Editorial

Camino hacia ninguna parte

ERC y JxCat ya sólo aspiran a dominar Cataluña con el señuelo de la independencia

Tres meses después de celebrarse las elecciones del 14 de febrero, a diez días de que venciera el plazo para volver a las urnas y en mitad de la peor crisis sanitaria y económica de los últimos años, al fin ERC y JxCat han anunciado que han llegado a un acuerdo para formar gobierno. Se desconoce cuál ha sido el nudo gordiano que había que desenredar –o atar con más fuerza– para que dos partidos que han gobernado en coalición desde 2017 se entendieran. Es lógico, por lo tanto, que el anuncio de ayer se mire con escepticismo, incluso con el convencimiento de que nada bueno puede salir de dos socios que parecían incapaces de sellar un pacto. Ahora sabemos que era por un reparto del pastel.

En estos últimos días, cuando se empezaba a ver que la apuesta al límite entre ambos partidos iba a acabar en el precipicio, lo que más ha pesado han sido las encuestas que anunciaban que los herederos de Pujol podrían perder más votos si continuaban jugando a la ruleta rusa a costa del futuro de los catalanes. Querer adivinar por el reparto de carteras cuál de los dos partidos, si el de Junqueras o el de Puigdemont, va a tener más influencia y pilotará esta nueva etapa del «proceso» es algo ocioso: ambas fuerzas no se fían entre sí, pero se necesitan. Pere Aragonès será el nuevo presidente de la Generalitat, pero los departamentos que van a desarrollar la agenda política son una franquicia de Waterloo: Economía para gestionar los fondos europeos, Exteriores para seguir «internacionalizando el conflicto», Justicia para presionar en los indultos que se exigirán a Pedro Sánchez y Salud para rentabilizar –ahora sí– el final de la pandemia. Esto sí, ERC controlará TV3 y todo el aparato de propaganda subvencionado desde Presidencia.

En definitiva, nada ha cambiado. Nada se oyó ayer del programa para mejorar la vida de los ciudadanos, ni aunque fuera por empatizar. Con lo que no cuenta este gobierno es con el desafecto hacia las instituciones de autogobierno, que han resultado ser una maquinaria política al servicio de una parte de la ciudadanía. Cuando Aragonès justificó ayer el retraso de tres meses porque «somos un país plural y diverso» es un insulto a esa parte del país –la mitad por lo menos– con la que no se cuenta. Su socio, Jordi Sánchez, que disfrutó de un permiso carcelario, se supone que para este acto, sólo incidió en su intervención en «hacer posible que en el menor tiempo posible el país pueda alcanzar la autodeterminación», o «avanzar hacia la independencia» o «llegar a ser una república catalana». Por lo tanto, las dos almas del independentismo –y la atenta vigilancia de los izquierdistas de la CUP– siguen avanzado hacia el fortalecimiento del bloque que representan. En estos momentos, ERC y JxCat ya sólo aspiran a dominar Cataluña, todos sus resortes de poder, político y social, con el señuelo de la independencia.