Editorial

Cordón sanitario a millones de españoles

Sánchez no tendrá a su disposición una alfombra roja, primero como perdedor de las elecciones, y luego, por la hegemonía territorial del PP

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro SánchezPSOE EFE

La evolución de las negociaciones sobre los pactos de gobierno ha puesto de nuevo negro sobre blanco la voluntad del sanchismo de borrar del mapa político al centro derecha, especialmente el Partido Popular, primer partido de la nación en las últimas elecciones generales. La del presidente del Gobierno en funciones es una manera de interpretar la política maniquea, en la que ha adjudicado al adversario el rol de enemigo y artífice de las peores fechorías. El discurso del miedo, que ha calado en partes esenciales de la sociedad en los recientes comicios gracias a la descriptible fibra ética de sus poderosísimos terminales mediáticos, depende en su médula de que el otro, la derecha, resulte criminalizado hasta provocar una suerte de voto de autodefensa en ámbitos determinados de la ciudadanía. Es una política tóxica, en negativo, que carcome las vigas maestras de la arquitectura del estado de derecho, que en muy buena medida se cimienta en la alternancia que significa la alternativa, sin espacio para el discurso único ni el dogmatismo de caudillismos pseudodemocráticos. El boicot del jefe del sanchismo a la negociación para una gran coalición entre PSOE y PP que garantizara la estabilidad en Ceuta ha sido el fruto de esa pulsión frentista, que antepone los planes personales a los intereses generales, en este caso de la gente de la ciudad autónoma, condenada ahora a un horizonte de incertidumbre e inseguridad. Sánchez no solo ha dejado en evidencia y ha desautorizado con tintes caciquiles a los socialistas ceutíes, sino que ha despreciado la voluntad popular. El ejercicio más noble, el único posible que hace honor a la democracia, es el gobierno para todos los ciudadanos sin excepción, pero el sanchismo ha consagrado la exclusión del opositor, manifestada en un cordón sanitario al centro derecha y a los más de once millones de personas que secundan las distintas opciones. El redivivo Pacto del Tinell que la izquierda y el separatismo encarnan con la vista puesta en la investidura, del que emana la ponzoña segregadora entre españoles buenos y españoles malos, aboca al país a un nuevo periodo de confrontación y deterioro en un horizonte de preocupación económica. En todo caso, Sánchez no tendrá a su disposición una alfombra roja, primero como perdedor de las elecciones, y luego, por la hegemonía territorial del PP, con Aragón como el último eslabón que sumar a la cadena. El grupo que lidera Alberto Núñez Feijóo ha demostrado que cree y sabe alcanzar acuerdos entre diversos. Vox, el PNV y el PSOE, versión PSC, se han beneficiado de su generosidad y de sus convicciones como partido de Estado. El PP que ha consensuado gobiernos con Vox ha sido el mismo que ha regalado alcaldías y alguna diputación a peneuvistas y socialistas sin que estos siquiera lo hayan agradecido. Que el sanchismo y sus socios puedan seguir en el poder certificará un tiempo de retroceso y de involución contra la mayoría social al que habrá que replicar con una oposición total.