Jorge Vilches

Sánchez: chequera y colonización

El caso es que nada le sale bien a Sánchez. Ni la economía, ni la política exterior, ni las elecciones parciales. Y encima Marruecos hace sangre permitiendo el asalto en Melilla.

Rueda de prensa del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, posterior al Consejo de Ministros extraordinario del sábado
Rueda de prensa del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, posterior al Consejo de Ministros extraordinario del sábadoJesús G. FeriaLa Razon

El plan de Sánchez para contrarrestar el batacazo andaluz y evitar el previsible en mayo de 2023 es chequera y colonización. El Gobierno sanchista va a empezar a soltar dinero público en lo que denomina «política de cuidados»; es decir, subvenciones y pagas. Al tiempo pretende colonizar el Tribunal Constitucional, el Instituto Nacional de Estadística o Indra, que recuenta los votos, ojo, para hacer oposición al PP desde las instituciones.

El derroche va a tener un doble objetivo. El sanchismo pretende conseguir una red clientelar y dependiente a la que asustar diciendo que el PP va a quitar esas pagas. Los segmentos sociales a los que va a intentar «comprar» son los jóvenes y los jubilados, que son los dos grupos que han dado la espalda al PSOE y son más bizcochables. Si no recupera a esas personas, que ahora mismo están con el PP, lo tiene muy difícil. Además, el sanchismo quiere resucitar su imagen social, dado que el Presidente y los ministros viven ostensiblemente como gente de clase alta. Las costumbres y vestimentas de Sánchez -ay, esa adicción al Falcon-, Yolanda Díaz y demás hacen bueno el mote de “izquierda caviar” o “champán”. Estas maneras burguesas casan muy mal con la crisis social, la carestía de la vida o el precio de los combustibles.

Seguro que recuerdan aquel vídeo en el que Iñigo Errejón decía a los suyos que había que crear instituciones populares para resistir cuando gobernara la derecha. Este es el plan de Sánchez. El Presidente quiere controlar tres de los cuatro miembros del TC que hay que renovar. De esta manera puede conseguir el sello de legalidad a las medidas que se les antojen a sus aliados parlamentarios, ERC y Bildu, y a su socio de gobierno. Es un clásico del autoritarismo: controlar el TC para cambiar las leyes.

El asunto de Indra es igualmente turbio porque recuerda al socialismo bolivariano en Venezuela, donde el recuento de votos es clave para dar la victoria o controlar los tiempos en la transmisión de noticias. No es lo mismo una agencia independiente para hacer un servicio público, que una controlada por un partido en el Gobierno. La calidad democrática puede bajar mucho, e introduciría la desconfianza en el electorado, que es lo que nos faltaba. La estrategia de colonizar el Estado, copar los puestos importantes de las instituciones, está en el alma totalitaria del socialismo. Las izquierdas confunden Estado con Gobierno y con Partido. Se creen los auténticos representantes del pueblo y de sus verdaderos intereses, y no dudan en poner la administración civil y militar a su servicio. No hay escrúpulos, y mucho menos cuando están a punto de perder el poder, los cargos y los sueldos.

Sánchez, además, agobiado por el fracaso andaluz y la posibilidad cierta de perder el mapa en las elecciones locales y autonómicas de 2023, está decidido a actuar como los malos jefes. Su solución es echar a los empleados. Solo duda en las fechas, porque tiene que calibrar cuándo le interesa a él, no al PSOE o a España. Así es probable que haga una purga, otra más, en los cargos parlamentarios y del partido. Por ejemplo, Héctor Gómez, portavoz socialista en el Congreso, va a caer por hacer su trabajo. Pero es que deben rodar cabezas de abajo para que no caiga la de arriba. La remodelación del Gobierno vendrá después del verano. No sabe aún de dónde sacará a los nuevos, toda vez que la carta de los famosos, como Pedro Duque y Maxim Huerta, ya la jugó sin éxito.

El caso es que nada le sale bien a Sánchez. Ni la economía, ni la política exterior, ni las elecciones parciales. Y encima Marruecos hace sangre permitiendo el asalto en Melilla. Es para hacérselo mirar, de verdad.