Análisis

“¡Al suelo, no se mueva!”

Era el 10 de septiembre de 1986, en Ordicia (Guipúzcoa). La antigua cabecilla etarra María Dolores González, “Yoyes”, que se había desvinculado de la banda, estaba en un parque con su hijo Akaitz. En teoría, la organización criminal le había permitido dar ese paso, pero su valedor, Domingo Iturbe, “Txomin”, había muerto y los nuevos jefes lo habían reconsiderado. “Yoyes” era un mal ejemplo.,,

Se le acercó un individuo con una pistola Browning calibre 9 mm Parabellum, le apuntó a la cabeza y preguntó: “Eres Yoyes, ¿verdad?”.

Sin importarle la presencia del menor, el pistolero le descerrajó un tiro en la cabeza. Era y es José Antonio López, “Kubati”, uno de los etarras más peligrosos de la banda criminal. Hoy parece que está más cerca de entrar de nuevo en la cárcel, pero la primera vez costó detenerle.

La Guardia Civil se había propuesto dar con él y con el resto de los miembros del “comando Gohierri”. Tuvo que pasar un año, hasta el 18 de noviembre de 1987. Aquel día, un “laguntzaile” (colaborador) de la célula, cuyo teléfono estaba intervenido por el Servicio de Información de la Benemérita, recibió la llamada de un desconocido (era “Kubati”), ya que quería huir a Francia porque se sentía vigilado.

En el transcurso de la conversación, en la que no paraba de repetir, por su nerviosismo, “me cago en D...” logró que López le preparara la huida, para lo que quedó en llamarle otro día, a una hora concreta.

La Guardia Civil no tenía otra pista y la certeza de que la llamada, por razones de seguridad, se haría desde una cabina. La solución que encontró el entonces jefe de Inchaurrondo, Enrique Rodríguez Galindo, fue complicada y sencilla a la vez. Controlarían todas las cabinas de Guipúzcoa y, en el momento en que se produjera la llamada, todos los que estuvieran usando una serían detenidos. Uno de ellos tenía que ser “Kubati”, como así fue, en concreto en la localidad de Tolosa.

Cuando Ramón Hernández Gabiola, que así se llamaba el “laguntzaile”, recibió la llamada de su jefe, lo que oyó fue: “¡Al suelo, no se mueva! ¡Quieto, abra las piernas!”. No se lo pensó y emprendió la huida por su cuenta hasta terminar en Uruguay. En uno de los viajes a América para buscar etarras que andaban por allí escondicos, tuve ocasión de ser cliente de Hernández Gabiola, en el restaurante “La Trainera”, en Punta del Este. Cada vez que le veía, me venía a la memoria su conversación con “Kubati”, llena de blasfemias. Hay que reconocer que presentaba un magnífico aspecto, desde luego mejor que el que se le debió poner cuando escuchó a la Guardia Civil al otro lado del hilo telefónico.

“Kubati” puede volver a prisión, todo depende de la Audiencia Nacional. Un detalle. Los temporizadores que utilizaba ETA para programar sus atentados con anterioridad en una demostración de su cobardía, para estar lejos en el momento en que se materializase la acción criminal, eran, si mal no recuerdo, digitales, con una posibilidad de programación de 9.999 horas. Los utilizaban en las “campañas de verano” contra el turismo, para poner las bombas hasta tres meses antes. Había otros más rudimentarios que, en todo caso, les daban un plazo de bastantes horas. Tiempo suficiente para programar varios atentados en sitios diferentes en un territorio tan pequeño como la provincia de Guipúzcoa.