Literatura

En otra vida (III): En sueños

‘En otra vida’ es un relato de ficción escrito por Patricia Prados y publicado originalmente en La Razón

En otra vida
En otra vidaPixabay

Súbitamente, le informo que debo levantarme y abandonar un momento la cena.

–Lo siento, cariño, pero tengo que ir inmediatamente al baño. Son las consecuencias de beber dos litros de agua al día.

Sonríe socarronamente. Me levanto y doy media vuelta, mientras, adivino que repasa mi trasero con su mirada.

Cuando voy a cerrar la puerta del baño noto que alguien hace presión, con suavidad, en sentido contrario. Abro y ahí está, es Gabi. Sin mediar palabra, entra e introduce su mano dentro de mi camisa. Comienza a gemir y, acto seguido, me desabrocha el vaquero, me agarra las dos muñecas con sus manos y me sube los brazos hasta colocarme contra la pared.

Así, con los pantalones caídos, la camisa subida e inmovilizada por las muñecas con los brazos en alto, lame con su lengua lentamente mi cuello. Con tranquilidad, desciende por mi hombro y de ahí hasta mi pecho para mi deleite.

No es la primera vez que damos rienda suelta a nuestros deseos más primitivos en un baño público, sin embargo, en esta ocasión, le freno en seco con una sonrisa.

–Venga, Gabi. Por favor, déjame sola –susurro.

Estoy como una moto, pero no consigo quitarme a José de la cabeza.

En realidad, estoy deseando que Gabi me deje en casa para ver los guasap que me ha mandado mi compositor.

Durante una semana, continuamos igual, a razón de unos 500 mensajes diarios, en los que nos contamos de todo y me recuerda el trato sellado entre ambos el primer día: que no escuche su obra hasta que no le conozca en persona. Pese a la investigadora que llevo dentro, reprimo mi curiosidad. Decido seguirle el juego y no busco su música en internet.

En nuestra mensajería compartimos de todo, inquietudes literarias, musicales, políticas... conversamos sobre cuestiones intrascendentes, de los hijos (José tiene uno de una relación anterior)... hasta que, por fin, un día me confiesa qué le ocurre.

Al parecer, su pareja desde hace doce años le dejó plantado el día de su cumpleaños por un cirujano británico. Ella quitó intencionadamente la contraseña de su móvil y lo dejó deliberadamente olvidado en la mesa de su estudio para que pudiera leer su correspondencia con su hermana, en la que se interesaba por si le había comunicado ya su decisión de abandonarlo por otro.

Según leo sus guasap, me siento apenada por él. ¡Pobre hombre! Enterarse de esa manera tan rastrera...

Ha pasado ya una semana larga desde que nos mensajeámos. Entonces, caigo en la cuenta de que no hemos hablado ni una sola vez por teléfono y le propongo hacerlo.

Al ratito, una melodía chichona me sobresalta. Es José y no sé qué hacer. Después de dudar unos segundos, le doy al auricular verde y acepto la llamada.

–Hola, Irene –saluda.

Su dicción suena extraña y metálica, aunque seductora.

A él le ocurre lo mismo. Nunca se hubiera imaginado mi timbre de voz así, como es en realidad.

–Hola, José –saludo, a mi vez–. Por cierto, en uno de tus guasap me dijiste que somos vecinos. ¿Por dónde vives? ­–pregunto por decir algo y no parecer medio boba.

–Sí, lo somos. Ahora mismo te estoy viendo asomada en tu terraza –musita.

Nerviosa, doy un giro de 180 grados buscando a mi rededor a un hombre de mediana edad, que me mira desde su ventana. No hay nadie en ninguna de las de enfrente. Es más, la mayoría de las persianas están bajadas. Sus propietarios deben de estar de vacaciones.

¡Será malvado! Sonrío sin querer. No es cierto que me esté viendo.

–Oye, José, ¿te conozco de algo? –le espeto.

En un intento de averiguar si es así, cruzamos información para terminar deduciendo que pertenecemos a mundos muy diferentes y que es imposible que hayamos coincidido.

–Nos habremos cruzado por el barrio –intuye–. En realidad, sí que somos vecinos. Nos separan unas cuantas calles, Menéndez Pelayo arriba, Méndez Pelayo abajo –aclara.

A partir de ese momento, a los 500 guasap diarios se suman largas conversaciones nocturnas, como esta primera. Es la una y le advierto de que mañana he de volver al despacho. Tengo un caso complicado y debo estar fresca y lozana.

Su tono es piano y afectuoso. Se despide con el deseo de que duerma bien y sueñe con él.

Al día siguiente, para mi sorpresa, me despierto empapada. He tenido sueños húmedos con mi compositor. No puede ser, es prácticamente un desconocido. Sin el prácticamente, no lo he visto en mi vida, aunque esté convencida de todo lo contrario. Me meto en la ducha para despejarme y dejo que el agua resbale desde mi cabeza al resto de mi cuerpo. Cierro los ojos fuertemente y recuerdo lo soñado fotograma a fotograma.

Veo cómo se aproxima hacia mí con paso lento, pero decidido... Sin mediar palabra, cuando llega a mi altura me estrecha entre sus brazos. Posa sus labios en los míos y con cuidado me abre dulcemente la boca hasta que su lengua se une a la mía. ¡Ufff! ¡Creo que tengo fiebre!

Será mejor salir de la ducha y vestirme corriendo. De lo contrario, volveré a llegar tarde de nuevo al despacho. Aunque mi ansia me incita a permanecer en la bañera, mi mente me ordena que salga inmediatamente del recinto, me seque, me vista y me vaya a trabajar de una puñetera vez.