Balance

Sánchez y Casado cronifican el bloqueo

Los intentos de interlocución con Bolaños y Calviño, tras el cambio de Gobierno, no acercan posturas entre los dos principales partidos. El PP silencia a Vox con su crítica demoledora, y el PSOE da aire a ERC y PNV

Montaje del líder del PP, Pablo Casado (d), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una sesión de control al Gobierno
Montaje del líder del PP, Pablo Casado (d), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una sesión de control al GobiernoEUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado, convirtieron ayer sus balances del curso político en sendos ejercicios de política de partido por encima de la política de Estado. La exageración del optimismo presidencial, con menos marketing oratorio que en la etapa del consejero áulico, Iván Redondo, en contraste con la visión apocalíptica de la realidad del país que ofreció el jefe de la oposición. Sin grises en ninguna de las dos partes. Los dos quisieron subrayar, hasta llegar al exabrupto, la imagen de que los puentes entre Gobierno y PP están totalmente rotos y sin margen de reconstrucción. Esto hace imposible la renovación del Poder Judicial y agrava el choque institucional entre el poder ejecutivo y el poder judicial.

Por el lado popular, la crítica demoledora de Casado a la gestión de Sánchez recorta el espacio de Vox. Y por el lado socialista, el choque con Casado agranda el espacio de maniobra para ERC y PNV.

Sin embargo, debajo de una tensión que inhabilita el sentido más útil de la política, también es un hecho que con el cambio de Gobierno sí se han reactivado algunos canales de interlocución entre las dos partes. Por el lado más institucional, en el ámbito del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y en el área económica, de la mano de la vicepresidenta primera, Nadia Calviño. Pero la presión que socialistas y populares tienen por sus flancos, a derecha y a izquierda, ha ayudado bastante a que todo siga igual que como estaba antes de la drástica remodelación impuesta por Sánchez en reacción al desgaste que reflejaban las encuestas.

El diálogo está tan enquistado que incluso ha obligado a guardar en un cajón proyectos, como el de la nueva ley de la Corona, que sólo pueden salir con un entendimiento básico entre PSOE y PP. Por el origen y la situación del Gobierno de Sánchez, el PP entiende que le penaliza en estos momentos acercar posturas en la materia que sea con el PSOE por el fuerte rechazo que el Gobierno de coalición genera en el electorado de centro derecha. Y de la misma manera, las discretas comunicaciones de Moncloa o Economía con el principal partido de la oposición no pasan del puro trámite porque, por mucho que hayan mareado con la bandera de la geometría variable, lo cierto es que Sánchez no tiene el más mínimo margen para elegir socios ya que le vienen impuestos desde la moción de censura.

La Legislatura está acabada en términos de pactos de Estado. La probabilidad de que haya acuerdo sobre la renovación de las vacantes institucionales es mínima, y lo que viene en los próximos meses, la recuperación económica con el reparto añadido de los fondos europeos, aleja todavía más cualquier posible entendimiento que rompa la dualidad de los bloques. Ni siquiera con Ciudadanos (Cs). El PSOE no ve a los naranjas como un camino necesario para encontrar el centro, e Inés Arrimadas se ha quedado también sin «balas» para buscar por esa vía un espacio de diferenciación con respecto a los populares. En el PP reconocen que si el presidente del Gobierno se propusiera buscar vías de acercamiento con Casado, que tuvieran contenido y fueran más allá de los golpes de efecto, el líder popular tendría dificultades para mantener el duro discurso con el que ayer respondió al balance súper optimista del jefe del Ejecutivo. En la comparecencia de Sánchez no hubo respuesta para casi ninguna de las preguntas. Ni sobre Cataluña ni sobre las vías alternativas para desbloquear el Poder Judicial ni tampoco sobre algunas de las incógnitas pendientes sobre la pandemia. Todas las respuestas quedan a futuro, en buena medida porque en Moncloa todavía no las tienen.

En un marco de buenas perspectivas económicas Sánchez se juega su propia recuperación demoscópica en su relación con ERC y en cómo maneja la negociación con los independentistas. Aunque en el Gobierno hay plena confianza en que el crecimiento y el dinero europeo pondrán sordina al ruido catalán e incluso les permitirá dilatar, si es necesario, la evolución de la «mesa» bilateral que se reunirá en septiembre. Su otro reto es conseguir borrar el desgaste personal, de su liderazgo, entre su electorado. Uno de los ministros salientes advertía esta semana en una comida informal que «el principal problema de Sánchez es que en todos los Gobiernos hace falta un malo, y en este Gobierno, sólo queda él como malo». De esa recuperación de su imagen y del valor de su palabra depende también la proyección del PSOE en los próximos meses.

Para Casado, sin embargo, el reto está en encontrar una alternativa sólida de oposición que no suene al «cuanto mejor peor» para plantar cara a los efectos de la recuperación de los próximos meses. Las cifras pueden ser un espejismo, pueden hacer falta ajustes, y el repunte de la inflación indica un empobrecimiento, que sentirá la calle, por mucho que avance la agenda social del Gobierno. Pero a corto plazo Sánchez podrá vender optimismo y Casado tiene que construir una alternativa eficaz sin abandonar su condición de partido de gobierno y de Estado.