Editoriales
Rearmar un partido que España necesita
En un escenario de radicalidad ideológica la moderación paga peaje
El mal resultado del Partido Popular en Cataluña, no mucho peor, sin embargo, que el que cosechó en los comicios de 2017, responde a múltiples factores cuyo análisis sereno, es decir, sin tremendismos ni urgencias corresponde, por supuesto, a su actual dirección, aunque puedan señalarse desde fuera los más evidentes, como la incorporación a las candidaturas de «paracaidistas» venidos de otras formaciones concurrentes, de encaje complicado en la estructura del partido y sin demasiado tirón electoral, más allá de los titulares efímeros del primer día. También, por supuesto, los ecos de la pertinaz campaña de la «corrupción del PP», que, a tenor de como se estiran los procesos judiciales y mediáticos a lo largo de décadas, debe ser un caso único en el mundo de la política, especie de estigma que para la que, tal vez, sólo tal vez, el cambio de sede no sea suficiente paliativo.
Sufren los populares, ciertamente, de un doble rasero, pero es así mismo verdad que lo que la opinión pública considera una práctica normalizada, por su extensión, en la izquierda, se acoge con menos tolerancia en la derecha, comenzando porque la percepción de la corrupción pública entre los votantes conservadores es mucho más severa. No es el PP una formación con más corruptelas que otros partidos, pero la realidad es la que es y negarla es caer en el mismo voluntarismo de las recetas económicas y sociales, por ejemplo, de Unidas Podemos. Podríamos apuntar otras causas de la derrota, ya decimos que los factores son múltiples, pero todas quedan desdibujadas ante el hecho de que España está, política y socialmente, inmersa en un proceso de radicalización, que inevitablemente ha calado en amplios sectores de la población y que, como en el caso del proceso separatista catalán, extrema las posiciones.
En este escenario de confrontación ideológica suma, fértil al populismo y al voto de contestación, la propuesta de un partido centrado, que busca la moderación, paga necesariamente un peaje, pero es, al mismo tiempo, una apuesta necesaria para el futuro de la nación, como demuestra la reciente historia democrática española. La cuestión es si el actual líder del PP, Pablo Casado, es capaz de sacar adelante el envite en medio del ruido de fondo y del ambiente enrarecido. Si es capaz de volver a trasladar a una mayoría social los valores que encarna un partido que responde perfectamente al modelo de la derecha moderna europea, comprometido con la defensa de las libertades individuales, y sin más dogmatismos que el respeto a los principios constitucionales. Rearmar ideológicamente un partido que, lejos de la caricatura interesada de los adversarios, tiene impresa la cultura del acuerdo que hizo posible la Transición, que, por supuesto, no supone cesión de principios.
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