Editorial

Era obvio que el PSOE vendería Pamplona

Con esta decisión, el PSOE cruza una de esas líneas rojas no escritas y concede el espaldarazo político al partido heredero de la banda terrorista etarra.

Pedro Sánchez
Spain's Prime Minister Pedro Sanchez looks on before addressing the European Parliament Wednesday, Dec. 13, 2023 at in Strasbourg, eastern France. Jean-Francois BadiasAgencia AP

Pocos ejemplos más acabados de cinismo político que la intervención del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la sesión de su investidura, cuando se jactaba ante el diputado Antonio Catalán de que el PSOE había permitido el gobierno de UPN en la capital navarra. De fondo, la campaña contra los inmorales pactos del PP y Vox, argumento canónico de la izquierda para justificar hasta lo injustificable, desde la amnistía a la financiación a la carta de sus aliados de circunstancias.

Pues bien, apenas 27 días después, los socialistas han rendido Pamplona a Bildu mediante la presentación de una moción de censura, que reúne los votos de cuatro formaciones, como, por cierto, ya hicieron con la Federación Navarra de Municipios, entregada al alcalde bilduetarra de Tafalla, Xabier Alcuaz. Con esta decisión, el PSOE cruza una de esas líneas rojas no escritas y concede el espaldarazo político al partido heredero de la banda terrorista etarra.

Reacciones como la del líder socialista de Aragón, Javier Lambán, declarando su desolación por lo ocurrido, demuestran que la decisión va a incrementar el mar de fondo que agita al PSOE, lo que explica el patético intento de los portavoces gubernamentales y de la propia Bildu de desvincular la entrega de la capital foral al precio a pagar por Pedro Sánchez para conseguir el apoyo de Arnaldo Otegui a su investidura, pese a que era obvio que el PSOE iba a vender Pamplona a los bildutarras.

Más allá de las consideraciones morales, –pues hablamos de un partido que sigue sin condenar el terrorismo de Eta, más allá de «lamentar» el mal causado; que no colabora con la Justicia en el esclarecimiento de los crímenes sin resolver de la banda y que pretende imponer una relectura infame de la historia trágicamente vivida por los españoles– nos hallamos ante un hecho político que no es posible desdeñar porque da carta de naturaleza «progresista» a una formación xenófoba, blanquea a los antiguos asesinos y, es lo importante, abre la puerta a otros pactos y acuerdos en el País Vasco, que pueden llevar a los abertzales a un gobierno de «progreso» en Vitoria, desalojando a un PNV que, ahora, se define progresista, pero menos, y cuyos diputados en el Congreso se movían ayer entre la inquietud y el disimulo.

Y no valen las declaraciones de protesta de los dirigentes socialistas vascos, asegurando que nunca pactarán con Bildu un ejecutivo vasco, porque son las mismas que hacían los socialistas navarros, antes de que Pedro Sánchez se viera obligado a pactar su investidura. Con todo, el problema principal es que todavía los españoles no saben lo que ha prometido Sánchez, tanto en el «pacto de la capucha» con Bildu, en acertada expresión de Núñez Feijóo, como en los acuerdos que se están tratando en Suiza con los nacionalistas catalanes. Pero es anatema hablar de «fraude» a los electores.