Gobierno de España
Mal socio para un final de legislatura
Pedro Sánchez encara el año final de la legislatura acompañado por un socio, Unidas Podemos, desgarrado internamente y necesitado de marcar un perfil propio más acusado, si no quiere diluirse en la irrelevancia
Hoy se cumplen tres años desde que se celebraron las últimas elecciones generales, que dieron la victoria al Partido Socialista con una exigua mayoría, y el aniversario coincide con un nuevo brote de desacuerdo interno entre los socios del Gobierno, en esta ocasión a cuenta de la actuación del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en los trágicos sucesos de Melilla, y con las encuestas comprometiendo seriamente las posibilidades de reeditar la victoria en las urnas por parte del inquilino de La Moncloa. O, dicho de otra forma, Pedro Sánchez encara el año final de la legislatura acompañado por un socio, Unidas Podemos, desgarrado internamente y necesitado de marcar un perfil propio más acusado, si no quiere diluirse en la irrelevancia.
No es, desde luego, una papeleta fácil para el jefe del Ejecutivo, que ha tenido que recurrir al apoyo indirecto del Partido Popular para contener el furor ideológico de la extrema izquierda en cuestiones tan sensibles como la ley de vivienda, la ley transgénero o la reforma de la llamada «ley mordaza», que, de aprobarse en su redacción actual, no cabe la menor duda de que pasarían una factura sensible a las expectativas electorales socialistas.
De ahí, que haya que mirar desde cierta distancia y algo de escepticismo la «feroz» campaña desatada contra el presidente de los populares, Alberto Núñez Feijóo, con momentos que rayan el esperpento, como cuando se utiliza la tribuna del Consejo de Ministros como el atril de un mitin político, porque a medida que se aproxime la cita con las urnas, especialmente tras la convocatoria en mayo de las elecciones autonómicas y municipales, el presidente del Gobierno necesitará cada vez más frecuentemente del voto, en cierto modo obligado, del principal partido de la oposición frente al maximalismo de sus socios.
Y no sólo del de Unidas Podemos, ya que los partidos nacionalistas que conforman la mayoría de la investidura tienen agendas políticas propias que defender en las urnas y exigencias que no son especialmente bien recibidas entre amplios sectores del voto socialista. Con un problema añadido, que los sondeos de opinión, incluidos los del inefable CIS de Tezanos, no auguran, precisamente, que se vaya a producir un gran trasvase de votantes de la extrema izquierda hacia el PSOE ni, mucho menos, que la vicepresidenta Yolanda Díaz, empleada como ariete contra los morados desde La Moncloa, pueda obtener los mismos resultados de Pablo Iglesias hace tres años.
En cualquier caso, hablamos de una mera cuestión de lógica política, frecuente en los gobiernos de coalición cuando se aproxima el final de la legislatura y hay que disputar los sufragios urna por urna. Con una particularidad, que la crisis económica y social está pasando mayor factura al socio minoritario, lo que no augura nada bueno.
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