Tour de Francia
Valverde y su amor imposible
Lesiones, la Operación Puerto, averías, abanicos, la caída de este año...marcan su relación tormentosa con el Tour
Lesiones, la Operación Puerto, averías, abanicos, la caída de este año...marcan su relación tormentosa con el Tour.
Dicen que los amores más fascinantes, aquellos que suscitan las pasiones más grandes, los que hacen correr ríos de tinta, los que escriben las mejores novelas son los amores imposibles. Romeo y Julieta, Paris y Helena de Troya, Scarlett o’Hara y Ashley en lo que El viento se llevó, Ilsa y Rick en Casablanca. Para otro gran clásico podría dar de sí el idilio de Alejandro Valverde con el Tour. Sería algo así como una historia de pasión mezcla de amor y odio. El último capítulo, por el momento, es horrible. El del enamorado que lo da todo, que mete su alma y pone su corazón y acaba vapuleado, roto de dolor y también de amor después de más de una década de lucha, empeño y dedicación. De mucha pasión.
Las últimas líneas de esta historia son recientes, escritas bajo el asfalto y emborronadas por el agua, la lluvia y las vallas metálicas contras las que fue a parar su cuerpo enjuto el sábado. Una pierna que se desangra y una retirada después de seis kilómetros, eso le duró el que iba a ser su décimo Tour al que acudía para ponerse al servicio de Nairo Quintana después de firmar la mejor temporada de su vida. A medianoche del domingo, Valverde fue operado de la rótula izquierda.
Ahora tendrá que ver todo lo que queda de temporada desde el sofá. Es el último castigo del Tour a un ciclista excepcional. El que ha perseguido toda su vida por el sueño de vestirse de amarillo y ha sobrevivido a todo tipo de percances en su camino. Nunca desistió, ni siquiera cuando el Quick Step le puso una tremenda oferta encima de la mesa el año que acaba contrato con el Kelme al joven prometedor ciclista que era Alejandro Valverde. Dijo que no. No quería que lo convirtiesen en un clasicómano. Su sueño era liderar un equipo español en el Tour.
Con el Illes Balears debutó en el Tour en el 2005, le ganó a Lance Armstrong en Courchevel y tres días más tarde se bajaba de la bicicleta por fuertes dolores en la rodilla. Volvió al año siguiente y en la tercera etapa se rompió la clavícula. Fuera también. Desde entonces, Valverde nunca había sufrido ninguna lesión ni caída tan grave.
2007 y 2008 fueron los años de su confirmación. Fue sexto y octavo en París, pero el inicio de la investigación por la Operación Puerto le frenó. El Tour de 2009 que pasaba por Italia, donde Valverde estaba sancionado le impedía correr. Allí empezó su infierno. No volvió hasta la edición de 2012, cuando expiró la sanción. Mayor, pero liberado. Ganó en Peyragudes, pero no pudo pelear por la general. Un año después, cuando estaba entre los mejores, una avería mecánicay varios abanicos le cortaron.
El tiempo le acabó demostrando que su amor por el Tour era imposible, pero su empeño tuvo premio, como el loco enamorado que sabe que debe renunciar a la chica de sus sueños y ésta le da un beso en la mejilla como despedida. Lo que para cualquiera podría ser un premio de consolación, para Valverde fue el éxtasis. El hombre de las más de 100 victorias se hundió en lágrimas de emoción al lograr ser tercero en 2015. El año pasado, tras correr el Giro y poniéndose a disposición de Quintana, acabó sexto. Con esa intención iba a correr el de este año. Con el deseo de disfrutar de su gran amor imposible, el Tour de Francia que lo ha humillado.
Froome y Bardet caen; gana Kittel
El Tour dejó Alemania para adentrarse en Bélgica, camino de Lieja, pero todo siguió igual. La lluvia y las caídas. Todo transcurría soporífero hasta que, a falta de 30 kilómetros en una isleta, un Katusha provocó una montonera en la parte delantera del pelotón. Una veintena de ciclistas se fue al suelo. Entre ellos, entre los más afectados, estaban Froome y Bardet, primero y segundo del Tour el año pasado. Ambos se reincorporaron en segundos, Froome, más afectado con heridas en los muslos y el culotte roto.
En el pelotón reinó la paz, nadie quiso hacer sangre a pesar de lo jugoso del momento, de poder haber distanciado a Froome olvidándose del tan de moda «fair play» de la nueva era y pronto, tanto el keniata como el francés entraron en el pelotón. Por delante, Taylor Phinney y Yoann Offredo, el ciclista que el pasado mes de abril recibió una paliza con un bate de beisbol mientras entrenaba, sobrevivían a la fuga de cuatro, que de salida habían formado junto a Pichon y Goudet.
Ambos fueron cazados a un kilómetro de la meta en Lieja, la ciudad más ciclista del mundo. Las tres grandes vueltas la han pedaleado, también un Mundial, el de 1930 y cada año, un monumento, La Doyenne, la decana de las clásicas. Para los sprinters vencer en un lugar así es talismán y por eso Kittel, alemán honrado por la salida del Tour de su país, no pudo contener las lágrimas al superar a Demare y Greipel para firmar su décima victoria en la ronda. No hay cambios y Thomas continua al frente de la general.
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