Análisis

La OCDE desmonta el espejismo de los falsos “estímulos”

España es un ejemplo evidente: 300.000 millones de deuda pública «para crecer» y, sin embargo, la economía se frena en seco. Algún día aprenderemos que los gobiernos no estimulan la economía, perpetúan sus deficiencias

Las ministras de Hacienda y Economía, María Jesús Montero y Nadia Calviño
Las ministras de Hacienda y Economía, María Jesús Montero y Nadia CalviñoEduardo ParraEuropa Press

Son ya más de veinte organismos internacionales los que han desmontado el cuadro macro de los presupuestos del gobierno de España, y no por poco. España no recuperará el PIB de 2019 hasta 2024, la última economía de nuestros comparables, y lo hará con la mayor tasa de paro de la OCDE, un endeudamiento del 113% del PIB y un déficit de al menos el 3,7%, según la OCDE. Esos presupuestos, que son papel mojado, nos han recordado de nuevo el absoluto fracaso del espejismo de los multiplicadores “keynesianos”. Lo pongo entre comillas porque si Lord Maynard Keynes viera lo que se hace en su nombre saldría de su tumba como un zombi de Walking Dead a comerse a los que usan su nombre para disparar los desequilibrios fiscales y monetarios.

Seamos serios. Si los estímulos monetarios y fiscales implementados en 2020 hubieran sido mínimamente efectivos, hoy –con invasión de Ucrania incluida- las economías desarrolladas deberían estar creciendo al doble de su ritmo tendencial. Las estimaciones de la OCDE son especialmente preocupantes, porque el resultado es mayor inflación, menor crecimiento, más deuda y menor dinamismo… Si esos estímulos funcionan, un aumento de precios de materias primas abrupto se mitiga por el dinamismo del crecimiento superior generado por la cantidad ya invertida. La rentabilidad sobre el capital empleado importa y aquí es muy claro que es cero.

El mal ejemplo español

En España es muy evidente. Más de 300.000 millones adicionales de deuda pública “para crecer” y el mayor estímulo monetario de la historia, con tipos nominales negativos y el BCE comprando el 100% de las emisiones netas, sin dependencia del gas ruso y con un turismo que se ha recuperado admirablemente, y la economía se frena en seco, los indicadores adelantados muestran contracción en servicios y manufacturas y el indicador compuesto de la propia OCDE en retroceso.

España es la evidencia del fracaso de los planes de estímulo. La ejecución es deficiente, el impacto es inexistente y el resultado en aumento de gasto político y deuda, devastador para la economía. Un impulso fiscal y monetario de más de 500.000 millones de euros debe generar un efecto sobre el crecimiento potencial que no solo no se ha producido, sino que ha demostrado ser contraproducente: se aumenta el déficit estructural y se reduce el nivel de recuperación con respecto a la tendencia. La evidencia de la destrucción de capital y, con ello, crecimiento potencial de estos mal llamados estímulos es aterradora si añadimos el inexistente efecto del olvidado Plan Juncker, que movilizó decenas de miles de millones, o el Plan de Crecimiento y Empleo de 2009 que dejó deuda y estancamiento.

Menos crecimiento, deuda y peor productividad

Usted dirá que sin estímulos hubiera sido peor, pero el argumento –además de ser una simple ocurrencia contrafactual– no se sostiene ante la evidencia del fracaso en países de todo espectro. La evidencia de estos mal llamados estímulos es que dejan menos crecimiento y un rastro de deuda y peor productividad. No es ni debatible. Se dedican ingentes cantidades de dinero salido de la nada para perpetuar gasto corriente sin rentabilidad económica real, se subvenciona a las áreas improductivas y se penaliza fiscalmente a los más productivos. La triste realidad, en agregado, de estos estímulos multibillonarios es que su impacto es inexistente y el endeudamiento se dispara.

Moody’s confirma que los multiplicadores son bajísimos e incluso negativos. Desde marzo de 2020, Estados Unidos ha implementado más de $5 billones, casi el 25% del PIB, para generar un rebote pobre y masivamente endeudado. Tras endeudar al estado de manera masiva, la tasa de participación laboral y la de empleo con respecto a población no han recuperado los niveles de 2019. Y eso en una economía dinámica y envidiable donde se crea empleo, se invierte y la recuperación ha sido mejor, apoyada por un sector energético competitivo y exportador. Sin embargo, como explicaba Judy Shelton, buena amiga y una de las grandes economistas norteamericanas, los estímulos fiscales no han generado ningún efecto multiplicador.

Inversión en infraestructuras

La inversión en infraestructuras, sin embargo, puede dejar un efecto positivo de 1,23 un año tras implementarla, pero no se está invirtiendo en infraestructuras, se están disparando los gastos corrientes y, además, subiendo los impuestos. En cualquier caso, esa inversión en infraestructuras también deja rentabilidades descendientes cuando se convierte en construir por construir, algo que conocemos todos los españoles y están sufriendo ahora los chinos.

La evidencia de las últimas décadas es que los multiplicadores fiscales son muy bajos en economías desarrolladas y negativos en economías altamente endeudadas (Ethan Ilzetzki) y no es casualidad, por lo tanto, que la deuda pública global siga creciendo a nivel récord, que el crecimiento de la productividad sea cada vez más pobre y que se erosione la tendencia de crecimiento potencial. El argumento de que “hubiera sido peor” no se sostiene. Hay que priorizar y no entrar en la falacia de repetir las excusas típicas de “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”. Cuando un estímulo de un billón de euros deja estancamiento y deuda no se soluciona con uno de dos billones. Estos mal llamados estímulos son, hoy, la demostración de la destrucción de capital y el impacto negativo es enorme. Algún día aprenderemos que los gobiernos no estimulan la economía, perpetúan sus deficiencias.