Rebeca Argudo
Una teoría alternativa
La sensación de que Sánchez estaba fuera de sí parece unánime
Tras el debate de anoche entre el presidente actual del Gobierno y el líder de la oposición, parece unánime la sensación de un Pedro Sánchez fuera de sí. Nervioso, incómodo, maleducado, de mal humor. Incluso los medios afines se veían hoy incapaces de disfrazar, ni siquiera de empate, el desaguisado. Tampoco de abordar el fracaso abiertamente. Así que le lavaban la cara hablando de debate bronco y baldío, repartiendo responsabilidades (por lo que pueda pasar). Y yo me disponía a escribir un artículo en ese sentido, ahondando en la idea de lo sorprendente de ver a un Sánchez descontrolado, furioso, que no dejaba hablar, que ignoraba las más elementales normas de urbanidad ignorando incluso las continuas llamadas al orden de los moderadores. Eso podría no sorprenderme de un humano cualquiera, de infantería. Alguien con sus emociones y su corazoncito, con sus días mejores y sus días peores. Pero es que estamos hablando de Pedro Sánchez, que es una especie de Cyberdyne Systems T-800 modelo 101 posmoderno y semiorgánico. O se le ha averiado la circuitería, cable pelado, o aquí hay gato encerrado.
Casualmente, lo que son las cosas, justo hoy y tras ese debate arisco y agrio, se estrenaba en Madrid el documental de Fran Jurado, «Polarizados», en el que el cineasta aborda, apoyado por las voces de diferentes personalidades de la cultura, la política y el periodismo, el tema de la polarización actual y sus causas. Como si se hubiera querido ilustrar anoche para su lucimiento hoy. Y yo luego he comido con algunos muy queridos amigos. En medio de la tertulia que toda buena sobremesa brinda, la brillante Ana Ruíz, presidenta de Sociedad Civil Catalana, exponía una teoría que no me parece descabellada y aquí la traigo: quizá no ha perdido Sánchez el control sobre su persona y sus emociones, esas que no tiene, y lo que hemos presenciado es su más perfecta interpretación, una performance impecablemente ejecutada en la que se nos presenta como un ser humano con sentimientos y flaquezas. Piénsenlo por un momento. Lograría dos cosas nada desdeñables con esto: una, aparecer como un ser humano ante nuestros ojos. De pronto, ya no es ese tipo frío y calculador, impertérrito, que jamás pierde el control y al que nada inmuta porque ni siente ni padece. Ahora, de repente, si le pinchas sí sangra. Y dos: ante un Feijóo claramente ganador, uno que no se ha comprometido a no pactar con Vox si es necesario, es mucho más fácil gritar ese «que viene el lobo» de la alerta antifascista.
El túnel tenebroso que nos devuelve al pasado más oscuro está ahí, al alcance de la mano. Y ante un ganador así, aunque sea virtual (solo ha ganado un debate, no es coronamiento vinculante ni vaticinio irrevocable), movilizar a un electorado orgánico perezoso y acalorado, desganado, es mucho más sencillo y eficaz. El voto del miedo es poderoso, un asustaviejas sofisticado. Y un Sánchez al borde de la derrota, arrinconado, como si de una Baby prebaile erótico con el sexy sexy Patrick Swayze se tratase, por un señor de Orense, podría funcionar (en los sueños lúbricos de un cíborg impasible) como una sirena antiaérea en el Madrid del 36.
A lo mejor estamos aquí con el duro revés inesperado, el exceso de confianza, el madre mía qué paliza y el tipo está ahí, recargando batería y cambiándose el aceite en boxes, actualizando software, porque a veces perder una batalla es ganar una guerra. O, al menos, intentarlo. Yo no sé qué pensar, pero lo cierto es que, de las muertes de Sánchez, ya no me fío. Que van tropecientas.
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