Big data
El populismo de izquierdas ya no tiene el respaldo de los votantes
El 67,8% de los españoles mostraba su falta de confianza en el Gobierno de Pedro Sánchez
La crisis de 2008 hizo aparecer movimientos antisistema en todo occidente, siendo la extrema izquierda la gran beneficiada por la facilidad con la que calaba su mensaje populista entre parte de la población europea.
En España tenemos el ejemplo en las elecciones de 2015. En cuatro años la extrema izquierda se disparó electoralmente, pasando del 6,9% de 2011 al 24,4% en las elecciones de diciembre de 2015. Se multiplicó por 3,5 en tan solo cuatro años.
Pero la mentira tiene las patas muy cortas y el gran apoyo social, prácticamente de una cuarta parte del país, comenzó a perderse desde el minuto uno. En las elecciones de junio de 2016, solo seis meses desde las anteriores, la extrema izquierda bajó al 21,2%. Perdió el 13,1% de sus votantes. Menos de tres años después en las generales de abril de 2019 la extrema izquierda baja al 14,3%. El recorte con respecto a 2016 es del 32,6%. Pierde un tercio de su apoyo electoral.
En mayo de 2018, mientras que Sánchez prepara el asalto a La Moncloa mediante moción de censura, estalla el culebrón del «casoplón» de Iglesias.
Las consecuencias para él y su formación política son demoledoras, desde la financiación de la compra millonaria por la Caixa d’Enginyers, la entidad bancaria elegida por los «indepes» y que no abandonó Cataluña a diferencia de los otros bancos catalanes, hasta el aburguesamiento de su cabecilla que supone dejar Vallecas y elegir el modo de vida de la clase alta.
En la repetición electoral de noviembre de 2019 la coalición Unidas Podemos sufre un nuevo descalabró al quedar en el 12,8% del voto. Supone la pérdida en solo siete meses del 10,5% de sus votantes.
En la encuesta de LA RAZON de este mes de octubre se sitúa a Unidas Podemos en el 9,6%, su mínimo de los últimos seis años. Recapitulando podemos establecer que desde 2015 hasta la fecha los morados, básicamente comunistas y republicanos, han pasado del 24,4% al 9,6% del voto, perdiendo el 60,7% de su electorado.
Pero el hundimiento de la extrema izquierda no va acompañado por un traspaso masivo de votantes al centro izquierda. La suma de UP y PSOE desde 2019 ha caído, en elecciones y encuestas. Salvo el periodo 2015/2016, en donde se aprecia el primer descenso de UP, moderado entonces, y una ligera subida del PSOE. Todo se truncará tras el gobierno de coalición, en donde la caída ya no será únicamente de UP, sino también del PSOE.
Por lo que la crisis de la izquierda es generalizada, tanto de la radical como de la «socialdemócrata». El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntaba a principios de mes en su barómetro 3337 por la confianza de los españoles en el Gobierno presidido por Pedro Sánchez, el resultado de las respuestas dadas es muy relevante, ya que el 67,8% mostraba su falta de confianza con el mismo, siendo un 38,9% los que respondían no tener ninguna confianza y un 28,9% dijo tener poca confianza, mientras que tan solo un reducido 29,1% la mantenía.
España está anclada definitivamente en Europa, en sus instituciones políticas y económicas como la UE y militares con el resto de aliados occidentales, la OTAN. Nuestro sistema político es la democracia y el económico es la economía de mercado. La extrema izquierda no puede administrar un país en donde la iniciativa privada es crucial para el mantenimiento del crecimiento de la economía y del empleo. De hecho somos el único país europeo con ministros de extrema izquierda, lo que está lastrando la recuperación y limitando nuestro crecimiento.
La amenaza de la derogación de la reforma laboral que puso en marcha el gobierno de Mariano Rajoy, siguiendo las directrices de la Unión Europea, o la intervención estatal en el mercado de la vivienda de alquiler, no ayudan en nada a transmitir confianza a los mercados, algo esencial si se quiere mantener el nivel de inversiones y la llegada de capital, porque el inversor, mayoritariamente, busca mercados estables, fiables, en los que no estén amenazadas las reglas del juego con cambios radicales de legislación.
Así empezó Venezuela, con un gobierno autoritario aupado por los resultados a corto plazo que daban sus políticas populistas y que, obligado por le fracaso económico, derivó cada vez más en medidas de corte confiscatorio, cercenando la iniciativa privada.
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