España

Cartas desde Singapur: 11 de julio

Los jugadores de España, Álvaro Morata (I) y Jordi Alba, tras caer eliminados en la tanda de penaltis contra Italia en la Eurocopa 2020
Los jugadores de España, Álvaro Morata (I) y Jordi Alba, tras caer eliminados en la tanda de penaltis contra Italia en la Eurocopa 2020Facundo Arrizabalaga / POOLAgencia EFE

La última vez que fuimos un país fue a las 22:58 horas del 11 de julio de 2010. Después del golazo de Iniesta en la final del mundial. Casi volvemos a conseguirlo esta última Eurocopa con hasta 14 millones de espectadores en la tanda de penaltis contra Italia. No pudo ser. Me pregunto: ¿cuál puede ser ese motor inmóvil que nos una a todos y todas sin depender de alienígenas como Xavi e Iniesta? ¿Es el orgullo? ¿Una causa común? No es una cuestión de ser brillantes porque derrochamos talento: tenemos magníficos profesionales en todos los sectores - como los de los equipos de trasplantes - 48 joyas que son patrimonio de la humanidad, la red de alta velocidad, la producción de energía eólica, nuestras estrellas Michelin, la gastronomía... Se podría decir que es inconformismo, que queremos más; pero es sano admitir que no es así. ¿Cuántas veces has dicho en España el deporte nacional es la envidia? No menos de 10. Nos da igual todo lo que pase alrededor. Nos regocijamos en nuestras miserias y desestimamos las victorias ajenas. No compartimos espíritu. Obama decía: “Aprender a ponerse en los zapatos de otra persona, a ver a través de sus ojos, así es como comienza la paz. Depende de ti hacer que eso suceda. La empatía es la cualidad humana que fomenta la aceptación y puede cambiar el mundo.”

Una persona muy cercana a mi corazón me enseñó la importancia del equipo y a hablar desde el nosotros. Aprender a comprometer para construir una visión común. Las victorias de uno se convierten en las del otro, en las de ambos. ¿Cómo podemos, pues, caminar juntos como país bajo el mismo paraguas? Cuando las preguntas son demasiado amplias, las respuestas tienden a ser vagas. Otra, un poco más precisa, podría ser: ¿Qué hacemos en nuestro día a día para que nuestro país mejore? El activismo está en su momento más alto. Las redes sociales nos dan ese poder: identificar ineficiencias o injusticias y presionar para sanarlas. Adquirir cierto nivel de compromiso con la sociedad. Compromiso sano que brota de la comprensión. Ese mismo poder da lugar a un activismo binario que se esfuma tan pronto como el foco mediático se desplaza hacia algo más interesante o nuevo. Abrimos melones que después no cerramos, o delegamos a otros porque tenemos cosas más importantes que hacer. Al fin y al cabo, ya hemos denunciado en redes nuestro inconformismo contra determinado acto o acontecimiento. Arrojar luz es bueno, sí, pero no es remangarse. No digo que haya que casarse con las causas, pero la forma que tenemos de comprometernos con los problemas sociales es la de airear sin hacer. Debemos seguir la senda del maestro que dedica su vida a dominar el arte de la espada mientras observa a los cerezos florecer.

Sigue tu corazón y pelea por lo que es justo. Si la causa es adecuada, el camino se allanará ante ti. Si todos trabajamos en causas superiores a nosotros sin esperar nada más a cambio que un lugar más justo, con mejores oportunidades, más sostenible, más próspero podremos desarrollar ese sentimiento de orgullo al mirar a un lado y al otro viendo cómo avanzamos como espartanos. Esas son las causas que merecen la pena. Cuando sabes que el resto trabaja por mejorar el status quo hasta sus últimas consecuencias y puedes presumir de una nación entregada a un propósito común. Todo ello desemboca en 47 millones de Iniestas y pone jaque a la hipocresía de decir una cosa y pensar la contraria. De querer que el de al lado fracase para sentirme mejor en mi inacción. No apreciamos lo que hacen los demás porque lo nuestro es lo único importante. Si aumentamos nuestro nivel de compromiso con la sociedad puede que terminemos por sentirnos parte de un todo. Sentir en nuestras entrañas los problemas de nuestros compatriotas. Situarnos bajo el mismo paraguas y que sentirse español se relacione con el esfuerzo de las personas y no con los fantasmas políticos.

P.D: España, te echo de menos.