Construcción
A la vanguardia de las infraestructuras
España es el segundo país en facturación internacional y figura entre los 10 primeros por el grado de globalización de sus empresas.
Motores de innovación, que rugen a todo gas y encabezan el pelotón a nivel mundial. Vanguardistas estaciones de tren y de metro, aeropuertos modernos y equipados con la última tecnología, envidiables carreteras... España puede considerarse un «paraíso» de infraestructuras. Más allá de contar con la primera red europea de autovías y autopistas, y de ocupar la cuarta posición en redes ferroviarias, nuestro país es líder global en movimiento de pasajeros. Los últimos datos del Foro Económico Mundial nos sitúan en el «top 10» –noveno lugar– del ranking de infraestructuras y el «know how» de las grandes constructoras nacionales cotiza al alza en los mercados internacionales.
No es cuestión de construir obras megalómanas, sino de exportar innovación. Si no se tratara de un sector absolutamente innovador no podría competir con las economías más desarrolladas. Y lo hace. Vaya que si lo hace. La actividad internacional de las constructoras españolas superará este año los 54.000 millones de euros, por lo que España es el segundo país del mundo en facturación internacional –sólo superada por las empresas de infraestructuras chinas–. Además, nuestro país figura entre los 10 primeros por el grado de internacionalización de sus compañías y la mitad del «top 10» global de proyectos de transporte está ocupado por compañías nacionales.
Cada proyecto de ingeniería requiere soluciones técnicas e innovadoras específicas, porque no se construyen prototipos, y es una de las razones que determina la adjudicación de los grandes proyectos de obra civil. Julián Núñez, presidente de Seopan, asegura que el liderazgo en la financiación de infraestructuras alcanzado por nuestras empresas constituye otra prueba más de su perfil innovador.
Si bien el efecto tractor de la inversión en infraestructuras ayuda a apuntalar la recuperación económica, más importante aún es pasar de la irrelevancia a la admiración. La ingeniería española es valorada y las empresas españolas del sector son una referencia lejos de nuestras fronteras gracias a su capacidad innovadora, de gestión de proyectos y de integración de servicios, lo que las hace favoritas para ganar los principales concursos internacionales. El bagaje y las experiencias acumuladas en el proceso de modernización de España han extendido los cimientos de nuestras constructoras por medio mundo.
«Made in Spain»
Su relevancia económica y estratégica hace de las infraestructuras materia de innovación constante. La labor de los ingenieros españoles ha permitido llevar a cabo un esfuerzo modernizador sin precedentes, que ha impulsado a España para salir de un atraso histórico y posicionarse a la vanguardia del mundo desarrollado. Esta tarea, además de representar un salto cualitativo de gran envergadura y decisiva trascendencia, se traduce en una industria innovadora que supone la mejor garantía de competitividad y modernidad y uno de los mejores ejemplos del enorme potencial de nuestro país para afrontar los retos más ambiciosos.
El AVE La Meca-Medina, el aeropuerto de Heathrow, el metro de Riad y de Lima, la ampliación del Canal de Panamá... Algunas de las obras más emblemáticas en el mundo tienen sello español. De los 75.000 millones de euros en ventas que registraron el año pasado las constructoras españolas, el 70% procedió del exterior. Y de los 90.000 millones que sumaba la cartera de proyectos, el 86% residía en otros países. «Nuestra experiencia incrementa la credibilidad a la hora de competir con otros por grandes proyectos», afirma Fernando Tomé, decano de la Universidad Antonio de Nebrija.
El negocio de las constructoras españolas en nuestro país es apenas una cuarta parte del que tenían antes del estallido de la crisis, pero las ocho grandes constructoras han llegado a cuadruplicar su facturación exterior –tres de cada cuatro euros que ingresan proceden de otros países–. Tomé admite que «el extranjero ha sido un verdadero salvavidas para nuestra actividad en esta área». Y es que, entre enero y octubre, las empresas españolas se adjudicaron 32.278 millones de euros en licitaciones internacionales. En total, las constructoras han logrado este año contratos internacionales por valor superior a los 42.000 millones de euros.
Mientras algunos expertos aseguran que invertir en infraestructuras es la mejor solución para consolidar la recuperación económica, resulta una obviedad que mantener el ritmo de modernización es de vital importancia para la competitividad de España. Y el decano de la Universidad Antonio de Nebrija resalta que un país mide su grado de modernidad en función de la cantidad y calidad de las infraestructuras que posee.
¿Más inversión?
Tras un descenso frenético de la inversión durante los últimos años, 2015 constituirá un balón de oxígeno para un sector prácticamente asfixiado. Además, las inversiones para el próximo ejercicio se mantendrán en niveles similares al actual. Dejando de lado las obras faraónicas e innecesarias, el Fondo Monetario Internacional (FMI) aconsejó invertir en obras públicas frente a la frágil demanda interna que padecen los países desarrollados. Según el organismo, un incremento del 1% del PIB en la inversión en infraestructuras aumenta el nivel de producción un 0,4%, aproximadamente, ese mismo año, y en torno a un 1,5% durante los cuatro siguientes ejercicios. Las estimaciones de Seopan indican que con un gasto en obra civil equivalente al 1% del PIB español –unos 10.000 millones de euros– la construcción de infraestructuras generaría 101.270 empleos directos y 43.900 indirectos.
No todo es de color de rosas. Javier Campos, profesor titular de Análisis Económico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, mantiene que las infraestructuras, sobre todo las financiadas con fondos públicos, constituyen una condición necesaria, pero no suficiente para el desarrollo. Sin ellas, la actividad económica se vería «estrangulada» por limitaciones en el funcionamiento de los mercados. No obstante, para que la inversión genere efecto tractor debe responder a un problema real de la sociedad, no a cuestiones políticas, y disponer de provisiones proporcionadas a esa necesidad, mediante análisis de coste-beneficio. Asimismo, la gestión de esa infraestructura tiene que ser eficiente y evitar posiciones de dominio y regulaciones excesivas. Por último, tanto la construcción como la operación deben resultar sostenibles en términos financieros y sociales, incluyendo los aspectos medioambientales.
España debería invertir de forma sostenida entre 38.000 y 54.000 millones de euros anuales en infraestructuras durante la próxima década, según se desprende de un estudio elaborado por la consultora A.T. Kearney, lo que generaría entre 700.000 millones y un billón de euros de actividad económica directa e indirecta.
Mientras que, desde 2010, España ha reducido su inversión pública por superficie y población en un 20%, Reino Unido, Alemania o Francia la han incrementado en un 43%, 17% y 4%, respectivamente. Tomé recuerda que, al compás de la crisis económica, entre 2008 y 2014 en España se ha llegado a reducir un 59% el volumen de inversión en infraestructuras, aunque 2015 sea un punto de inflexión. «La inversión en infraestructuras es y debe ser constante, no sólo por el mantenimiento de las ya creadas, sino por la necesaria actualización de nuevas tipologías, que surgen de nuevos desarrollos tecnológicos o de nuevas extensiones en el consumo de las personas», sostiene. En cambio, si Podemos se alzara con la victoria en las urnas dentro de 15 días, el sector de la construcción podría quedar condenado a la parálisis total, ya que en su programa electoral se incluye la congelación de la adjudicación de nuevas obras públicas hasta que no se haga una auditoría.
Campos opina que el Gobierno es el responsable de determinar las necesidades de inversión, y que las implicaciones a largo plazo de esta política justificarían la necesidad de llegar a consensos entre varios partidos con el fin de evitar que cada Ejecutivo se limite a desbaratar las decisiones de sus predecesores.
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