Editorial

Oscura encrucijada para Reino Unido

La sensación es que el vendaval nacional e internacional ha coincidido con una clase gobernante británica de limitada capacidad y competencia

Liz Truss se convirtió ayer en el primer ministro más breve en la historia del Reino Unido. Tras 45 días en Downing Street, capituló bajo el rodillo de prensar biografías que es el Partido Conservador. Sus conmilitones se revolvieron con su habitual pulsión cainita tras la crisis financiera provocada por un mal presupuesto, que disparaba el gasto y el déficit, y que desencadenó una evolución negativa de los índices económicos hasta acabar con el desmantelamiento prácticamente total del programa fiscal que el Ejecutivo británico había anunciado en septiembre. Las encuestas, con un desplome incesante que amplió la ventaja de los laboristas a los 30 puntos, inflamaron las voces internas que exigían la renuncia, alentadas por las dimisiones de Kwasi Kwarteng como secretario del Tesoro y Suella Braverman como secretaria de Interior. Los conservadores se han esforzado lo indecible por suicidarse y están en el camino de desfondar a la institucionalidad británica con efectos impredecibles. El cese de Truss, que llegó al poder después de un sufragio entre la militancia, refuerza una dinámica que se ha cobrado cuatro líderes conservadores en seis años, con las dimisiones sucesivas de David Cameron, Theresa May y Boris Johnson desde el 2016, y tras el voto a favor del Brexit. No puede ser casualidad, y lo que es peor no existe garantía de que los tories sean capaces de encontrar la salida en un laberinto retorcido por el invierno financiero, la inflación nunca vista y el fantasma de la secesión escocesa. Como grupo gobernante, su responsabilidad en la deriva declinante de la nación desde la absurda y nociva salida de la Unión Europea es principal. La sensación es que a Reino Unido, como a España, el vendaval nacional e internacional de estos años, que ha fragilizado el orden mundial y sus certidumbres, le ha coincidido con una clase gobernante de limitada capacidad y competencia y que la envergadura del envite la ha sobrepasado. La oposición laborista, por medio de su líder Keir Starmer, ha urgido elecciones con un discurso oportunista: «No podemos seguir adelante con este caos y necesitamos un nuevo principio». Pero tampoco parece que la izquierda británica, abrazada a recetas anacrónicas y a todos los tópicos del credo progresista y populista, sea el remedio que los británicos necesitan. La encrucijada es mayúscula para un país que además acaba de perder a una figura que aportó equilibrio, confianza y ejemplaridad en otros instantes oscuros como la reina Isabel II. Carlos III no es su madre, aunque la institución y lo que representa serán siempre un asidero y un baluarte hasta que se pruebe lo contrario. Los conservadores elegirán nuevo líder, pero sobre todo deberán acertar y estar a la altura por una vez en años. Rishi Sunak, titular de Economía durante la pandemia, se perfila como favorito. Pronosticó el desastre de los planes fiscales de Truss y eso lo avala. La estabilidad británica no le es indiferente a Europa. Hay un riesgo cierto de que el caos político contagie la calle y entonces...