Coronavirus

Cuando pase el tsunami

Calles vacías de Castilla-La Mancha por el coronavirus
Imagen de una calle de Cuenca vacíaEuropa PressEuropa Press

Cuando todo parecía a merced del coronavirus populista y las demandas del separatismo, con Quim Torra e Iñigo Urkullu preocupados por los derechos históricos, el gobierno despertó del letargo. Asumió, por fin, que tocaba ponerse al mando. Antes de lograrlo hubo siete horas de consejo de ministros en el que sólo faltaron Groucho y Harpo Marx en plan «¡El coche de su excelencia, el coche de su excelencia!». Pablo Iglesias acudió a la reunión a pesar de que estaba en cuarentena. Los intentos de Pedro Sánchez en la posterior rueda de prensa para justificar la asistencia del vicepresidente sonaron asombrosamente desvalidos. Cuentan que Podemos exigió nacionalizar el suministro eléctrico, la sanidad privada y, uh, uh, los medios de comunicación. Albricias: por la pandemia al edén bolivariano. Menos mal que Nadia Calviño y otros ministros plantaron batalla.

Al grito de o nosotros o el caos lo que resta del PSOE evitó que Iglesias y el resto del mariachi coronase con éxito la demolición del Estado. Cuando supo de la victoria del sector razonable Puigdemont escribió en redes que «El virus del centralismo no descansa ni en tiempos de pandemia. Grave error de Sánchez Castejón y Pablo Iglesias. Lo que debía ser un gobierno que abriera un »tiempo nuevo« recurre al viejo recurso de lanzarnos la Constitución a la cabeza. ¿Diálogo? El monólogo de siempre. Irresponsables!». Los vientos de la peste revientan con bacilos de odio el cableado de un mensaje que Podemos habría tratado de proteger a toda costa. Honor y gloria, entonces, para quienes desde Moncloa protegieron el bien común. Por encima de las deferencias a unas teóricas peculiaridades que sólo un imbécil o un loco reclamaría en los días del cólera. El frenazo a los delirios de sus socios, la batalla contra el alma asilvestrada y gulag de un gobierno roto en dos mitades, compra tiempo a los españoles. Asunto distinto es si redime al gobierno de sus negligencias previas. Acumuladas durante días, cuando las urgencias hospitalarias no amenazaban ruina y había tiempo para evidenciar que el gobierno de progreso, de la gente, podía hacer algo más que sobreponerse al triunfo del fascismo en los años treinta del siglo XX. Fueron varias semanas de desaprovechar las enseñanzas dramáticas que llegaban de China e Italia, en las que Sánchez pudo quebrar la sospecha de que bajo las pancartas latía un borrajo de madurez. Necesitábamos saber si encima de la careta, de los discursos de los rasputines, había un dirigente con sangre en las venas. Un ciudadano comprometido con el servicio público.

Que nadie olvide que Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, preguntado por el 8-M, comentó en rueda de prensa, el 7 de mayo, que «cada uno tiene que expresar sus ideas como considere y que si consideran que tienen que estar en la manifestación, que estén». Un mes antes, cuando las barbas chinas ya apestaban a dinamita, cuando las redes sociales eran un pitorreo de chistecitos xenófobos a cuenta de los orientales, certifi có que «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». En el supuesto de que hubiera «transmisión local» sería «muy limitada y muy controlada». Aquellos fueron los días de vino y rosas. El 25 de febrero el diputado Pablo Echenique escribe: «En las portadas y en las tertulias, el coronavirus corre desbocado y es una peligrosísima pandemia que causa pavor. En el mundo real, el coronavirus está absolutamente controlado en España. Ojalá un

día el sistema mediático tenga la mitad de calidad que el sistema sanitario». Pero, ay, el investigador Vicente Ríos, un 5 de marzo, comenta que había hecho «unos números sobre la propagación de la epidemia del coronavirus y creo que ya se puede decir que en España ésta se ha descontrolado, al igual que sucedió en el caso de Italia». Mientras el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de la UE desaconsejaba la celebración de actos multitudinarios, el gobierno de Sánchez alentaba a participar en las manifestaciones del 8-M. Como escribí en otro sitio, nadie tiene la culpa del coronavirus. Pero qué hacemos con la irresponsabilidad sin rienda, la ignorancia de los datos y el uso del damero político para aprovechamientos populistas. Entiendo que toca arrimar el hombro. We take care of our own, que dice Bruce Springsteen. Asunto distinto es que en la estela del tsunami, cuando remita la crisis, el gobierno, este gobierno inoperante, insolidario y pirómano, tiene que dimitir.

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