rono, plata para el británico Elliott y bronce para el germanoriental Herold. Hay trenes que sólo pasan una vez y así lo constató el veterano José Luis en 1992 cuando, con 35 años, aún participó en Barcelona 92, donde Fermín Cacho rompió ante sus narices y en sus queridos 1.500 metros otro techo de cristal del atletismo español: primer campeón olímpico (y, por ahora, único) en el anillo.
Inició este manchego de La Sagra la tradición «millera» en España que hoy perpetúan Álvaro García Romo y Mo Katir (un minuto de contrito silencio) y los triunfos que lograron otros, a él son también debidos. Aunque el atletismo nunca podrá desprenderse de su cruel condición de deporte individual e individualista.
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