Entrevista

El fiscal del juicio a los asesinos de Miguel Ángel Blanco: «Sentimos que esa vida nos la arrancaban a todos»

Miguel Ángel Carballo rememora un proceso histórico. «Tenían que salir de la sala como lo que fueron: viles y cobardes»

Miguel Ángel Carballo, teniente fiscal de la Audiencia Nacional, en su despacho
Miguel Ángel Carballo, teniente fiscal de la Audiencia Nacional, en su despachoDavid JarLa Razon

Difícil olvidar su alegato final en el juicio por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Ni las lágrimas de la familia del edil de Ermua al escuchar el relato de cómo Javier García Gaztelu, «Txapote», le disparó a bocajarro para acabar con su vida tras no ceder el Gobierno al chantaje de ETA. Miguel Ángel Carballo, teniente fiscal de la Audiencia Nacional, recuerda para LA RAZÓN ese juicio histórico cuando se cumplen 25 años de un asesinato que marcó un antes y un después en la lucha contra la banda terrorista.

¿Qué recuerdo tiene, como fiscal y como persona, de las angustiosas 48 horas que transcurrieron entre el secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que mantuvieron en vilo a la sociedad española?

Creo que todos los españoles de aquella época recuerdan dónde estaban o lo que hacían en aquel fatídico fin de semana. Yo me encontraba en un pantano en la Sierra de Segura. Entonces mi hija se encontraba en el vientre de su madre y la irrupción de la noticia quebró, por supuesto, nuestra diversión, de forma que no creo que recordase con tal intensidad aquel fin de semana si no fuera por eso. Pero lo que más lamento es que, hoy en día, al parecer, la mayoría de los jóvenes, universitarios incluso, desconocen quién fue Miguel Ángel Blanco. Qué rápido hemos ido….

El de Miguel Ángel Blanco no fue un asesinato más. ¿Por qué?

Es algo notorio que aquel atentado marcó un punto de inflexión en la sociedad española, incluida la del País Vasco, pero es que, además, fue un asesinato en cámara lenta, con una angustia muy concentrada en un plazo de tiempo muy corto y cruelmente fijado. Como el título del libro de Miguel Ángel Mellado «El hijo de todos» y como tuve oportunidad de expresar en el juicio, la perversa espera a la que sometió ETA a la familia de Miguel Ángel Blanco fue participada por todos los españoles. Cualquier español se pudo sentir padre, hermano, amigo o pareja de Miguel Ángel Blanco. Creo que nunca hasta entonces todos los españoles sentimos que esa vida nos la arrancaban a todos.

¿Cree que ETA tenía decidido de antemano asesinarlo?

Para mí fue desde el principio una certeza, más que un presentimiento, que aquel fin de semana iba a terminar con la muerte de Miguel Ángel. Aunque lo que más me desasosegó, y aún me impresiona, fue pensar en que él, con su conocimiento de la banda armada y del contexto político, tuvo la seguridad de cuál iba a ser su final.

¿Cómo afrontó el juicio? ¿Estaba convencido de que había pruebas concluyentes?

El juicio fue lógicamente especial para mí, pese a estar acostumbrado a juicios de esa gravedad y de importante repercusión mediática. Lo especial de aquel juicio es que, normalmente, un fiscal no acude a la sala de vistas a acusar por la muerte de una persona con la que ha tenido una previa relación. Y, aunque yo no conocí personalmente a Miguel Ángel Blanco, realmente el día del juicio, nueve años después, sí le conocía. De ahí que notase su presencia y acompañamiento de una forma especialmente viva y eso me proporcionó una motivación superior si cabe. Siempre creo en mis acusaciones en un juicio; en esta ocasión, así fue también y afortunadamente la sentencia así lo constata.

El relato de hechos de su escrito de acusación que se escuchó en el juicio, con los acusados a solo unos metros de la madre y la hermana de Miguel Ángel Blanco, fue un momento especialmente duro. ¿Cómo lo recuerda?

En estos juicios siempre resulta difícil mantener el equilibrio entre el deber de poner de manifiesto la gravedad de los hechos y todas sus circunstancias –para lograr la aplicación más justa de la ley– y la necesidad de evitar dañar la sensibilidad de la familia presente en la sala de vistas, como ocurrió con la familia de Miguel Ángel Blanco. Yo intenté, en lo posible, evitar el morbo innecesario.

El tribunal calificó en la sentencia la actitud de los acusados de «desafiante» y de «desprecio» hacia las víctimas, sin ningún signo de arrepentimiento ni compasión. ¿Le llamó la atención?

No en exceso. Lamentablemente, era una actitud habitual de los acusados en estos juicios, algo que se llamó «juicios de ruptura», puesto que lo único que admitían, como mucho, era ser miembros de ETA, como mucho, y mostraban una actitud irreverente de desprecio o de indiferencia al tribunal, a la acusación, a los propios hechos y a las víctimas. Sin embargo, en aquel juicio, con la sala de vistas a reventar de familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco, la chulesca actitud de los acusados sí generó una especial tensión en el desarrollo de las sesiones.

¿Qué cree que cambió en la respuesta social al terrorismo en el País Vasco a posteriori?

Desde luego fue un hecho histórico aquel atentado porque generó el «espíritu de Ermua», que marcó un antes y un después, tras aquel alzamiento cívico contra el hostigamiento e incluso aislamiento social que, para colmo, vivían las víctimas de ETA, y contra la presión social de dicha banda criminal. Cómo no recordar aquéllos ertzainas que desprotegieron sus rostros arrancándose sus verdugos de lana y, en fin, muchos momentos de gran emoción, las manos blancas, las masivas manifestaciones en toda España... Creo que ya no hubo marcha atrás en la propia sociedad vasca.

Seguramente no habrá olvidado su informe final en el juicio, ¿fue uno de los momentos más importante de su carrera fiscal?

Es posible que me apasionase en el juicio más de lo correcto y de lo ortodoxo y que me excediese del papel de estricto operador jurídico que ejerce la acusación pública, pero es que la acostumbrada actitud provocativa de los etarras en este caso resultó excesiva en presencia de la familia y con tantos sentimientos como afloraron en la población española por el atentado.

En esta ocasión, me sentí en la obligación de romperles su teatro, como creo que habría deseado cualquier español de tener la oportunidad de hacerlo. No podía quedarme en una fría asepsia jurídica. Ellos tenían que perder el juicio jurídicamente pero, escenográficamente, no lo podían ganar, tenían que salir de la sala como lo que fueron: viles y cobardes. Ciertamente, al surgir el revuelo en la sala y tras ordenar la presidenta del tribunal la expulsión del público de la sala, me arrepentí de haber vertido palabras, exclusivamente humanas. Hoy, tras el paso del tiempo, no me arrepiento.

¿Cree que pudo haber algún terrorista más implicado?

Las pruebas recogidas solo acreditan la participación de los que hasta ahora han sido condenados. No puedo decirle otra cosa.

El arma utilizada por «Txapote», una Beretta del calibre 22, nunca se encontró. ¿Podría aportar alguna pista con los actuales medios policiales identificadores de ADN?

Es cierto que nunca se encontró. Tan solo se pudo acreditar que ese mismo arma fue utilizada en otros atentados. De encontrarse hoy en día, el paso del tiempo y las condiciones en que hubiese permanecido pueden dificultar revelar restos biológicos, aunque es técnicamente posible. Sin embargo, ese mero dato no sería suficiente para formular una acusación puesto que sería preciso poner esa circunstancia en conexión espacio-temporal con el atentado y dotarla del apoyo de una prueba pericial de inteligencia que llevase a una casi científica conclusión de que otra persona más había participado. Las pruebas indicaron que quien ejecutó materialmente el disparo a Miguel Ángel Blanco fue «Txapote».

¿Cómo valora su falta de arrepentimiento?

Simplemente, propio de su iniquidad.

La Audiencia Nacional investiga a nueve exjefes de ETA por su supuesta responsabilidad en el asesinato tras una querella de Dignidad y Justicia. ¿Hay indicios suficientes para que los que entonces dirigentes de ETA respondan por la muerte de Miguel Ángel Blanco?

El procedimiento se reabrió en 2016 a estancias de la Fiscalía contra el jefe militar de los «comandos» ilegales de ETA en aquel momento, Javier Arizkuren Ruiz, «Kantauri», sobre la base de unas pruebas muy concretas y contundentes contra él. No cabe duda de que este atentado fue fruto de una elaboración superior a la de los propios miembros del «comando», pero en cuanto a la implicación penal de otros dirigentes de la organización terrorista es algo en curso de investigación sobre lo que no debo pronunciarme públicamente en este momento.