Sabino Méndez

Los principios del final

La incomunicación es lo que distingue al presidente del Gobierno

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez , interviene en la sesión de control al Gobierno celebrada este miércoles en el Congreso
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez , interviene en la sesión de control al Gobierno celebrada este miércoles en el CongresoAlberto R. RoldánLa Razón

Si usted fuera de los que creen en la comunicación con el más allá y albergara la esperanza de que, dentro de unos siglos, se pudiera interrogar al espíritu de Pedro Sánchez para que nos revelara las claves de nuestro tiempo, me vería obligado a desengañarle. Si ya no nos dirige la palabra ahora que está en el más acá, ¿cómo espera que cambie de conducta cuando todavía esté más lejos?

Verdaderamente, la incomunicación es lo que distingue al presidente del Gobierno. En el Congreso no hay control que valga, porque a las preguntas responde con algún tema que no tiene nada que ver y acusa al que pregunta de ser malo por hacer esas preguntas. En lo que a ruedas de prensa se refiere, a los más viejos del lugar les queda todavía en la memoria un lejano recuerdo de la última que se hizo el año pasado. Se quejará luego de que le hagan siempre la misma pregunta. Pero, como lleva meses sin responderla, no queda más remedio que repetirla una y otra vez. Sabemos que la cerrilidad ha marcado siempre su perfil político («no es no», «sí es sí», «una casa es una casa», «un perro es un perro», etc.) y, puesto que la simple cerrilidad va en alza como argumento ideológico en nuestro espectro político, nada nos hace prever que la incomunicación sanchista vaya a cambiar en los próximos tiempos.

Existe una Secretaría de Estado de Comunicación cuya función es precisamente disimular esa palmaria incomunicación. Para ello, planifican entrevistas individuales propagandísticas con el objeto de provocar una apariencia de que el presidente está explicándose. En los próximos meses, podremos degustar con frecuencia ese formato dadas las dimensiones del próximo charco hacia el que, cual niños sedientos, se dirigen los miembros de nuestra coalición de gobernantes. Empezó con la ley de garantía integral de libertad sexual y ha derivado peligrosamente hacia el tema de la prostitución. Uno recuerda aquellos momentos del 2006 en que la diferencia entre abolir y legislar dividió sañudamente a los socialistas catalanes y sirvió para dirimir venganzas políticas en torno a la figura de Montserrat Tura.

Sin pararse a considerar eso ni por un momento, Pedro Sánchez prometió hace poco abolir la prostitución. Si damos a la palabra «promesa» el exacto valor que tiene cuando viene del presidente del Gobierno, podría también haberse comprometido a abolir los domingos lluviosos o los puentes con mal tiempo. Entendemos que a lo que se refería es a un propósito de prohibir esa práctica y colocarla fuera de la ley. Pero no es tan fácil hacerlo de una manera real. Al igual que en los casos de las madres de alquiler, la palpitante problemática de todos estos asuntos se origina en vender por dinero una cosa tremendamente íntima y personal. En el caso de la prostitución, las derivadas son aún más complejas en la medida que existen formas explícitas, pero también formas implícitas de ella. El primer paso que habría que dar sería distinguir entre trata, tráfico y prostitución. Y aun así, habría controversia. Ese es el camino que está siguiendo la Unión Europea y la ONU últimamente. Pero como los límites son borrosos y recabar datos fiables es muy difícil, ya que gran parte de la prostitución explícita permanece oculta sin dejar rastro (y la implícita, ya no digamos), es muy difícil tener estadísticas precisas.

Por tanto, si a Sánchez le cuesta ya responder a preguntas elementales, veo muy difícil que sea capaz de contestar a unas tan complejas. Seguirá la incomunicación y con ella las entrevistas personales propagandísticas como trampantojo. La cerrilidad nos la disfrazará como «principios». El presidente se mostrará como un «hombre de principios». Ojo: cuando yo era joven se consideraban de derechas las siguientes cosas: ser un «hombre de principios», la censura que cancela y el puritanismo indignado. Todas ellas patrimonio actualmente de la izquierda.