Las economías mundiales ya se resienten del alto precio de la energía

El mundo, al borde de una nueva crisis energética

La cotización del Brent ha aumentado un 50% y la del gas natural un 110% en lo que va de año. El incremento generalizado de la factura comienza a causar estragos en la economía mundial

En 1973, tuvo lugar la primera crisis energética mundial. Como consecuencia de la Guerra de Yom Kippur, los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidieron suspender las exportaciones de crudo a los países que habían apoyado a Israel en el conflicto que enfrentó a Siria y Egipto con el Estado hebreo. La consecuencia: un desabastecimiento generalizado en Occidente que disparó su cotización internacional, lo que inició una espiral inflacionista que se tradujo en una inusual caída de la actividad.

Con un mundo industrializado muy dependiente del «oro negro», la recesión económica fue cuestión de meses. La escasez era tal, que los conductores tenían que esperar largas colas en las estaciones de servicio para repostar. En Estados Unidos, se tomaron medidas extraordinarias, como la prohibición de circular a más de 55 mph (unos 90 kilómetros por hora) e, incluso, se llegaron a suspender competiciones automovilísticas como el mítico Rally de Montecarlo o las 24 Horas de Daytona.

Seis años más tarde, en 1979, las tensiones geopolíticas en Oriente Medio condujeron a una segunda crisis del petróleo. La revolución iraní y la guerra Irán-Irak triplicó el precio del barril de crudo. Una nueva crisis estaba servida.

En la actualidad, más de cuatro décadas después y, ante las escaladas de las cotizaciones de los productos energéticos, unidas a una demanda disparada tras la pandemia, algunos comienzan a ver un paralelismo con las situaciones vividas en el pasado.

Encuentro

Los líderes mundiales ya están en Glasgow, donde se celebra la COP 26. Su principal reto es marcar las directrices para que las emisiones globales de carbono sean cero en 2050. Sin embargo, el encuentro internacional se produce en medio de esta escalada de los productos energéticos. Y es que, en lo que va de año, la cotización del Brent (petróleo de referencia en Europa) se ha elevado un 50%, mientras que la del gas natural lo ha hecho en un 110%.

Los cortes de electricidad nunca antes vistos en China, que ha dejado calles a oscuras y que han forzado a los empresarios a echar mano de generadores de emergencia para mantener su producción, o la imposibilidad de los productores alemanes de maíz y trigo de conseguir fertilizantes (se requiere gas natural para su fabricación), entre otros muchos ejemplos, dan idea de la dimensión que está adquiriendo el problema. Por no hablar de una factura eléctrica desbocada, que amenaza el acceso –que antes se daba por descontado– a la luz y el calor a un buen número de los hogares. Todo ello lleva a realizar una pregunta: ¿estamos ante un nueva crisis energética?

Lo que está claro es que todo es susceptible de empeorar. Distintas entidades, como Bank of América, ya han pronosticado unos meses próximos en los que inevitablemente el precio del gas volverá a subir, dados los escasos inventarios o en previsión de posibles cortes de suministro desde Rusia o Noruega, al que se añade el conflicto que mantienen Argelia y Marruecos, que amenaza el acuerdo que permite la llegada a la Península de gas argelino a través del GME. Unos nubarrones muy negros, que comprometen seriamente la recuperación iniciada tras la conmoción de la pandemia provocada por el coronavirus.

Pese a la situación, José Ramón Pin Arboledas, profesor emérito de IESE,no cree que, por el momento, se produzca un «shock» energético, aunque sí tendremos que acostumbrarnos, a partir de ahora, a pagar unos precios más elevados por la energía que consumimos. «Áreas como Europa, que tienen una mayor dependencia energética que otras regiones del mundo, van a tener más dificultades que, no obstante, se subsanarán pagando precios más elevados», expone. Pin vaticina unas cotizaciones que no van a subir mucho más, pero tampoco a bajar. «Al contrario de lo que ha ocurrido con otras crisis anteriores, se mantiene la capacidad de producción (Estados Unidos, por ejemplo, puede asegurar el suministro de gas gracias a los esquistos), por lo que no es probable que haya desabastecimiento. Con lo que sí nos podemos encontrar es con una escasez puntual, pero se resolverá en la medida que se pague más», aclara Pin.

Ante un posible escenario de pánico energético, y con el invierno a la vuelta de la esquina, que puede agravar la situación, los países que asisten a la COP-26 deberán realizar una profunda reflexión sobre la transición energética. Y es que el «peaje» a pagar por alcanzar una «economía verde» en un tiempo récord (la UE se ha marcado como objetivo para 2030 que las emisiones de gases que producen efecto invernadero se reduzcan un 55% con respecto a 1990), puede ser muy alto, especialmente debido a una población y a una demanda que no dejan de crecer.

Echarse a temblar

En este sentido, Rafael Pampillón, catedrático de Economía de la Universidad CEU San Pablo, considera que, a día de hoy, ya estamos inmersos en una crisis energética en tanto en cuanto muchas empresas se han visto forzadas a detener su producción, sobre todo aquellas de gran consumo de energía, como las acereras, a las que no les compensa seguir produciendo por los elevados costes. A su juicio, esta situación, como ya estamos viendo, tiene efectos sobre la productividad y, a la larga, también, sobre el empleo. «Estamos ante una inflación de costes, que proviene del precio de las materias primas, pero también del transporte de contendores o del cuello de botella de los semiconductores. El problema es que el IPC continúa subiendo y repercutirá en los salarios, lo que se traducirá en más costes para las empresas, que van a perder competitividad», destaca. El mensaje que envían desde el FMI o los bancos centrales es que veremos una moderación a partir del próximo año, a medida que el estrangulamiento se relaje, volviéndose a recomponer la cadena de suministros. «Pese a los mensajes tranquilizadores, los distintos organismos están comenzando a revisar las previsiones de crecimiento, y cuando eso ocurre, hay que echarse a temblar», añade Pampillón.

Pero, ¿qué está ocurriendo con los precios? Si bien en 2020 parecía que la escasez de los recursos energéticos debido a la mayor caída global de la actividad desde la Segunda Guerra Mundial, era imposible, la recuperación acelerada ha hecho aumentar la demanda de forma brusca, lo que ha reducido peligrosamente las existencias de materias primas.

Los inventarios de petróleo se sitúan en el 94% de su nivel habitual; el almacenamiento de gas europeo, en el 86%, y el carbón indio y chino se encuentra por debajo del 50%. A ello se han unido unas condiciones climáticas que no han favorecido la producción de energía con renovables. En Europa, se ha producido muy poco viento, y la sequía ha reducido notablemente la producción hidroeléctrica.

Asimismo, «The Economist» apunta otras causas, como que la inversión en energía se está ejecutando a la mitad del nivel necesario para cumplir la ambición de alcanzar las cero emisiones en 2050. A su juicio, el gasto en energías renovables debe aumentar, y a la vez la oferta y la demanda de combustibles fósiles sucios debe reducirse, aunque sin crear desajustes peligrosos. Hay que tener en cuenta que los combustibles fósiles satisfacen el 83% de la demanda de energía primaria y ésta debe caer hasta cero, lo que exigirá de una planificación y de medidas mucho más concretas que las anunciadas hasta ahora.

Al mismo tiempo, el carbón y el petróleo deben transitar paulatinamente hacia un escalón intermedio, que proporciona el gas, ya que, pese a no ser totalmente limpio, sí emite la mitad de CO2. Sin embargo, las amenazas legales, la presión de los inversores y el miedo a las regulaciones han llevado a que la inversión en combustibles fósiles se haya desplomado un 40% desde 2015, presionando de esta manera a las fuentes alternativas. Muchos países, especialmente los asiáticos, necesitan del gas como un combustible puente entre las energías más contaminantes y las renovables, más teniendo en cuenta el sorpresivo anuncio del primer ministro chino Li Keqiang al asegurar que China aspiraba a alcanzar la neutralidad climática en 2060. El gigante asiático es la nación más contaminante del mundo, debido a que para mayoría producción de electricidad recurre a la quema de carbón, algo que, a partir de ahora, deberá reducir drásticamente si quiere alcanzar sus compromisos en materia medioambiental. Así, sus importaciones podrían duplicarse en 2030, según la firma de inversión Berstein.

Con una nuclear cada vez más denostada (aunque naciones como Francia han vuelto a centrar su interés en el uranio para paliar los efectos de las tensiones energéticas), unas renovables con unos ritmos de inversión por debajo de los que sería deseable, y una demonización de los combustibles fósiles, el gas se ha convertido en el sustituto natural del carbón térmico. Junto a China, otro gigante como es India también ha aumentado su demanda. Un presión sobre los precios que va unida a la imposibilidad de realizar prospecciones de nuevos yacimientos (por el coste reputacional que tiene para las compañías en términos de RSC) y a unas dudosas prácticas por parte de Gazprom (el mayor proveedor de gas del continente europeo), que está conteniendo el suministro. Este cóctel ha disparado los precios de la materia prima, que se han duplicado desde los mínimos que marcó en marzo de 2020, en plena crisis de la COVID.

Pero hay más. El coste de los derechos de emisión de CO2 (el precio que pagan los grandes consumidores energéticos por emitir dióxido de carbono a la atmósfera y que se determina en subastas públicas, en las que cualquier generador puede comprarlos) ha rebasado la barrera de los 60 euros por tonelada, frente a los 20 de hace tan solo un año, aunque los expertos no consideran, ni mucho menos, que haya tocado techo.

La tormenta perfecta

Nos encontramos, pues, ante la tormenta perfecta que puede desencadenar una nueva crisis, cuyo alcance aún se desconoce, pero que, a día de hoy, ya se deja sentir en los bolsillos de los ciudadanos. Y es que no hay más que ver que la factura eléctrica no para de crecer. Hay que tener en cuenta que el ciclo combinado es el que mercado el coste marginal eléctrico y, por tanto, es el responsable de mantener la estabilidad de los precios de la red.

Por su parte, el precio del barril de petróleo Brent se sitúa por encima de los 80 dólares, tras subir un 12% en el último mes, unos precios que no se veían desde hace siete años. La reciente estrategia de la OPEP buscando reducir la oferta para aguantar el precio, le comienza a dar beneficios y contribuye a que los países productores vuelvan a recuperar su poder frente a los consumidores.

El alza en el precio de las materias primas no solo es exclusiva de la energía, sino que también se ha visto en otros activos como el aluminio, el cobre o incluso el café o el algodón. Todo apunta a que más pronto que tarde seremos testigos de cómo tendremos que apretarnos el cinturón ante todas nuestras decisiones de compra.

España salió peor y más tarde de las crisis anteriores
España siempre ha sido un país energéticamente dependiente. El impacto de las dos crisis del petróleo fue demoledor para nuestra economía. Con una elevadísima supeditación a las importaciones de petróleo, el impacto sobre los precios, la renta disponible para el consumo y el déficit exterior fue catastrófico. Además, la crisis del crudo se solapó con otra laboral y política, que provocó que España saliera de la depresión mucho después que el resto de naciones europeas. Como resultado de todo aquello, la inflación se disparó, hasta el punto que, en junio de 1977, llegó a rozar el 30%. Tras los Pactos de la Moncloa y, cuando ya se vislumbraba la luz al final del túnel, una nueva crisis del petróleo, en 1979, golpeó de nuevo a la economía, un nuevo periodo de depresión que se alargó hasta 1982. Hoy, con una inflación al alza (5,5% en octubre), las comparaciones con las dos crisis anteriores comienzan a ser inevitables.