Jorge Vilches
Mira quién pacta
A estas alturas el PSOE debería estar en otra fase de su campaña, sobre todo si no tiene éxito la actual, pero no es así.
Toda la estrategia sanchista se ha ido por el sumidero. Los socialistas pasaron de denunciar a los «tres fachas» de la foto de Colón a aplaudir la «alerta antifascista» de Pablo Iglesias, y luego a asustar al personal con la llegada al poder de la «derecha extrema» con la «extrema derecha», PP y Vox. La táctica del miedo está muy vista y su efecto es decreciente. La gente no es idiota y el relato no puede con la realidad.
El escándalo por los pactos entre PP y Vox no ha llegado. Salvado el vergonzante escollo creado por María Guardiola en Extremadura, el electorado no encuentra motivo suficiente para alejarse de esos partidos. Génova gestionó bien la crisis extremeña. Sacó a la dirigente del foco mediático, la hizo callar porque sus opiniones personales se las puede guardar, y le dio instrucciones para negociar. La resolución del episodio ha reforzado la imagen de Feijóo como un líder moderado, abierto a las demandas de la ciudadanía y que ordena la casa sin hacer ruido.
A estas alturas el PSOE debería estar en otra fase de su campaña, sobre todo si no tiene éxito la actual, pero no es así. El sanchismo planeó su ataque pensando que el descenso en las elecciones del 28M había tenido dos razones. La primera es la percepción negativa de sus pactos con Podemos, Bildu y ERC. La segunda es el mal feminismo que han propagado desde el Gobierno; es decir, borrar a las mujeres con la Ley trans y soltar violadores con la ley del «solo sí es sí». A esto se ha unido la costumbre de este feminismo de atribuir a los varones ideas y actitudes negativas solo por ser hombres. El resultado es evidente: la fuga del votante a un partido que no le insulta.
A lo primero, a los pactos, Sánchez ha respondido con una comparativa que causa hilaridad. A diferencia de PP y Vox, que acuerdan recortar derechos, dice, sus pactos han sido para ganar derechos. El elector mira a su realidad, se pregunta por dichos derechos, y la respuesta es evidente: debe referirse a los derechos de los golpistas indultados, de los etarras homenajeados y de los condenados por agresión sexual que han visto aligerada su condena. Incluso del «derecho a decidir» que planean los rupturistas si gana Sánchez. Esta comparación solo sirve para el electorado de Bildu y ERC, pero no para el de centroizquierda.
En segundo lugar, para contrarrestar la marcha del electorado feminista y masculino cabreado al PP, el sanchismo habla de «LGTBIfobia» en las derechas. En esta estrategia se ven favorecidos por las manías ideológicas de ciertos elementos de Vox. Casos como el de Valdemorillo, en Madrid, cancelando a Virginia Wolf por lesbiana, y en Mérida, equiparando a dicho colectivo con los pederastas, cumplen los sueños del sanchismo. Si Abascal quiere ser útil al país debería meter en cintura a estos personajes. No debemos pasar de una cancelación a otra, ni de unos tiranos a otros que confunden los derechos con los delitos.
Los socialistas se empeñan en escandalizar ante el riesgo que corren, a su juicio, las mujeres y el colectivo LGTBI por los pactos entre el PP y Vox. Para que el mensaje cuaje Sánchez ha llegado a decir, sin dar nombres, que algunos dirigentes europeos están preocupados por el «retroceso» que puede suponer un cambio político en España.
El género y la sexualidad son temas cruciales en estas elecciones. Es lo único a lo que se va a agarrar Sánchez una vez que los retos de Calviño a Feijóo caen en saco roto. El líder del PP no tiene nada que ganar en un debate económico cuando los españoles tienen a los socialistas por despilfarradores y estranguladores fiscales. ¿Para qué arriesgarse? Lo hizo Pizarro con Solbes y no funcionó. Por tanto, es preciso pactar con normalidad y sin escandalizar si se quiere ganar el 23J.
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