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La odisea de marchadores y maratonianos en Sapporo: “Grietas en la pista, mala comida...”

Diego García, sexto en 20 kilómetros en Tokio, explica las condiciones penosas que tuvieron en los Juegos antes de poder competir. Ya prepara un 2022 con el doble reto de Mundial y Europeo

Diego García disputó en Tokio sus primeros Juegos Olímpicos. Fue sexto en 20 kilómetros marcha / Twitter
Diego García disputó en Tokio sus primeros Juegos Olímpicos. Fue sexto en 20 kilómetros marcha / TwitterLa Razón

Diego García ya ha comenzado la pretemporada. De momento corre y hace trabajos de fuerza con el grupo que dirige José Antonio Quintana en Madrid. Después, ya empezarán a marchar, los kilómetros y kilómetros, para más adelante ir afinando con las series en busca de velocidad y ritmos altos. La situación va cambiando poco a poco y ahora, por ejemplo, se pueden duchar en la Blume, lo que las restricciones pandémicas impedían hasta hace no tanto.

Por delante hay un 2022 cargado de desafíos, porque las consecuencias del covid se siguen notando: como en 2020 se suspendió todo, la próxima temporada tendrán ración doble: Mundial (15-24 julio, en Eugene, EE UU) y Europeo (15-21 agosto, Múnich). “El peligro de estas situaciones es que al final no termines de prepararte bien para ninguna y eso es lo que no queremos que pase. Nos vamos a preparar al cien por cien para la primera, que encima es la más importante, es el Mundial, y luego intentar mantener ese nivel para el Europeo a finales de agosto. También había una posibilidad que era elegir, pero para mí el problema en atletismo es que competimos poco, de cara a un fan o a que se acuerden de nosotros, y entonces hay que aprovechar”, explica Diego.

Por detrás acaba un año que también ha sido muy importante para el marchador madrileño porque disputó sus primeros Juegos Olímpicos. En los de Río 2016 se quedó a las puertas, a nada. En Tokio, con 25 años, fue sexto en 20 kilómetros y le quedó una sensación “agridulce”. “Pasé por varia fases. Primero el estrés, estar rayado por los test que nos hacían, que fueron un montón y te podían dejar fuera en cualquier momento. Hasta que no pisé el asfalto de la carrera, ya con el dorsal puesto, con los aros y demás, no me sentí olímpico”, admite. Entonces llegó la felicidad. “La plenitud de haber conseguido el objetivo de tantos años. Es un momento en el que se te saltan las lágrimas, pero me tuve que poner rápido manos a la obra porque empezaba la carrera”, prosigue. Y después, a sufrir: “Fue una dura, de las que no se disfrutan por el calor y la humedad. Ahora valoro más el sexto puesto olímpico, pero en el momento de llegar a la meta lo primero que sentí fue que había perdido la medalla, no que había ganado el diploma”.

Y para duro, lo que tuvieron que pasar tanto él como sus compañeros antes de llegar al día de la prueba, y no sólo por el covid. Han transcurrido casi tres meses desde el final de los Juegos, pero quedan algunas historias por contar, como esta odisea de Sapporo. Las extremas condiciones de Tokio se llevaron la marcha y el maratón 900 kilómetros al norte, donde seguían siendo duras, pero algo menos. El problema allí fue otro. “Un drama. Deprimente”, recuerda Diego. “Nos confinaron en un hotel a los de marcha y maratón solo, no habían preparado bien ni la comida, algo básico en cualquier campeonato de atletismo. Fue horrible. Yo lo hablé con mi entrenador, con mi psicóloga, yo que soy de montar pollos y criticar lo que creo que nos merecemos, pero me dijeron que era mejor no acumular estrés. Pero fue una decepción absoluta”, insiste.

“Un bajón. Intentamos que psicológicamente no afectara mucho, pero estar tanto tiempo entrenando duro y encontrarte con que parece que somos los que vamos ahí a invadir, que no nos quería ni ver nadie, que teníamos que entrenar en un polideportivo de los años 70 con grietas en el suelo, sin sitio para nadie, sin comida normal...”, continúa el marchador, que tuvo que improvisar para alimentarse bien. “A Japón me llevé en una maleta medio kilo de lomo, jamón, varios sobres de ColaCao, latas de atún... Estamos acostumbrados a que nos pasen estas cosas, sobre todo en Europa del Este, que a veces hay comida muy mala. Yo me llevé bastante, me decían que estaba loco porque en la Villa Olímpica se come muy bien, y es que en la Villa se comía muy bien, era una pasada; con lo que la gente no contaba es que Sapporo no iba a tener nada que ver. Y lo gasté todo, no quedó nada. Tampoco podía estar comiendo jamón a todas horas durante una semana entera, mezclaba una ensalada, un cuenco de arroz y cosas mías; y así casi todos los españoles. Los de marcha estamos más acostumbrados, pero los de maratón, que tienen tratos más profesionales, estaban flipando, entendiendo que unos Juegos Olímpicos se tenían que organizar mejor”, recuerda.

Eso sí, pudo desquitarse después de que todos compitieran para ir a la Ceremonia de Clausura. “Estuvimos en la Villa después de competir y vivimos el ambiente olímpico, que no tenía nada que ver con lo de Sapporo. Nos juntamos todos los españoles, que con los italianos somos los que le damos más vida a cualquier situación, y fueron 48 horas que me llevo de experiencia”.

La pelea para que haya más dinero para los jóvenes

Quiso denunciarlo, pero era mejor no hacerlo en el momento para no desconcentrarse. Es un atleta al que le gusta reivindicar lo que considera justo. Su última batalla ha sido la de luchar para que en el reparto del dinero de la Federación vaya destinada una parte más importante a los más jóvenes. Él forma parte de la Comisión Delegada, junto con el vallista Aleix Porras. “Pensábamos que donde había un agujero grande es en las categorías inferiores, llevábamos pidiéndolo bastante tiempo, no sólo nosotros, también la comisión de atletas, en la que están Marta Pérez, Irene Sánchez-Escribano, Nico Quijera, Carlos Tobalina... Para que cuando un atleta en una edad muy conflictiva como son los 18 o 19 años hasta los 23, en la que está prácticamente decidiendo qué hace con su futuro y el atletismo empieza a exigir mucho y la vida empieza a tirar para muchos sitios, tenga un incentivo”, revela.

Y hace una reflexión importante: “Es una edad en la que los atletas tienen que sacrificar vida social, quedar con los amigos, y no sólo eso, decidir si ir a la universidad o no, a lo mejor tienes que cambiar de ciudad o elegir un turno que te imposibilite poder ir a entrenar a atletismo... Hay que renunciar a cosas, por un lado o por otro, y si no tienes ningún apoyo, cuando encima has demostrado que eres bueno, es peligroso. Con este nuevo reparto calculamos que puede haber entre 15 y 16 nuevo atletas con ayudas. No es que sea muy grande, en el caso del nivel 6 es seguro médico privado incluido y 1.500 euros a gastar en material durante el año, que no te sirve para vivir ni para trabajar ni nada, pero al menos tienes un sustento, hacer que el atletismo no te cueste, tus padres no te tienen que comprar las zapatillas. Sabemos que la medida no es la panacea ni resuelve el problema cien por cien”, insiste.

Por cierto, este 2021 también ha sido el año en el que Diego García ha descubierto que es único en algo: tiene el récord del mundo de 5.000 metros júnior: “Me di cuenta de casualidad, mirando en mi perfil de la web de la Federación Internacional, que ahora se ha actualizado e incluye muchas más estadísticas. Al lado de mi marca ponía: récord del mundo. Y yo: “Igual me he metido en el perfil que no es o hay un error...” Pero no. Enterarme seis años después no tiene nada que ver con el subidón que hubiera supuesto hacerlo en su momento, pero tampoco pasa nada porque es verdad que en júnior competí muy bien, gané muchas cosas y no tuve ese vacío de refuerzos positivos”.