Análisis

El fascismo, rectamente considerado

La campaña de las elecciones de Madrid pivota sobre las cargas policiales y los llamamientos a combatir el fascismo. Como si los españoles peleásemos por el destino del frente del Este

El líder de VOX, Santiago Abascal (c), interviene durante el acto de presentación de la candidatura de Rocío Monasterio
El líder de VOX, Santiago Abascal (c), interviene durante el acto de presentación de la candidatura de Rocío MonasterioRUBEN MONDELORUBEN MONDELO

La campaña ya gira donde querían los derviches del ruido. Pivota confortable sobre las cargas policiales y los llamamientos hiperventilados a combatir el fascismo. Como si en lugar de unas elecciones a la Comunidad de Madrid los españoles peleásemos por el destino del frente del Este, durante el rojo invierno de Stalingrado. El asombroso comunicado del PSOE, Más Madrid y Podemos, cito por el orden en que aparecen, de paso por su inquietante relación con las instituciones democráticas, denuncia la «provocación de Vox en Vallecas». Provoca el que habla. Provoca el que explica pacíficamente sus ideas. Provoca quien nunca cedió ante el chantaje terrorista, como Santiago Abascal, que paseaba por la facultad de entonces con una mirilla dibujada en la frente, mientras los que se tienen por progresistas jaleaban a los asesinos, confraterninazaban con la picadora nacionalista, disculpaban las pretensiones autócratas de ETA y encontraban ejemplos de emocionante resistencia entre los pistoleros que desventraban niños, reventaban la sesera de los concejales y tenían a todo el país reo del fanatismo inquisitorial y la caza del hombre.

Para nuestros partisanos, vean su ejemplo, provocar es convocar a los hooligans del fútbol, posar con los matones, y es sinónimo de ejercitar el ejercicio de reunión y manifestación. No existe nada más desafiante, agresivo y polémico que creerse un ciudadano que merece flexionar y disfrutar sus derechos políticos. Provocar, como diría un juez de aquellos, troglos, consiste en lucir la minifalda del mitin. Provocar, o sea, recortarse la pollera hasta el punto, válgame Dios, de discursear en un barrio y pedir el voto a los vecinos y convocar a las urnas. Provocar, como en el País Vasco, consiste en reclamar su soporte al electorado, mantenerte dentro de la Constitución, respetar la ley, plantar cara a los que confunden democracia y monólogo. Los oponentes pueden bien aplaudir, bien agachar las orejas y/o agradecer como sumisos rollo BDSM el tibio recibimiento mediante insultos, botellazos, ladridos y esputos.

Sepan que Vallecas es un «barrio históricamente antifascista». Por antifascista no entienden enfrentado a los Camelots duRoi de Maurras o a los Sturmabteilung del partido Nazi, que digo yo que de eso hubo poco, sino que el barrio, oyes, sus habitantes, aceras, coches, plazas, gorriones, columpios, tabernas y cubos de reciclaje, el canto de las alondras y el aleteo de las luces de las farolas, el sonido de tus botas sobre el empedrado y el aroma de las barras de pan en las mañanas más azules, pueden presumir y presumen de una «trayectoria de convivencia plural y multirracial que le hace único en Madrid y en el que muchos y muchas vecinas de la ciudad participan de sus fiestas y alegría». Rebobino, por si la cosa suena, yeah, bovina.

En Vallecas, hoy, abril de 2021, nos jugamos la suerte de Europa. El continente ha vuelto al periodo de entreguerras. Madrid como república de Weimar. La alegría, la convivencia plural y la participación en las fiestas, coros, carnavales, ferias, celebraciones y gincanas como émbolo y manubrio de un celeste talante antitotalitario, antifascista, antisudista, antilepenista y antídoto de un barrio deletreado en sus aceros como si lo escribiera un publicista lelo para un anuncio ídem.

Vallecas, nos cuentan, nos explican, odia y ataca a quienes por lo visto mantienen una «ideología contraria a lo público, a la democracia, a una España plural e inclusiva y a los derechos de las mujeres y las minorías». Toca apoyar a garrotazos «las actividades simbólicas no coincidentes con el acto, convocadas por la plataforma Vallecas por lo Público». A la «ultraderecha se la combate social y electoralmente, aislándola y alejándola de toda influencia de gobierno, de cualquier posibilidad de que sus votos sean decisivos el 4 de mayo. Con la movilización electoral de los vallecanos y vallecanas».

Por si acaso lo dicho no surte los dulces efectos deseados cabe acelerar. Ponerse energúmenos. Recibir a tus oponentes mediante alegres y plurales cantazos, gozosas pedradas e inclusivas patadas. Incluso puedes, como Juan Carlos Monedero, tachar de neardental a la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. Pues las mujeres de centroderecha y derecha ni son mujeres ni merecen sororidades ni gaitas. Escribe en Twitter Monedero que «Vallekas no tiene que regalarle la foto que están buscando hoy los fascistas. Que repiquen las campanas, que en las ventanas suenen canciones antifascistas, que no haya nadie escuchando el discurso de odio. Y mañana vamos todos a desinfectar el suelo con lejía». El antifascismo es lo que tiene. Que de tanto denunciarlo, ponerse en frente, señalar su auge y denunciar sus mañas ya no damos a basto de farsantes.

En la antesala de unas elecciones que pueden ser el principio del fin del sanchismo, la izquierda reaccionaria, que cree hablar en nombre de los mineros, los jornaleros, los deshollinadores de Dickens y los famélicos niños de las villas miseria, ha secuestrado la voz y la palabra para someternos a sus juegos de guerrillas y sus inverosímiles apelaciones a una dignidad democrática que no reconocerían ni aunque les tocase en el hombro. Sería de mucha risa, casi patético, si no reprodujeran los mecanismos matoniles de sus aliados del norte, que anhelaban clausurar la disidencia mediante amenazas y acciones, estas sí, auténticamente fascistas.