El Euroblog
Un amargo Día de Europa
Ayer 9 de mayo se sucedieron a lo largo y ancho de la UE los actos para festejar el Día de Europa. Para recordar aquel hito histórico que supuso la Declaración Schuman en 1950, sólo cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Con su anuncio, Francia, Alemania, Italia y los países del Benelux aceptaban ceder parte de su soberanía a favor de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).
Pero hoy ya nadie se acuerda de la CECA, preludio de la UE y el euro, ni de que supuso la primera piedra para construir la reconciliación entre los europeos. Las nuevas generaciones no vivivieron los traumas de la Segunda Guerra Mundial y consideran la paz como algo dado sin más. Los jóvenes europeos, en cambio, están más preocupados por la crisis que no cese y la lacra del paro, que se ceba especialmente en ellos. Los 26 millones de desempleados que hay actualmente en la UE no tienen mucho que celebrar.
A un año de las elecciones europeas y tras cinco años de crisis, la UE se enfrenta probablemente al mayor reto de su historia: volver a seducir a una población que contempla (con o sin razón) las instituciones europeas como las responsables de profundizar la depresión económica con la política del "austericidio". Y es que hasta el presidente de la Comisión Europea, José Mnauel Durao Baroso, reconoce que la "política de austeridad ha llegado a su límite". El error de aplicar la política alemana en el resto de socios europeos está conduciendo a la población de los países mediterráneos a alejarse cada día más de Europa. Ése es el caso de de España, dóndo sólo el 20% de la población confía en la UE, frente a un 61% que lo hacía en 2004. En Italia, el europeísmo ha bajado en el mismo período del 56 al 31%. Esta desafección ha sido aprovechada rápidamente por los partidos populistas, xenófobos y ultraderechistas de toda Europa, que han sabido aglutinar el voto del miedo. Los sondeos anticipan un Europarlamento ingobernable dominado por los euroescépticos. Un mono con un revólver en la mano, se ha aventurado a bautizarlo gráficamente un eurofuncionario. Mientras, para mayor desánimo de los que soñamos con una Europa más integrada y solidaria, los partidos tradicionales (conservadores y socialdemócratas) endurecen su política migratoria para evitar una sangría de votos a manos de los populistas. La cesión de mayores cuotas de soberanía se ha convertido, además, en un anatema.
Sólo cuando Europa vuelva a ser vista como una oportunidad para solucionar los problemas, los ciudadanos volverán a confiar en ella. Ahora sólo es la madrasta que aplica con rigor las órdenes de Berlín, que suma un superávit comercial de 220.000 millones de euros. Tal vez y sólo tal vez, Angela Merkel dé su brazo a torcer tras las elecciones europeas si se ve obligada a pactar con los socialdemócratas o Los Verdes. Pero tampoco es seguro entonces, pues la izquierda alemana ha secundado a pies juntillas la política europea de la canciller durante la última legislatura.
Pese al negativo escenario, sí, estoy convencido, podemos y debemos seguir celebrando el Día de Europa. En el hipotético y remoto caso de la que la UE fracasara y muriera algún día, lo haría víctima de su éxito. Ese poder de atracción que, por ejemplo, ha acercado a enemigos irreconciliables como Kosovo y Serbia. Aún hay esperanza...
pgarcia@larazon.es
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