Tormenta económica
La falta de gas y la inflación: amenazas más allá del apagón
La alarma social generada por el fundido a negro que pronostica Austria oculta las debilidades que realmente ponen en jaque la red eléctrica y economía españolas
«El escenario de un gran apagón es más propio de una película de terror que de la realidad», sentencia Roberto Gómez, profesor de Empresa de la Universidad Europea de Valencia y experto en suministro energético, en declaraciones a LA RAZÓN. Los expertos en energía y la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, han tenido que salir a poner cordura ante la alarma generada por Austria. Las Fuerzas Armadas del país centroeuropeo difundieron a principios de octubre un vídeo en el que enseñaban a su población cómo prepararse ante un hipotético gran apagón que afectaría a toda Europa. Hacer acopio de combustibles, velas, alimentos enlatados, agua potable, aprender primeros auxilios o crear una red de cooperación con familiares y vecinos son algunas de las medidas de precaución que ha difundido su Ejército mediante carteles y folletos para hacer frente al «blackout». «La cuestión no es si habrá un gran apagón, sino cuándo», sentenció la ministra austriaca de Defensa, Klaudia Tanner. Este escenario apocalíptico ha ganado credibilidad en España por el actual contexto de crisis pandémica, precios récord de la luz, inflación y dificultad para importar gas por el cierre del gasoducto del Magreb. No obstante, las diferencias de localización geográfica y estructura de sus redes eléctricas harían que ante un improbable fallo masivo en la UE la situación a la que se enfrentase España fuese menos crítica que la de Austria.
«Fuentes del Gobierno austriaco han aclarado recientemente que este protocolo de alerta ha sido planteado ante la posibilidad de que un ciberataque pudiera ocasionar un corte de suministros, quitando peso a que la escasez de gas pudiera ser el motivo», explica Roberto Gómez. El miedo en su caso puede estar más justificado por su nivel de interconexiones con el resto de Europa. «El nivel de interconexiones de España con Europa oscila entre el 3% y el 5%. En cambio Austria es uno de los países más interconectados al estar en el centro del continente. Las suyas se sitúan en el 18%, siendo una de las áreas de mayor interconexión de Europa. Por lo tanto, cualquier apagón que afecte a estas interconexiones le repercutirá», explica Begoña Casas, profesora de Economía y Empresa de la Universidad Europea. La Comisión Europea, por su parte, también ha reconocido que, debido al alto nivel de interconexiones entre las redes eléctricas de la UE, «la caída de una ficha del dominó en un país podría arrastrar al resto», reconoce el experto en suministro energético.
En ese caso, la repercusión económica sería tremenda, ya que todo depende de la electricidad. Se llegaría a actividad cero y no funcionarían ni teléfonos, ni ordenadores, ni la cocina, ni la calefacción, ni el agua caliente, comenta el experto en suministro energético. En cambio España se encuentra en una posición completamente distinta. «No es lo mismo la estructura del sector energético en España que en Austria. España es una especie de isla energética. Al ser una península, no hay demasiadas conexiones con el resto de Europa. Esto que se ha visto como una desventaja, en este caso sería un punto positivo porque ha hecho que desarrollemos una capacidad instalada mayor y que no seamos tan dependientes del suministro eléctrico exterior. En concreto, en España tenemos mucha potencia instalada. Según Red Eléctrica de España (REE), 112.384 MW, y ahora mismo estamos consumiendo el 30%», añade Casas.
El pasado viernes, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, también se pronunció en este sentido y descartó «con rotundidad» el riesgo de que España sufra apagones eléctricos y afirmó que «y hay capacidad de poner un cordón sanitario en caso de que eso ocurriera». Además, tras su viaje a Argelia para negociar el abastecimiento de gas –ante el cierre del gasoducto Magreb-Europa previsto para hoy– aseguró que el suministro del gas «está garantizado».
«El mensaje de ‘porque nos falte gasolina el coche se nos va a parar’ no es realista. Si no somos capaces de cubrir la demanda de ese momento lo que se pasaría es que se iría frenando, pero cualquier gestor que vea esa situación reducirá la carga del sistema sin que sea de forma descontrolada y dramática», explica Roberto Gómez. Para respaldar este mensaje de tranquilidad, el experto en energía aclara que «España cuenta con un gestor (REE) de primer nivel que ha sido capaz de integrar en la red renovables intermitentes que funcionan al capricho de las condiciones climatológicas sin que se produzcan apagones». Además, aunque se produjera una catástrofe natural, un ataque terrorista o un hackeo, la generación de energía en España está bastante distribuida y el Ministerio de Defensa ha aclarado a LA RAZÓN que la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 dedica un apartado a las ‘Amenazas sobre infraestructuras críticas’, donde se encuadraría este supuesto.
«Que el riesgo de apagón sea bajo, no quiere decir que nuestro sistema no tenga otras debilidades. De hecho, hay varios factores que están actuando juntos y que son una bomba de relojería», matiza Begoña Casas. La dependencia energética es una de ellas. Según datos de 2019, «dos terceras partes de la energía que necesitamos en nuestro país para abastecernos proceden del exterior, ya que nos hacen falta gas natural y petróleo para producir electricidad. Somos el cuarto país de la UE con mayor dependencia energética», explica la profesora. «La electricidad en España depende en gran medida de este suministro, porque 26.250 MW de potencia instalada son de ciclos combinados, que dependen del gas. Por lo tanto, el mayor problema es que pudiéramos tener escasez de combustible, y que las renovables no se comporten como a nosotros nos gustaría, ya que cerca de la mitad de los MW instalados son de renovables intermitentes», apostilla Roberto Gómez. Esta es una grieta de nuestro sistema que se ensanchará por el cierre del gasoducto del Magreb y el uso de barcos metaneros para transportar el gas, lo que encarecerá aún más el precio de este combustible fósil a las puertas del invierno.
Con el gas más caro, los precios de la luz suben, se dispara la inflación, los costes sociales, como las pensiones, se incrementan (al estar ligadas al IPC), la economía pierde competitividad, se producen cierres de empresas, aumentan las familias vulnerables, desciende el consumo, por lo tanto, los ingresos fiscales indirectos se hunden y las cuentas del Gobierno para 2022 se descuadrarían por completo. He ahí la tormenta perfecta que sí puede poner en jaque la economía española.
«Además, hay otros factores indirectos que están empeorando esta situación. El retraso en los envíos por la falta de contenedores y su encarecimiento, el colapso en los puertos de todo el mundo y la crisis de los microchips y semiconductores que son necesarios para la industria energética. Es una cadena que no hace nada más que complicar todo este panorama», concluye Begoña Casas.
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