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Paul Krugman, economista, tranquilizador acerca de la IA: “Ya pasaba con internet hace 25 años”
El actual frenesí por la inteligencia artificial recuerda a la burbuja de los 90, pero economistas como el Nobel Paul Krugman advierten de diferencias preocupantes y riesgos que van mucho más allá de lo puramente económico
El temor a que las inteligencias artificiales desarrollen lenguajes propios, incomprensibles para el ser humano, ya no es argumento de ciencia ficción. Lo ha verbalizado uno de sus padres fundadores, Geoffrey Hinton, quien manifiesta su inquietud ante la posibilidad de que estas tecnologías se comuniquen al margen de nuestra supervisión. No es la única voz de alarma que emerge desde el corazón de Silicon Valley. Sam Altman, el consejero delegado de OpenAI, augura efectos negativos para la salud mental de la sociedad, dibujando un futuro fuera de control humano.
De hecho, este debate ético ya ha saltado de los despachos a los tribunales. El reciente caso de una mujer que ganó un juicio contra su empresa tras ser despedida y reemplazada por un sistema de IA demuestra que es un debate con consecuencias directas. A estas preocupaciones se suman los dilemas que plantea el historiador Yuval Noah Harari, quien cuestiona si se debería permitir a una IA, por ejemplo, gestionar su propia cuenta bancaria, abriendo la puerta a una autonomía de consecuencias imprevisibles.
En este contexto, la actual ola inversora que rodea a la inteligencia artificial parece estar impulsada más por el miedo a quedarse fuera que por un análisis riguroso de su impacto real. Es lo que en el argot financiero se conoce como FOMO (fear of missing out), un frenesí que, a diferencia de revoluciones tecnológicas pasadas, no está creando un nuevo ecosistema empresarial, sino engordando a los colosos que ya dominan el panorama.
Una fiebre del oro con distintas reglas de juego
Sin embargo, para el economista Paul Krugman, la euforia inversora actual guarda ciertos ecos del pasado. «Ya pasaba con internet hace 25 años», ha señalado el Nobel, aunque acto seguido matiza que las similitudes son superficiales. El entusiasmo desmedido puede recordar al que se vivió durante la burbuja de las puntocom, pero las bases económicas son radicalmente distintas, según recoge en su blog, y esconden peligros de una nueva naturaleza.
No obstante, la revolución digital de finales de los noventa, pese a su desenlace abrupto en los mercados, trajo consigo la aparición de innumerables empresas nuevas y, sobre todo, un aumento tangible de la productividad en la economía estadounidense entre 1995 y 2005. Aquella efervescencia, aunque especulativa, sembró las semillas de un cambio estructural que diversificó el tejido empresarial.
Por el contrario, la fiebre del oro de la IA está teniendo el efecto opuesto: consolidando a los gigantes ya existentes. Son empresas como Google, Microsoft o Nvidia las que están capitalizando casi en exclusiva esta nueva frontera tecnológica. El resultado es una concentración de capital y poder político cada vez mayor, alimentada por una intensa actividad de lobby en los principales centros de decisión, lo que añade una capa de inquietud a una tecnología cuyo alcance final todavía se nos escapa.