Política

El bipartidismo, tocado pero no hundido

El bipartidismo, tocado pero no hundido
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Entre el 70 y el 80% de los votos ha venido sumando el bipartidismo PP-PSOE desde las generales de 1982. Con ligeras variaciones, se ha mantenido así hasta ahora, cuando la irrupción de nuevas fuerzas ha hecho que del 73,3% de los comicios de 2011 pasemos ahora a apenas un 50%, una cifra que se acerca más a la obtenida por ambos en las municipales de mayo (52,08%) o las europeas de 2014 (49%). No es un fin como tal de este sistema, pero sí un cambio de tendencia que se viene viendo, sobre todo, en el último año y medio.

Como una premonición, el acertado análisis de estas elecciones lo escribió Benito Pérez Galdós en uno de sus «Episodios Nacionales», el dedicado a Cánovas del Castillo. Vaticinaba el fin del bipartidismo, lo que llamaba «el turnismo al más puro estilo Cánovas y Sagasta», como un modelo agotado.Las palabras de Galdós eran muy críticas con el sistema bipartidista decimonónico y cien años después resultan proféticas. El descontento, el tamaño de los distritos y la fragmentación de la izquierda con la deriva de los partidos nacionalistas hacia la independencia, son factores a valorar en el ocaso de este sistema.

El bagaje electoral español deja algo claro: un bloque de centro-derecha, aglutinado mayoritariamente por el PP con escarceos de formaciones esbirras como C’s. Y otro de izquierdas, cuya entrega absoluta de Pedro Sánchez a las formaciones y mareas de Podemos, les ha dado el poder a cambio de nada. Entre los primeros, Mariano Rajoy salvó a España de un rescate, inició la recuperación y sentó las bases de un buen tejido económico. En los segundos, difícil es perdonar a Sánchez su «cordón sanitario» contra el PP, su trampolín en territorios a los podemitas en detrimento del PSOE, que se quedó en puertas y dejó el poder a unos nuevos insurgentes. Lo dijo Felipe González, si la experiencia es un grado, lo contrario es arriesgado.

El secreto del derrumbe bipartidista tradicional obedece a causas políticas, emocionales y técnicas, y no puede explicarse sin un recorrido detallado desde la Transición. En las elecciones de 1977, los residuos del franquismo y los partidos en contra dibujaron un escenario gracias al cual fue posible la Constitución. La pericia de Adolfo Suárez, el sentido de Estado de Manuel Fraga, la llegada de los socialistas de Suresnnes con Felipe González en cabeza, la sabiduría de Santiago Carrillo y la moderación de los nacionalistas catalanes y vascos, liderados por Jordi Pujol y Xavier Arzallus, demostraron la talla de unos políticos que antepusieron el consenso a los intereses. Algo que, en comparación con el actual panorama, produce envidia.

La derecha de aquella época, con Fraga, José María de Areilza, Silva Múñoz y otros nombres del franquismo se integró en Coalición Democrática. Pero fue Suárez quien ideó el centro político y logró aglutinar en UCD las diversas corrientes del centro-derecha e, incluso, algunas socialdemócratas encarnadas por Paco Fernández Ordóñez, un político listo y sagaz hasta el extremo que llevó luego su Partido de Acción Democrática a las filas del socialismo. El PSOE, mermado en el exilio, alcanzaba protagonismo gracias a Felipe y Alfonso Guerra. El Partido Comunista, auténtico foco de oposición clandestina, alcanzó muy buenos resultados liderado por Carrillo. Y catalanes y vascos contribuyeron a la Carta Magna, con la penosa desaparición de Josep María Tarradellas, presidente de la Generalitat en exilio. Un hombre que se entendió a la perfección con Suárez y despreciaba a Pujol.

La historia es conocida y el bipartidismo arranca con fuerza en octubre de 1982, con la victoria absoluta de González. El triunfo del PSOE, la debacle de UCD y la fundación de Alianza Popular conforman un nuevo espacio que sería el germen de la alternancia. Aquel socialismo se consolidó como una auténtica maquinaria de gobierno, integró a España en la UE, la OTAN y renunció a sus postulados marxistas en pro de una moderna socialdemocracia. En el polo opuesto, en1990 José María Aznar clausuró el IX Congreso del PP, quedó investido como nuevo jefe de la derecha española e iniciaba su camino hacia el nuevo centro político. Con la bajada de los comunistas, refundidos en IU, el bipartidismo quedaba consagrado. El tándem Felipe-Aznar, PSOE-PP, pivotaba los destinos políticos. González gobernaba con mayoría absoluta y Aznar preparó con inteligencia, firmeza y hombres como Rajoy la alternativa.

Veinticinco años después, las cosas han cambiado. Las ideologías, no tanto. Rajoy aguantó una crisis sin precedentes. Pagó las consecuencias de unas medidas de ajuste muy duras como se vio en las europeas y las regionales del 24-M. Pero este desgaste no supo capitalizarlo el PSOE de Sánchez, que vio cómo esos desilusionados arreciaban con fuerza hacia una fuerza emergente de extrema izquierda, Podemos. En la otra franja, un altivo Albert Rivera aprovechó como nadie el delirio separatista, la ruptura de CIU y la locura secesionista de Artur Mas. El actual escenario y la irrupción de los partidos emergentes no puede entenderse sin ambas claves: la brutal crisis que aviva el descontento de la izquierda en favor de Podemos. Y la defensa de la unidad de España que fortalece a C’s en Cataluña.

Ni uno ni otro han logrado sus grandes retos, pero el Congreso sigue fragmentado en dos mitades: el centro derecha, con el PP y C’s. Y la izquierda, con el PSOE, Podemos y su marca catalana. Sin olvidar a los nacionalistas, liderados por el PNV, una Esquerra reforzada y unos rescoldos de CIU, cuyo daño ejecutado por Mas jamás le podrá ser perdonado. El bipartidismo ideológico sigue vigente, pero con una geometría diferente. La «P» de pactos y el nuevo poder en España acaban de comenzar.