Guardia Civil

Una master class para Dylan. Así entrena el perro que enviará a los asesinos a prisión

Los perros de la Guardia Civil que detectan restos biológicos se han convertido en un elemento clave para la resolución de crímenes. PUEDEN detectar una gota de sangre aunque haya pasado cinco veces por la lavadora. En ello está ahora este perro de aguas de cinco meses, que pronto saldrá de «becario»

Sin ánimo de quitar méritos a los expertos de Homicidios ni de aportar más presión a los adiestradores del Servicio Cinológico de la Guardia Civil, lo cierto es que la sede de estos últimos, situada en el monte de El Pardo, se ha convertido en un centro de alto rendimiento donde entrena el futuro «agente» que resolverá los crímenes más complejos de España. Se llama Dylan, aún es un cachorro, y ni en estos días de tanto frío ha dejado de hacer unas prácticas que le llevarán a ser capaz de encontrar un rastro de sangre en un lugar indetectable para los investigadores. Poquito a poco, casi sin hacer ruido, este perro de aguas gaditano está mejorando a pasos agigantados y dentro de unos meses pondrá sobre las cuerdas a los próximos asesinos de España. Aunque para él todo es un juego. «Lo importante es hacerle usar la nariz, que empiece a desarrollar su carácter investigativo pero que sea todo el rato un juego. Al principio, le escondía un mordedor y él tenía que buscarlo. Pero no con la vista (evitamos «humanizarlos»), sino con la nariz. Ahí empezamos a evaluar al perro: su intensidad en la búsqueda, sus ganas y que no abandone la tarea». Lo explica Juan Manuel Sánchez, guía del Servicio Cinológico desde hace casi 30 años, entrenador y «traductor» de Dylan y el «culpable» de que sus compañeros de Homicidios hayan reclamado el olfato de estos perros en multitud de crímenes: Yeremy Vargas, Marta del Castillo, Diana Quer, Laura Luelmo, el niño Gabriel, el concejal Ardines o la más reciente, la joven valenciana Marta Calvo.

Paciencia y mucho cariño

Junto con su compañero Israel (dueño de Athor y que ahora entrena a Junco), son los únicos «profesores» de esta subespecialidad del Servicio Cinológico Central, donde hay unos 50 agentes para 200 perros. Las clases son muy reducidas: cada uno lleva a unos cuatro canes e imparte alguna de las tres «asignaturas» que se dan en El Pardo. Cada perro se especializa en una materia concreta: detectar explosivos, drogas, realizar intervenciones en rescates (personas con vida) e incluso moneda de curso legal. Aquí se adiestran a todos los perros de España en estas modalidades y siempre hay varios preparados por aquello de la tasa de reposición. Si, por ejemplo, necesitan uno de explosivos en Algeciras, el guía viene y no tiene que empezar de cero: ya tiene a su can adiestrado. También salen de aquí los perros que prestan seguridad en Moncloa y Casa Real. Aunque fue en 1948 la primera vez que la Guardia Civil autorizó la utilización de un perro policía, pasaron tres años, en 1951, hasta que se creó la Escuela de Adiestramiento de El Pardo y en el 82 el conocido ahora como Servicio Cinológico. Casi una década después llegó Juanma, que es el responsable de que se importara la especialidad de restos biológicos tras un viaje a Suiza en 2006. «Allí hay mucha tradición. Vi cómo trabajaba la Policía Judicial y pensé que podía funcionar aquí». Y vaya si acertó. Abrió la veda Elton, un pastor belga malinois al que jubiló en febrero después de haber participado en más de 500 casos y que sigue viviendo en su casa. Siguió su estela Marley, otro de aguas marrón que murió el pasado mes de octubre y ahora lo hace con Lenon, otro pastor belga, con el entrenamiento de Dylan. La pérdida de Marley fue un palo para Juanma y su familia y para rendirle un pequeño homenaje quiere que Dylan esté listo para salir a trabajar en junio, cuando Marley cumplía años. «Veo que Dylan va a cuajar, sabe usar muy bien la nariz», reconoce. También fue en honor a su predecesor por lo que le bautizó así. «Todo el mundo me preguntaba si Marley era por Bob Marley, así que quería otro Bob en casa» y con Bob Dylan continuó la saga musical. Aunque Juanma se deshace en mimos con el nuevo cachorro, la disciplina para llegar a ser el número uno es exigente. Se levantan a las 6:20 de la madrugada y, tras un pequeño paseo por el barrio, llegan a El Pardo. Allí le da la primera ración de pienso (aunque son «deportistas de élite» no comen nada especial) y comienza el entrenamiento a las 8:00 horas. Le esconde muestras con diferentes olores y él no solo tiene que encontrarlas con el olfato, sino marcar el punto y respetar la muestra. «Ahora me interesa evaluar que no lo toca, que no intenta coger nada». Cada ejercicio hay que repetirlo hasta el infinito. La paciencia de Juanma va unida al cariño con el que le habla a «su niño», como él le llama. Es parte del aprendizaje: celebrar por todo lo alto que ha encontrado la muestra y que tiene su premio: el mordedor. «¡Qué bien, mi chico! ¡Ay qué perro más grande!», le dice al encontrar la muestra de restos de descomposición cadavérica escondida en el parachoques de un vehículo. Al parecer, dicho proceso tiene «picos» de olores. Y el aprendizaje de Dylan va de mayor a menor olor: de fácil a difícil. El guía trabaja con seis tarros donde guarda diferentes tipos de muestras que tienen que ir renovando. Lo primero (lo que más huele) es descomposición reciente, luego trabajan con este tipo de restos mezclados con tierra (un cadáver que haya estado enterrado), con grasa humana, sangre y hueso, por este orden. También trabajan con sangre limpiada con distintos productos. Y luego repiten el mismo proceso con restos de animales. Una de las fases más complejas del proceso es cuando tienen que aprender a desechar todo el mundo de olores animales y marcar exclusivamente el humano. Aunque las clases del curso intensivo que está haciendo Dylan se alargan cada mañana hasta las 14:00 horas, perro y guía hacen un descanso para el café a las 10:30 y Dylan, como un guardia civil más que es, también entra a la cafetería. «Es bueno que se acostumbre a estar con gente, sobre todo, para los viajes», explica su entrenador. Y es que, si mañana les reclaman en cualquier punto de España, tienen que desplazarse hasta el lugar con el perro los días que sea necesario. Hasta ahora no les han puesto muchos problemas en los hoteles, pero es cierto que aún no están reconocidos como unos perros de utilidad pública, como pueden ser los de la ONCE. «Se va luchando para que pueda ir con nosotros en el avión cuando va de servicio, aunque si le meten en la bodega no tiene mayor problema: se pone en ‘‘modo avión’’ y se queda dormido», bromea Juanma. En los viajes, este guía intenta evitar lo máximo posible el tiempo dentro del transportín aunque sí es recomendable que este metido un rato antes de salir a hacer una inspección «para que salga con muchas ganas de jugar». Además, si saben lo que están buscando en concreto, el guía manipula algún tarro con la sustancia que buscan (sangre, hueso...) para que se le quede el olor en los guantes y hace que el perro le huela las manos: ese olor será lo último que se le quede en la retina. «Así, él está convencido de que le he escondido sangre en esa casa y quiere a jugar a eso».

Contaminación de olores

Para buscar en exteriores es mejor las primeras horas del día, cuando el sol comienza a «levantar» los aromas. En interior es más complicado y lo ideal para que no contaminen otros olores es que ellos, junto con el secretario judicial, sean los primeros en entrar en la escena. Pero la realidad nunca es idílica y a veces entran en casas muchos meses después del crimen. «Un piso siempre ha sido limpiado. Es lo más dificil porque nosotros vemos el suelo limpio y él puede marcar una traza de olor pero no en ningún objeto concreto, sino en una parte del suelo. Nosotros tenemos que defender ese marcaje hasta el final porque hay que indicar a los compañeros de Científica dónde está la muestra y ellos recogerla aunque nadie veamos nada, solo un suelo limpio. Es mucho más difícil aunque más satisfactorio porque los humanos no lo vemos». Sangre limpiada con lejía o prendas lavadas hasta cinco veces en la lavadora: nada escapa a estos animales porque tienen un centro de recepción de olores tres veces mayor que el nuestro. «Es impresionante y aunque sea algo que les viene de serie, hay que trabajarlo».

Sangre, hueso, grasa...

Para enseñar a estos perros a detectar olores, el aprendizaje va del más sencillo (lo más oloroso) al más complejo (olores casi indetectables). Los guías trabajan con muestras (en la imagen) muchas veces difíciles de renovar porque han de ser restos humanos en fase de descomposición no muy avanzada. Este es el primer bote: lo que más huele y el más fácil de encontrar. Luego tendrá que buscar el mismo olor mezclado con tierra (por si un cuerpo ha sido enterrado). Luego grasa humana (la sacan de liposucciones), sangre (los propios guías se extraen y van manchando pequeñas telas) y, por último, hueso humano, que apenas tiene olor. Cuando ya han aprendido a encontrar y marcar el punto donde se encuentra la muestra sin tocarla ni lamerla, comienzan el mismo proceso con todos esos tipos de resto pero de cualquier animal. Por último, tienen que aprender a distinguir el olor animal del humano para que marquen solo del segundo; de lo contrario, únicamente entorpecería la investigación.