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Economía

La soledad no deseada: un coste invisible de más de 14.000 millones de euros al año

Representa 8.000 millones de euros anuales en pérdidas de productividad (0,67% del PIB) y afecta especialmente a jóvenes, mujeres y personas que viven en zonas rurales. Se trata de un problema de alcance nacional que aún carece de una ley marco en materia de políticas sociales.

La soledad no deseada: un coste invisible de más de 14.000 millones de euros al año Freepik

La soledad no deseada no es solo una experiencia emocional dolorosa; es también un problema estructural con graves consecuencias sanitarias, sociales y económicas. En España, este fenómeno tiene un coste estimado de 14.141 millones de euros al año, lo que equivale al 1,17% del PIB, según el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, impulsado por Fundación ONCE.

Una cifra que invita a repensar la forma en que entendemos y abordamos esta realidad. «La soledad no deseada no es solo un problema emocional: tiene un enorme impacto económico», subraya Matilde Fernández, presidenta del Observatorio. «Incluye el gasto sanitario, la pérdida de productividad laboral y un enorme coste humano y social que aún no se mide del todo».

El informe del Observatorio detalla que los costes sanitarios directos vinculados a la soledad no deseada —como hospitalizaciones, consultas médicas y medicamentos— alcanzan los 6.101 millones de euros anuales (0,51% del PIB). Solo el consumo de medicamentos representa casi 496 millones de euros. Además, las personas que viven en soledad no deseada presentan tasas significativamente mayores de ansiedad, depresión y enfermedades cardiovasculares, así como un uso más intensivo de los servicios sanitarios, especialmente en atención especializada y urgencias.

«Cuando la depresión se cronifica, requiere intervención directa desde la sanidad pública», explica Fernández. «También hay más casos de diabetes, deterioro cognitivo y enfermedades del corazón, como infartos o anginas de pecho, asociados a estados prolongados de ansiedad».

El consumo de fármacos es otra señal de alarma: un 33,1% de las personas en soledad toma tranquilizantes o relajantes, frente al 12,9% del resto de la población; y un 23,5% utiliza antidepresivos o estimulantes, frente al 5,3%.

A los costes sanitarios se suman los 8.000 millones de euros anuales en pérdidas de productividad (0,67% del PIB). Las personas afectadas por soledad no deseada suelen presentar bajas laborales prolongadas, reducción de jornada o incluso abandono del empleo.

Por otro lado, el estudio cuantifica por primera vez el impacto de la soledad en la calidad de vida, utilizando el indicador AVAC (Años de Vida Ajustados por Calidad). La pérdida anual de calidad de vida equivale a más de 1 millón de AVAC, lo que representa el 2,79% de los años de vida en buena salud de toda la población española mayor de 15 años.

¿A quién afecta más?

La soledad es un fenómeno de importancia creciente. En España se estima que el 20% de las personas sufren soledad no deseada (datos del 2024). La soledad no deseada no es un fenómeno puntual o pasajero, pues los datos de 2024 muestran que existe una soledad crónica o de larga duración.

Dos de cada tres personas (67,7%) que sufren soledad llevan en esta situación desde hace más de 2 años y un 59% desde hace más de tres. Aunque suele asociarse a personas mayores, la soledad no deseada también afecta —y mucho— a los jóvenes.

La prevalencia más alta se da entre los menores de 30 años (21,9%), especialmente en zonas rurales. El 31,4% de los jóvenes en soledad no se sienten satisfechos con la calidad de sus relaciones de amistad, mientras que el 58,1% de los jóvenes en soledad han sufrido acoso escolar o laboral alguna vez.

"La soledad tiene forma de U: afecta a jóvenes en zonas rurales y a personas mayores de 80 años que viven solas sin haberlo elegido"

A partir de ahí, la soledad no deseada disminuye progresivamente hasta los 65-74 años (el tramo con menor incidencia), pero vuelve a aumentar a partir de los 75 años, alcanzando un 12,2%. Fernández lo resume así: «La soledad tiene forma de U: afecta a jóvenes en zonas rurales y a personas mayores de 80 años que viven solas sin haberlo elegido. Pero también está presente en la población en edad productiva, que se siente desbordada y pide excedencias o bajas porque ya no puede con todo».

De las personas que actualmente no se sienten solas, más de una de cada tres (36,6%) tuvo una etapa en la que se sintió bastante o muy sola. Siete de cada diez personas han sufrido soledad no deseada en algún momento de su vida, sea en el momento actual o en alguna etapa del pasado.

Más en mujeres

La soledad no deseada es más frecuente entre las mujeres que entre los hombres: el 21,8% de las mujeres se sienten solas frente al 18,0% de los hombres. Es también mayor en las personas con discapacidad (50,6%), en las personas con origen migratorio (32,5%) o en las personas LGTBI+ (34,4%).

Además, la mitad de las personas con problemas de salud mental sufren soledad no deseada (49,8%). El 79% de las personas identifica causas externas como origen de su soledad: la falta de convivencia o apoyo familiar (57,3%), la distancia geográfica con seres queridos (11,9%), el cese de una convivencia habitual (10,5%) o la incomprensión del entorno (8,2%).

Las causas laborales suponen un 11,1%, siendo el exceso de trabajo la principal. Otras razones incluyen el aislamiento por entorno (8,6%) o ejercer tareas de cuidado (2%). En cuanto a las causas internas, un 12,7% de las personas señala dificultades personales para relacionarse, y un 6,4% vincula su soledad a problemas de salud, incluida la discapacidad.

Por otro lado, la relación entre soledad y salud es bidireccional. Quienes se sienten solos presentan más enfermedades, peor percepción de su estado de salud y mayores limitaciones para realizar tareas básicas del día a día. Un 25,4% tiene dificultades para vestirse, lavarse o comer, y un 6,5% afirma estar gravemente limitado. La proporción de personas que no cuentan con apoyo en caso de necesitarlo es el triple entre quienes sufren soledad no deseada que entre quienes no la sufren (17,9% frente a 6,6%). Además, la soledad no deseada es un factor de riesgo comprobado para enfermedades mentales, cardiovasculares e incluso para la muerte prematura.

El nivel educativo también influye

La soledad está inversamente relacionada con el nivel educativo. Entre las personas que tienen un nivel educativo inferior a educación primaria se observa una prevalencia de soledad más de diez puntos superior. Asimismo, las personas en situación de desempleo tienen una tasa de soledad más del doble que las personas ocupadas (36,3% frente a 16,2%).

La soledad está muy relacionada con la capacidad económica. La prevalencia de la soledad no deseada es más del doble en la población que vive en hogares que llegan con dificultad a fin de mes (30,1%) que en los que llegan con facilidad (13,3%). La pobreza parece tener efecto similar en la soledad entre los hombres que entre las mujeres. Sin embargo, la abundancia de ingresos tiene un efecto más positivo en hombres que en mujeres. Entre las personas que llegan con facilidad a fin de mes, la prevalencia entre hombres es bastante inferior a la de las mujeres en la misma situación económica (11,4% frente a 15,3%).

¿Qué se está haciendo?

A nivel estatal, el Gobierno está ultimando un marco estratégico nacional que permita evaluar programas piloto y extender buenas prácticas. «Nos falta una ley marco de políticas sociales y un sistema homogéneo de recogida de datos», denuncia Fernández. «Cada comunidad aporta información fragmentada, lo que dificulta diseñar políticas públicas eficaces. Aun así, creo que en cuatro o cinco años España podrá presentar un balance sólido».

Comunidades como Galicia, Asturias, Cantabria o Aragón ya han puesto en marcha estrategias para combatir la soledad, aunque con distinto grado de desarrollo. En Andalucía, el Plan Estratégico Integra 2020-2023 para Personas Mayores busca garantizar una atención preventiva, sostenible e integral que permita a los mayores disfrutar plenamente de sus derechos.

Castilla y León, por su parte, apuesta por la Red Amiga, un proyecto comunitario que fomenta la implicación ciudadana para crear entornos más amigables y de encuentro.

En el ámbito local, destacan iniciativas como la del Ayuntamiento de Barcelona, que ha diseñado una estrategia con 4 ejes y 25 objetivos liderada por la Concejalía de Infancia, Juventud, Personas Mayores y Personas con Discapacidad.

En Madrid, el Plan Municipal contra la Soledad No Deseada combina la acción institucional de Madrid Contigo con la cercanía vecinal de Madrid Vecina, además de colaborar con asociaciones como Grandes Amigos.

¿Qué hace Europa?

A nivel europeo aún no existe una estrategia común contra la soledad, pero varios países han tomado la delantera. El Reino Unido creó en 2018 un Ministerio para la Soledad, pionero a nivel mundial, tras constatar que entre el 5% y el 18% de su población se siente sola de manera frecuente.

En Francia, donde 4,6 millones de mayores de 60 años se sienten solos, se lanzó en 2013 el programa Monalisa, una red nacional que ofrece apoyos individuales, grupales y comunitarios y que hoy está presente en la mayoría de departamentos.

En Países Bajos, el Plan de Acción contra la Soledad (2014) promovido por el Ministerio de Salud buscó detectar precozmente el aislamiento y concienciar a la sociedad, sumando al esfuerzo público a empresas y organizaciones sociales en un gran partenariado nacional.

La tecnología se ha convertido también en un aliado fundamental. Como explica Matilde Fernández, el 50,1% de los españoles cree que ayuda a sentirse más acompañado y más del 82% la valora como herramienta de conexión social cuando se utiliza para generar relaciones reales fuera de internet. Ejemplos de ello son los servicios de teleasistencia —que recuerdan medicación o brindan compañía— o la llamada prescripción social, ya implantada en otros países, que en lugar de limitarse a recetar fármacos incorpora actividades culturales, ejercicio físico o grupos comunitarios. En Barcelona incluso existen programas intergeneracionales, donde jóvenes acompañan a mayores al teatro, generando vínculos que mejoran la salud y el bienestar.

Más allá de los datos, la presidenta del Observatorio lanza un mensaje claro: «Tenemos que construir sociedades de los cuidados. Vivimos más años y necesitamos apoyos a lo largo de toda la vida, desde la infancia hasta la vejez. Los cuidados deben dejar de verse como un gasto para empezar a entenderse como una fuente de riqueza, empleo y cohesión social». En esa misma línea, subraya que la soledad no deseada se combate con más conexiones sociales: barrios vivos, asociaciones, cultura, voluntariado y servicios públicos fuertes. «Esto no solo reduce el sufrimiento individual, también fortalece a la sociedad en su conjunto».