Juicio histórico
El cara a cara de la familia con el asesino de Miguel Ángel Blanco nueve años después
La madre y la hermana del concejal del PP no pudieron contener la emoción al escuchar en el juicio cómo «Txapote», sentado indiferente a solo unos metros de ellas, lo ejecutó de dos disparos en la cabeza
Habían pasado casi nueve años, pero parecía que acabábamos de regresar, aún con un hilo de esperanza en el hondón del alma, de cualquiera de las multitudinarias manifestaciones exigiendo a ETA que liberase a Miguel Ángel Blanco. Esas 48 horas en las que España clamó por la vida de un joven concejal de Ermua dejaron una huella tan profunda en la sociedad que esa mañana, en la pequeña sala de vistas del subsuelo de la vieja Audiencia Nacional, todo lo vivido estaba intensamente presente.
En el colofón de esa tragedia, la tragedia del terror de ETA, la familia del edil de Ermua compartía ese reducido espacio con los asesinos de Miguel Ángel (presuntos, entonces), recluidos en la «pecera» (el habitáculo blindado donde suelen asistir a los juicios los acusados en prisión provisional), sus familiares y amigos y los periodistas, que notábamos cómo esa apabullante tensión desbordaba la sala.
En esa antigua sede de la Audiencia Nacional donde se compartía ascensor con detenidos esposados o se hacía guardia junto a abogados que fotocopiaban sumarios con desgana, las estrecheces hacían que los primeros bancos de la sala de vistas estuviesen pegados a esa cámara blindada de los acusados.
El dolor de revivir esas horas dramáticas
Y ahí estaba ese 19 de junio de 2006 Javier García Gaztelu, «Txapote», el terrorista que apretó el gatillo a apenas unos centímetros de la cabeza de un Miguel Ángel Blanco de rodillas y maniatado, sujetado por el también etarra José Luis Gueresta. A su lado, Irantzu Gallastegui, «Amaia», que interceptó al edil al salir del tren cuando se dirigía a su lugar de trabajo y que esperó a sus dos compañeros en la pista forestal de Lasarte donde decidieron ajusticiar al concejal del PP.
La familia acudía a la Audiencia Nacional en busca de justicia, a sabiendas de todo el dolor que supondría revivir esas horas dramáticas y escuchar el relato pormenorizado –la verdad judicial desprovista de circunloquios afectivos– de la muerte de Miguel Ángel frente a frente con sus asesinos.
El juicio se celebraba además en un momento de significada relevancia político, en plena negociación del Gobierno de Zapatero con ETA tras el alto el fuego que la banda terrorista haría saltar por los aires seis meses después con el atentado contra la T-4 del aeropuerto de Barajas.
La actitud de los acusados –indiferentes al dolor de las víctimas, desafiantes con el tribunal y sin el menor atisbo de arrepentimiento– tampoco iba a ayudar a pasar el amargo trance a la familia del concejal asesinado.
«Absoluta falta de respeto»
Una semana antes, en el primero de la docena de juicios a los que se enfrentaba «Txapote» –por el asesinato del concejal del PP en Rentería José Luis Caso–, el presidente del tribunal expulsó de la sala al exmiembro del «comando Donosti», a Irantzu Gallastegui (también acusada por este atentado) y a sus familiares por su «absoluta falta de respeto» (la Policía tuvo que forcejear con «Txapote» para obligarle a ponerse en pie para escuchar las acusaciones contra él).
En la primera sesión del juicio por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la entrada en la sala del exjefe militar de ETA no hacía presagiar un cambio de actitud. Tras ser conducido esposado por los agentes al interior de la «pecera», la presidenta del tribunal, Manuela Fernández de Prado –una de las magistradas más veteranas de la Audiencia Nacional–, le pidió que se sentara en la primera fila de bancos. «¿Por qué?», replicó él con altanería. «Si no, no le vamos a oír».
Poco había que escucharle, en todo caso. El etarra y su compañera se acogieron a su derecho a no declarar y se dedicaron a intercambiar confidencias mientras el fiscal Miguel Ángel Carballo enunciaba una batería de preguntas sin respuesta.
Indiferentes, como quien oye el eco de una ristra de anuncios sin prestar ninguna atención, escucharon el pormenorizado relato del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Los detalles de esas angustiosas últimas horas del joven concejal de Ermua, mientras millones de españoles contenían la respiración, llenaron la sala de palabras lacerantes como cristales haciendo jirones toda confianza en la bondad del ser humano. La madre y la hermana de Miguel Ángel Blanco escucharon entre sollozos y a la vista de sus asesinos, sobreponiéndose a la emoción y sin poder contener las lágrimas, cómo los terroristas introdujeron en el maletero al concejal a primera hora de la tarde de ese sábado 12 de julio, tal día como ayer, y lo trasladaron en coche hasta una zona boscosa junto a una pista forestal del término municipal de Lasarte.
Comportamiento «grotesco»
Mientras Gallastegui les esperaba en el vehículo sus dos compañeros condujeron a Miguel Ángel a una zona apartada. Allí, mientras José Luis Gueresta lo sujetaba, «Txapote» descerrajó dos disparos en la cabeza a la víctima, arrodillado y con las manos atadas con un cable eléctrico.
Los acusados –cuyo comportamiento Marimar Blanco calificó de «grotesco y chulesco» al terminar la sesión– tan solo mostraron interés por el juicio cuando saludaron alborozados, puño en alto, a los etarras que comparecieron como testigos. A uno de ellos, Sebastián Lasa, la presidenta del tribunal tuvo que llamarle la atención. «Me comporto como quiero», la desafió el terrorista.
Al terminar esa primera jornada del juicio, algunos familiares de Miguel Ángel Blanco no pudieron más e increparon a «Txapote» y Gallastegui, que abandonaron la sala esposados y mostrando una actitud altiva, dejando de nuevo patente un absoluto desapego respecto a los graves hechos de los que estaban acusados.
Pero el momento más duro llegaría en la segunda y última jornada de la vista oral, celebrada el 20 de junio de ese 2006. La familia escuchó por videoconferencia la precisa declaración de los dos forenses que realizaron la autopsia a Miguel Ángel Blanco. El primer disparo (bajo la oreja derecha), explicaron mientras sus asesinos mantenían su actitud despreocupada, no fue letal y la víctima se mantuvo consciente. El segundo, en la zona occipital, era mortal.
El relato de los forenses
Si el relato forense no había supuesto ya suficiente carga emocional para la familia, el alegato final del fiscal Miguel Ángel Carballo terminó por liberar todos los sentimientos a duras penas contenidos. «Pocas veces –aseguró el representante del Ministerio Público en una emotiva intervención en la que, por fin, la familia del concejal de Ermua encontraba algo de consuelo– un asesino ha tenido tantos motivos para evitar llevar a cabo su despreciable propósito».
Carballo recriminó a «Txapote» que ignorase «el clamor desesperado de una sociedad que le reclamaba clemencia» y reprochó a los acusados su «pasmosa y sorprendente conducta de indiferencia», para el fiscal una «artificial pantalla para salvar su cobardía de enfrentarse a este juicio».
El final de las palabras de Carballo fue acompañado de una salva de aplausos de los familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco, puestos en pie. La presidenta del tribunal no tuvo más remedio que ordenarles desalojar la sala. Y entonces, Marimar Blanco, a solo unos metros de los asesinos de su hermano, les espetó mientras abandonaba la sala con todo el dolor, la amargura y la rabia acumulados durante esos nueve años: «¡Asesinos de mierda, hijos de puta, vais a pagar por todo lo que habéis hecho!».
«¡Miradme a la cara, que conmigo no habéis podido!», les recriminó mientras «Txapote» y Gallastegui rehuían su mirada. «¡Qué vergüenza me daría tener unos hijos asesinos!», espetaba mientras Consuelo Garrido, la madre de Miguel Ángel, a los familiares de los acusados.
Ya con la familia del político asesinado fuera de la sala, el juicio terminó con el turno de última palabra de «Txapote». «Hasta que no se libere Euskalherria no vamos a parar», dejó claro en euskera. Afortunadamente, la justicia tampoco se para.
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