Opinión
Panes, peces y pobreza
La idea de que para que unos tengan más es necesario que otros tengan menos es una falacia
Recientemente, el Papa Francisco abogó por reinterpretar la parábola sobre la multiplicación de los panes y los peces señalando que lo importante de la misma no es la multiplicación (la cual puede ser perfectamente nociva) sino la idea de repartir y compartir. A su vez, añadió que deberíamos aplicar este enfoque en la lucha contra la pobreza: lo que el mundo necesita no es crecimiento económico, sino una mejor distribución de la riqueza. Pero si lo crucial no es multiplicar la riqueza existente, sino redistribuirla, entonces caemos de lleno en la falacia de que la economía es un juego de suma cero.A saber, que para que unos tengan más es necesario que otros tengan menos.
Por suerte, una de las lecciones más importantes que nos legó la Revolución Industrial fue que la humanidad ha sido capaz de escapar de la trampa maltusiana: que es posible que unos tengan más sin que otros tengan menos; que por el hecho de que aumente la población, no tienen por qué deteriorarse los estándares de vida de la sociedad. Desde el siglo XVIII, hemos podido ser muchos más en el mundo sin necesidad de vivir peor… incluso viviendo mejor.
En la actualidad, y por desgracia, están regresando a nuestras sociedades los discursos decrecentistas: la idea de que nuestro planeta debería dejar de crecer y proceder a redistribuir la riqueza que ya ha sido creada. Por ejemplo, el economista Eduardo Garzón, hermano del ministro de Consumo Alberto Garzón, glosó las palabras del Papa señalando que «algún día los economistas convencionales entenderán que vivimos en un planeta de recursos finitos en el que es imposible multiplicar la economía indefinidamente. La solución pasa por compartir lo que hay».
El problema con este tipo de discursos es que son una exhortación, consciente o inconsciente, a favor del pauperismo global. De acuerdo con el Banco Mundial, la renta per cápita global se ubica en 2019 en los 16.904 dólares internacionales: un valor inferior al de Botsuana (17.777 dólares internacionales), República Dominicana (18.413 dólares internacionales) o Tailandia (18.451 dólares internacionales). Eso significa que, si redistribuyéramos perfectamente el PIB global, disfrutaríamos de un nivel de vida igual al del ciudadano promedio de esos países. Para que nos hagamos una idea, en 2019 España disfrutaba de una renta per cápita de 40.806 dólares internacionales, de modo que deberíamos reducir nuestros estándares de vida promedios a menos de la mitad.
En definitiva, si dejamos de multiplicar los panes y los peces –es decir, si abandonamos el crecimiento económico–, una de dos: o varios miles de millones de personas (entre los que nos encontramos los españoles) van a tener que vivir mucho peor que ahora o, por el contrario, sobran varios miles de millones de personas en el mundo.
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