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Europa: de todo menos unión
La crisis del coronavirus ha sacado a relucir de nuevo las divisiones entre los miembros de la UE. Las dificultades para alcanzar consensos provoca que el desarrollo económico de la institución se paralice al no progresar las reformas necesarias
El relato de la crisis del coronavirus ya tiene sus héroes y sus antagonistas. En el primer grupo se encuentran los sanitarios, los transportistas, los empleados de supermercados y todos aquellos trabajadores que se exponen para que la mayoría, confinada, siga teniendo de todo. En el segundo colectivo están los que se saltan el estado de alarma, los estafadores que intentan sacar tajada de la situación pero, sobre todo, una institución se destaca por encima de todo como principal villana de este relato, la Unión Europea, porque no ha conseguido dar una respuesta a la altura que esperaban sus ciudadanos.
El discurso de Pedro Sánchez el pasado fin de semana fue, sin duda, una reprimenda a una organización que se ha dividido en los últimos años. Como si de un vestuario de un equipo de Primera se tratase, los países han formado sus pequeños clanes según su cercanía regional y sus semejanzas estructurales. Cada bando pretende hacer la guerra por su cuenta, que su ego prevalezca y las rencillas del pasado reciente aún colean.
«La reciente crisis financiera y de deuda soberana que afectó a los países de la UE, así como esta crisis sanitaria, está poniendo de manifiesto la existencia de choques asimétricos en el área monetaria única», subraya el director de estudios del Instituto de Estudios Económicos (IEE), Carlos Ruiz. Porque al final, los miembros tampoco tienen tantas cosas en común más allá del euro, pues mantienen su propio mercado financiero y de capitales y su propia fiscalidad.
La consecuencia es que mientras unos soportan una deuda aceptable, la de otros es elevadísima, o mientras unos aplican férreos tributos para sanearse financieramente, otros optan por reducirlos para atraer inversión. Y, como ocurre en cualquier trabajo, unos no pretenden responsabilizarse de los defectos y errores de sus compañeros.
Desde FAES, explican que «los países del norte no quieren instrumentos que supongan compartir el riesgo con los del sur, puesto que piensan que mutualizando riesgos ellos tienen más que perder. Es así de simple. No quieren que la zona euro se convierta en un flujo constante de transferencias desde el norte hacia el sur, puesto que, con cierta razón, las economías como la española o la italiana tienen más problemas estructurales que las suyas. Existe una desconfianza crónica hacia la capacidad de gestión de las economías periféricas y lo cierto es que en determinadas ocasiones hemos dado razones para ello».
Pero si las regiones del norte no aceptan que resulta necesario compartir riesgos, la unión de Europa nunca se completaría, como observa el director general de la Fundación de Estudios Financieros, Javier Méndez: «Aquí el problema es que la gobernanza de la Unión no se ha dado cuenta todavía de que sin instrumentos “mutualizados” (eurobonos, instrumentos de política fiscal común…) nunca seremos una unidad económica y monetaria verdadera».
Gobierno económico
Además de las discrepancias en el seno de la UE, la crisis del coronavirus ha hecho patentes otros defectos, como los existentes en el gobierno económico de la institución. Méndez señala que resulta necesario reformarlo, sobre todo, en dos aspectos. Primero, «hacerlo más accesible comprensible y cercano al ciudadano medio», que no entiende la diferencia, por ejemplo, entre el Eurogrupo y el Ecofin, ni y la estructura estamentaria resulta demasiado compleja. De este modo, es difícil establecer una relación cercana entre los europeos y el organismo que les rige.
En segundo lugar, añade Méndez, «la “arquitectura” del gobierno económico, en el fondo, se basa en una serie de consensos y “ententes” muy políticos, pero, a veces, poco efectivos. Que a día de hoy no tengamos “coronabonos” es solo el resultado de una falta de entendimiento político. Esa “arquitectura”, de no ser así, estaría perfectamente preparada para ponerlos en marcha. En Estados Unidos solo hace falta poner de acuerdo a dos partidos políticos para tomar decisiones; en Europa, hace falta hacerlo entre múltiples países y grupos parlamentarios y varios niveles de órganos de gobierno comunitario, en consulta con los gobiernos nacionales. Esto vale para cuestiones de día a día. Para lidiar con una pandemia no es el mejor modelo».
En estas circunstancias, el tiempo juega en contra de todos. La reacción debe ser lo más rápida posible para que los efectos impacten lo menos posible. Pero Ruiz también cree que la estructura de la UE no ayuda en este sentido: «La magnitud de la respuesta que es necesaria para paliar los efectos económicos de esta crisis sanitaria exige una cierta inmediatez en la toma de decisiones y de coordinación de múltiples países, órganos de decisión a diferentes niveles y de distintas instituciones, factores que no facilitan la implementación rápida y directa de este tipo de ayudas en el ámbito comunitario. Las dificultades para movilizar nuevos recursos por parte del presupuesto europeo y la condicionalidad que exige la utilización de determinados mecanismos de financiación existentes previstos para situaciones de crisis rebajan las expectativas de los países que requieren de un mayor apoyo presupuestario y financiero».
Reforma del euro
Cambiar el gobierno económico es uno de los retos que se le presentan a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, quien ocupó el cargo el pasado 1 de diciembre y hasta la misma fecha de 2024 no lo abandonará.
En ese periodo, también pretende reformar el euro, un objetivo que ya persiguió su antecesor, Jean-Claude Juncker, pero no logró por la falta de consenso. Según Ruiz, «al no haber completado el proceso de reforma del euro que profundizara en la unión bancaria, fiscal y de los mercados de capitales, estableciendo un marco común de actuación, dificulta una respuesta efectiva y coordinada por parte de la UE a la crisis actual del Covid-19».
De nuevo, las diferencias regionales han sido el obstáculo por el que no se ha reformado el euro. Aunque durante la crisis del coronavirus, cuenta Méndez, «es curioso ver cómo en esta crisis nadie ha cuestionado al euro (a diferencia de 2012). Ahora, va más de solidaridad que de discutir si los latinos podemos aguantar una disciplina económica o no. Con la excepción de algún momento con Italia, se ha demostrado que sí podemos ser tan serios como los “del norte”. Mejor ejemplo que Portugal, imposible. Eso no quita que ante una gran crisis financiera los diferenciales soberanos puedan volver a ensancharse».
Unión bancaria
La causa de que se dilaten de nuevo es la ausencia de una unión bancaria plena, para que lo que falta, indica el portavoz de la Asociación Española de la Banca, José Luis Martínez, «crear un fondo de garantía de depósitos único, unificar normas regulatorias y acelerar el desarrollo del mercado de capitales». Mientras esto no se logre, «cuando vienen las crisis, los sistemas financieros de todos los países se fragmentan y volvemos a actuar como si no compartiéramos moneda. Este enfoque, que se puede resumir en “que cada palo aguante su vela”, tiene como consecuencia inmediata las dudas sobre la sostenibilidad de determinados países que acumulan los mayores desequilibrios y, a su vez, sobre la propia supervivencia del euro. Esta es la causa de que se disparen las primas de riesgo y, como ocurriera en 2012, haya que salir al rescate de esas economías», sostienen desde Faes.
Tras la anterior crisis financiera, a todos los miembros de la UE les quedó bastante clara la necesidad de profundizar en una unión bancaria que sirviese de bote salvavidas para próximas recesiones, como la que podría desatar el coronavirus próximamente. Sin embargo, una década después no han logrado ponerse de acuerdo sobre cómo ejecutar dicha unión bancaria que tendría enormes beneficios para todos. Fuentes de Faes manifiestan que, «al menos, tendríamos una base de seguro mucho más amplia, lo que desincentivaría determinados comportamientos especulativos y permitiría un funcionamiento más adecuado de los mecanismos de transmisión de la política monetaria. Es una cuestión de eficiencia que redundaría en un entorno de financiación más estable a largo plazo».
«Finalizar la unión bancaria, por otra parte, aumentaría la viabilidad a medio y largo plazo de la unión monetaria», destaca Martínez. Así, agregan desde Faes, nos aproximaría a que «la divisa común tenga el mismo valor en todos los países que conforman la unión. Un ejemplo. Si ahora mismo, en plena crisis, un amigo griego nos pide intercambiar un depósito de 1.000 euros de su banco griego con un depósito de 1.000 euros de nuestro banco en España, lo más probable es que le digamos que no porque los niveles de riesgo a los que están sometidos ambos depósitos son distintos. Esto no ocurre dentro de un mismo país. Mientras no contemos con una unión bancaria plena, continúan, el riesgo asociado a la moneda será diferente en los distintos estados, alejándonos de los mejores resultados y amenazando la supervivencia del euro cada vez que afrontemos una crisis sistémica».
Desde el punto de vista de los bancos, continúan desfe Faes, «la unión bancaria incentivaría las fusiones para crear entidades europeas y no “tan” nacionales como ahora. Este paso requeriría también una cierta armonización de las legislaciones bancarias de los diferentes países». En cuanto a los clientes, concluye Martínez, «podrán elegir su entidad por criterios diferentes a la nacionalidad, con total confianza y seguridad».
Unión fiscal
Otro de los puntos de la discordia en la UE es la unión fiscal, especialmente la de los impuestos indirectos y de sociedades. La armonización de estos tributos no se ha alcanzado porque algunos de los estados más influyentes argumentan que se trata de una excesiva cesión de soberanía (algo que carece de sentido cuando ya se ha cedido bastante para crear una moneda única que sería más firme con dicha unión fiscal) y por «la oposición de aquellos que vienen ofreciendo mayores ventajas fiscales a las grandes sociedades transnacionales, buscando y consiguiendo el traslado a su territorio de la sede de las mismas», apunta el presidente de los Técnicos de Hacienda (Gestha), Carlos Cruzado.
Es el caso de Irlanda, que tiene uno de sus mayores exponentes en el actual 12,5% del tipo de gravamen en sociedades, prácticamente en la mitad del tipo medio ponderado de la UE. La competencia para atraer capitales e inversión ha provocado que la tendencia en el resto de países también sea a la baja. Con la unión fiscal, explica Cruzado, «se pondría fin a dicha pelea, con el consiguiente beneficio para los estados que ven reducidos sus ingresos, como consecuencia de ese traslado de beneficios que, a través de lo que denominamos prácticas fiscales agresivas, efectúan las grandes corporaciones». El coronavirus podría provocar que los países, por fin, acerquen posturas . Según Cruzado, «la catástrofe sanitaria que estamos atravesando y la crisis económica de impredecibles consecuencias que seguirá inmediatamente a la pandemia, podría suponer un aliciente para profundizar en la unión fiscal».
Reacción al virus
Las medidas que se adopten para reducir lo máximo posible el impacto de la pandemia, conllevarán un aumento del gasto público y, como consecuencia, del endeudamiento. La armonización tributaria de la UE podría ser un colchón que asegure la viabilidad de la Unión, porque sus miembros más expuestos al coronavirus son, precisamente, los que más problemas financieros de deuda tienen, Italia y España. Y si caen dos de las cuatro economías más grandes de la UE, hay serias posibilidades de que caiga la institución en su conjunto. En principio no debería sucumbir ningún estado porque «la estabilidad monetaria y financiera les confiere una capacidad de respuesta amplia para afrontar esta crisis. Sin embargo, podrían ser más solventes si la implementación de reformas hubiera sido más ambiciosa», concluye Ruiz.
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