Política
Cordura
Los españoles demandan más cordura y menos trincheras, liderazgos como el del Rey y ejemplos como el de unas Fuerzas Armadas cuya entrega en la crisis del Covid-19 ha emocionado
Los políticos aparecen en posiciones de privilegio entre las preocupaciones de los españoles. Es algo recurrente en los estudios de opinión desde hace años y no mejora. Es paradójico que los designados por la confianza de los votantes para resolver los problemas del país se conviertan en objetos de su desafecto. No han aprovechado el gastado aforismo que asegura que toda crisis encierra una oportunidad. Camino de los tres meses de restricciones y confinamiento, el sacrificio de los ciudadanos ha encontrado una réplica desabrida y tosca en la gestión de los servidores públicos. Es una obviedad que en la peor crisis del país en su historia reciente, el clima institucional es de una toxicidad impropia del sufrimiento de una sociedad doliente.
En las últimas semanas, de manera más aguda aún en estos días pasados, los debates parlamentarios se han tornado en un navajeo estúpido y malvado. No ha habido un ápice de interés por alimentar de sentido y eficacia a la comisión de reconstrucción, sino un afán por perseverar en la dialéctica de la destrucción. En el pugilato de algunas de sus señorías no hallamos un minuto para los miles de muertos, contagiados y empobrecidos, y eso lo describe todo. La retórica tabernaria de los diputados ha abonado el frentismo, como si el lugar apropiado para ellos sea un mentidero cainita y no la casa de la soberanía nacional. Las responsabilidades de este desafuero están repartidas, pero no son idénticas. Sería injusto abonarse a la tesis de la equidistancia y del todos son iguales, porque además no responde a la verdad. Quien ocupa el Gobierno de la nación está obligado a liderar y a generar el clima de entendimiento y encuentro propicio. Pedro Sánchez debió establecer esa comunicación fluida con el principal partido de la oposición y el resto de los grupos de la Cámara que respetan y defienden la Constitución, pero cegó los cauces. Su voluntad nunca fue pactar, sino imponer, bajo una voluntad despótica y personalista, y de paso expulsar al Partido Popular de cualquier solución nacional para abundar en la polarización y la fractura que piensa que le reportarán réditos. Pablo Iglesias e Irene Montero han utilizado la atalaya del Gobierno, con la complicidad de Moncloa, para emprender una estrategia de tierra quemada contra los cimientos de la democracia a la espera de pescar contra todos, también el PSOE, en la galerna que se avecina. Su deslealtad es aprueba de bombas. Con el manejo sagaz de la propaganda y la imagen, todos se ha esforzado tanto o más en presentar al PP como el gran culpable del cataclismo que en responder a este.
Pese a todo, los españoles son muy críticos con la gestión de la crisis. Y, sin embargo, la oposición tendría que interpelarse por qué esa desazón ciudadana no se traduce en mayor refrendo a sus posiciones. El control férreo al Ejecutivo de turno es un pilar de la democracia, así como el propósito de que la alternancia se consume. En este punto determinados brotes volcánicos, como el de Cayetana Álvarez de Toledo, rinden un mejor servicio a un gabinete que no desea que su negligente labor en la tragedia pueda ser objeto del escrutinio público, y sí dirimir el pulso en el barro. La democracia no se defiende sola ni existe una ley suprema que la inmunice y la salvaguarde para siempre. Este país guarda en sus anales demasiadas referencias de tragedias provocadas por las mezquindades y el cainismo. Desde la izquierda extrema, y la otra, se juega con el fuego guerracivilista con una temeridad desasosegante, y se abona un marco mental de asonada militar e insubordinación, una polvareda con que camuflar la incapacidad y la incompetencia. Los españoles necesitan más cordura y menos trincheras, liderazgos como el del Rey y ejemplos como el de unas Fuerzas Armadas cuya entrega en esta crisis del Covid-19 ha emocionado. Como Don Felipe recordó ayer en el Día de las FAS, «España es un gran país que encara de frente las dificultades y las sabe vencer». No será sencillo. Dos años después de la moción de censura de Sánchez, se constata un tiempo fallido en manos de un gobernanza nociva como pocas.
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