Economía
El efecto Rashomon y la economía
La economía global vive inmersa en una especie de mundo difuso, en el que se confunden las opiniones, casi siempre interesadas, con la realidad
Marco Aurelio (121-180), el último de los llamados «Cinco buenos emperadores» romanos, también conocido como un gran estoico, escribió que «todo lo que escuchas es una opinión, no un hecho. Todo lo vemos es una perspectiva, no la verdad».
La economía global, apunta Rana Foroohard en el Financial Times, sufre «el efecto Rashomon». Por extensión, también se puede aplicar a la economía e incluso a la política española.
El efecto Rashomon no deja de ser una adaptación del pensamiento de Marco Aurelio pasado por el tamiz del cineasta japones Akira Kurosawa (1910-1998) y su película, del mismo título, de 1950. El filme, la película, cuenta la muerte de un samurái y la violación de su esposa en el Japón del siglo XII. Utiliza el procedimiento de yuxtaponer los diferentes relatos de los implicados mediante analepsis. Cada uno aparece como una «historia dentro de la historia». Todas parecen reales en su momento, pero al final ninguna se presenta como verdadera y queda la duda. Es decir, todo es subjetivo y dependiente de la percepción personal.
El segundo mandato de Donald Trump, con sus cambios de opinión en busca de su objetivo, ha generado un clima de de incertidumbre que se mantiene. Sin embargo, incluso desde antes de su regreso a la Casa Blanca, los mercados «han ignorado –escribe Foroohar– los acontecimientos políticos y económicos más dramáticos», incluidos «pandemias, guerras, el derrumbe del sistema comercial global, el auge del nacionalismo de derechas y el populismo de izquierdas: nada parece desestabilizar el espíritu animal –los «animal spiritis», de Keynes (1883-1946)– de los inversores».
Es decir, los mismos datos pueden ser y son interpretados de forma contradictoria por los diferentes participantes del mercado y, en algunos casos –quizá como el español– en el ámbito político.
El gran asunto global es cómo acabará la amenaza de Trump de imponer aranceles, decisión ahora aplazada en teoría hasta el uno de agosto. Ocurra lo que ocurra, Estados Unidos camina con paso firme hacia un aumento descomunal del déficit público, que conducirá a una deuda pública del 120% del PIB, como recuerda Alicia Coronil, economista jefe de Singular Bank, que costará un 4,2% de su PIB en los próximos diez años.
Todo eso, digan lo que digan los aislacionistas, tendrá efectos globales, con incidencia especial en China y en Europa que, a su vez, pretende depender menos de la potencia asiática y avanzar en autonomía estratégica.
España, en ese escenario, no es una isla, por mucho que presuma Pedro Sánchez –lo volvió a hacer en su comparecencia, en teoría, sobre la corrupción, Ábalos, Cerdán y Koldo– de que es la economía que más crece de las grandes de Europa. Es el efecto Rashomon en toda en su plenitud porque las diferencias de percepciones –y de opiniones– son enormes.
Alberto Núñez Feijóo, el líder de la oposición, que ve al alcance de su mano la Moncloa, pero que no las tienes todas consigo, elude, mal que bien, los asuntos económicos. Sufre su propio efecto Rashomon, sin que atisbe cómo encauzarlo para obtener réditos electorales.
Hay, lo niegue quien lo niegue, posturas que no concilian. Ahí está, por ejemplo, para no señalar a nadie más, a Daniel Lacalle, liberal libertario, que espanta, por supuesto, a los estatalistas y keynesianos del PP, que no son pocos.
No hubo, salvo matices, ningún apunte económico-liberal, en la contienda de Feijóo con Sánchez en el Congreso de los Diputados en un debate, digan lo que digan, global y de los que marcan terreno.
El PIB, como dijo el líder del PP, en otra ocasión, «no se come». La denuncia de la corrupción puede alimentar conciencias, pero nunca llega a estómagos y hay muchos agradecidos. La Airef, que preside Cristina Herrero, acaba de explicar que el Ingreso Mínimo Vital (IMV) reduce la probabilidad de encontrar –quizá habría que añadir lo de buscar– empleo en un 12%.
Es el mundo –la sociedad– subvencionada, anestesiada, con la que sueñan, al margen de sus peleas por el poder, Yolanda Díaz o Ione Belarra, ahora distanciadas, pero solo por aquello de quién está en la poltrona y quién no. La única diferencia entre ellas, y no es menor, es que una está en el Gobierno y la otra no, aunque estuvo y, por eso, sabe lo que es perder la poltrona.
Los expertos y los gurús del mercado, que suelen ser más prácticos que los asesores políticos –con frecuencia vendedores de humo-, advierten de que el hecho de que los mercados –las bolsas y el negocio de la compra y venta de deuda pública– todavía no lo reflejen, no significa en ningún caso, que no lo vayan a hacer. Al fin y al cabo, todo lo que vemos es una perspectiva, no la realidad, como percibió Marco Aurelio.