Juan Carlos I de España
¡Qué vergüenza para España!
La sociedad española no se ha preocupado de mejorar la Democracia que nació imperfecta pero con entusiasmo
Dar el espectáculo de obligar al rey don Juan Carlos a salir de España porque se le ha hecho la vida imposible en ella. Y encima la jauría que le ha perseguido mordiéndole los tobillos dice que huye. No huye, ni se exilia, sale del país en uso de su libertad de movimiento , comunicando por carta a la máxima autoridad del Estado su decisión de «trasladarse en estos momentos fuera de España» y manifiesta su más «absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el cumplimiento de sus funciones ( las de Felipe Vl )desde la tranquilidad y el sosiego». ¿Qué más se le puede pedir a un hombre acosado?
Don Juan Carlos I fue el hombre que habiendo heredado todos los poderes del dictador se los entregó al pueblo y se quedó, como monarca constitucional, sin prerrogativas regias, simplemente con las facultades que la Constitución le atribuye y que la ciudadanía mediante referéndum aprobó. Funciones de «autoritas» o guarda constitucional inherentes al status de Jefe del Estado, las cuales fuerzas espirituales, más que poderes, le bastaron para poner en marcha una democracia, parar el golpe de Estado del 23- F y proporcionarnos el periodo más largo de paz y prosperidad que registra nuestra historia. Personalmente, con extraordinaria talento político envuelto en singular campechanía, ganó para España el respeto que merece por su grande historia y la mejor disposición de los países europeos y del mundo entero y una muy especial manera de entender y llevar las relaciones con los países hispanoamericanos que reconocieron en él una especie de Rey suyo. (Recuerden el «tú te callas» al caudillo venezolano, al que se atribuyen envenenadas consecuencias que operan en esta historia). Le acompañaba al buen Rey el prestigio nato, la mántica de llevar en su sangre la historia de España , cosa que nunca tendrá un Presidente de república por bien dotado que esté. El mundo entero atónito se pregunta; ¿Qué ha pasado en el país de la piel de toro que se ha tenido que marchar este Rey que tan bien lo hacía y le representaba, y tanto querían?
Pasó que, al tiempo que la salud del rey don Juan Carlos se quebrantaba gravemente, cayó sobre él una lluvia de escándalos de faldas y de dineros que, aventada por fuerzas enemigas del régimen de la transición, le llevaron a abdicar en su hijo el Rey Felipe Vl. Desde entonces no ha cesado el acoso al llamado Rey Emérito por los motivos dichos. Los cuales no han producido hasta hoy ninguna resolución judicial incriminatoria, ni siquiera en trámite de imputación. Es decir, que el derecho de presunción de inocencia –del que goza todo ciudadano– se le niega a un Rey cuyos hechos colocan entre los más grandes reyes de España. Como si la grandeza de su reinado no obligara a la gratitud y al amor de cualquier pueblo, como si aquélla no fuera bastante para atenuar sus faltas si las hubiere, y en tal caso, esperar respetuosamente el pronunciamiento de la Justicia.
Y pasa que la sociedad española ha perdido el norte y marcha a la deriva. Las minorías gestoras instaladas por sus méritos en los diferentes escalones de la administración del Estado, en los cuerpos legislativos, y en la administración de Justicia; el Instituto de España o Senado de la cultura, las universidades, los institutos de investigación , los profesiones liberales con sus respectivos colegios, los empresarios con sus organizaciones y los sindicatos con las suyas han caído en un Estado de parálisis y de claro incumplimiento del deber de vigilar la marcha de las negocios públicos. La pasividad de sus actores han hecho fracasar a las instituciones. Sean salvadas las muchas y honrosísimas excepciones de personas que se desviven por atajar tanto mal, y sírvanos de ejemplo. El caso es que la sociedad española no se ha preocupado de mejorar la democracia que nació imperfecta pero con entusiasmo. Perdido este, estamos ante una realidad gobernada por los partidos políticos: nuestra democracia no es tal sino una partitocracia. Los partidos lo pueden todo y no miran por el bien común sino por su ambición de poder y mando. Ellos son los responsables de haber abierto las puertas de la política a gentes sin preparación de base ni calificación moral. Mediante el sistema de listas cerradas obligan al electorado a darles un voto en blanco que ellos destinan a sus favoritos, es decir que le han privado al ciudadano del derecho fundamental de elegir directamente a quien mejor le represente en el ejercicio de la soberanía popular. Los diputados y los senadores no representan a los votantes, ni siquiera los conocen, ni les interesa, solo representan a su partido, y, dentro de éste son vasallos de la estructura de mando. Idem más, ellos, los partidos políticos componen las cúpulas de los órganos de la administración de Justicia. De modo que vician el Poder Legislativo y contaminan el judicial. ¿Qué democracia es esta? ¿A esto llamamos una democracia madura?
Sí, es cierto que la Constitución del 78 nos trajo el bien de la libertad de Prensa, sin la cual se viene abajo el arco de las libertades democráticas. Los periódicos unidos en AEDE, la Asociación de editores de diarios españoles, con voluntad férrea y responsable de ejercerla, la desarrollaron al punto de situarla al nivel de las naciones campeonas. Pero hay que reconocer que la degradación de la moral pública que nos ahoga y debe avergonzarnos no habría llegado a estos extremos si la Prensa no hubiera bajado la guardia.
Lo peor del mal que analizamos consiste en que la sociedad ha perdido la capacidad de reacción. No reacciona ante conductas inmorales y delictivas de los responsables públicos, no pasa de un comentario sin compromiso. Lo traga todo. Así se ha dado paso a que la arena política se haya convertido en el patio de Monipodio, donde toda incomodidad y vileza tienen su asiento; y la hayan tomado por asalto sinvergüenzas sin alma ni canciones asumiendo funciones para las que no tienen la debida preparación. ¿Cuál es su currículum?, ¿dónde están sus méritos?, ¿cómo se atreven?, no dan la talla, ¿ en qué manos estamos?, se dice por doquier. No obstante, se consiente. Ahí tenemos un gobierno del PSOE, que en nada se parece al partido de altas miras que con tanta eficacia participó en la elaboración de la Constitución y en su desarrollo, aliado con los enemigos de ésta: comunistas e independentistas poniendo cada día una vela a la Constitución y otra a la República.
Nada menos que el vicepresidente segundo de ese Gobierno ha aprovechado la marcha del Rey don Juan Carlos para pedir de inmediato la República.
Eso no lo puede hacer quien ha prestado juramento de fidelidad a la Constitución al tomar posesión del cargo que ocupa.
Concluyo: yo acuso en esta hora grave de nuestra nación a la sociedad toda, en la que me incluyo, de no estar haciendo lo que a cada uno corresponde, que haciéndolo brotaría necesariamente la fuerza salvadora del marasmo en que hemos caído.
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