Corrupción
Un remake de Banca Catalana
“Dejadme que os diga una cosa, que es la última vez que la digo pero quiero que quede claro: el Gobierno de Madrid, el Gobierno central concretamente, ¡ha hecho una jugada indigna! Y a partir de ahora, cuando se hable de ética, de moral y de juego limpio, podremos hablar nosotros, pero no ellos”. Era el año 1984. Convergència i Unió acababa de arrasar en las urnas y se conoció que la Fiscalía preparaba una querella contra su líder, Jordi Pujol, por fraude en el caso Banca Catalana.
El día de la toma de posesión una manifestación ¿espontánea?, llenó la Plaça Sant Jaume para que Pujol construyera el relato del nacionalismo catalán que hoy todavía perdura. Un ataque al nacionalismo era un ataque a Cataluña, y un ataque a Cataluña era un ataque a Pujol y a CIU. Así se blindó. En 1986, la Audiencia de Barcelona archivó la querella a Pujol, mientras miles de ahorradores habían perdido sus ahorros. Cuatro años más tarde quedaron exonerados todos los gestores de la entidad. Parafraseando las palabras de Pujol “nos quieren confiscar la victoria y la honorabilidad”, Pujol se quedó con la victoria y con la honorabilidad.
Esos días Pujol ya tenía “los dineros” en Andorra. No era el único. Era el modus operandi de una buena parte de la burguesía catalana que ponía a buen recaudo su capital “pel que pugui passar” -por lo que pueda pasar-. Ese camino lo utilizó Florenci Pujol que hizo su fortuna en los mercados financieros y de divisas no siempre dentro de la ley. De hecho, fue condenado por evasión de capitales. Pujol reconoció que su padre le había dejado un legado en Andorra por el que no había tributado durante 34 años y, según las diligencias, fue el origen del origen de la fortuna del entramado familiar.
El nacionalismo, versus independentismo, sale huyendo de Pujol al conocer el caso. El que todo lo fuera es despojado de sus prebendas de presidente de la Generalitat y aquella imponente Convergència i Unió se rompe en pedazos. Las denuncias de Victoria Álvarez de bolsas de basura llenas de dinero sonrojaban al más pintado. Su hijo Oriol cae en desgracia y deja la política. Es condenado por cobrar comisiones cuando los casos del 3%, de aquella honorabilidad y ética de la que Pujol hacía gala aparecían como champiñones. Sus hijos Jordi y Josep son señalados en numerosas ocasiones como conseguidores. Se robaba, supuestamente, pero se hacía por Cataluña.
La aparición de la policía patriótica se convirtió en el bálsamo de los Pujol. El patriarca volvió a envolverse en la bandera cuatribarrada, amparando de paso el procés independentista para no perder ripio, y señaló a Madrid, ahora cloacas del Estado, de un ataque inmisericorde contra su persona. Un remake del caso Banca Catalana. En paralelo, el movimiento independentista inmerso en peleas cainitas, desbordado por los acontecimientos y con buena parte de los dirigentes en la cárcel, sin hoja de ruta factible y, sobre todo, sin líder cambia de tono y trata de recuperar la figura de Jordi Pujol presentándolo como víctima de los poderes del Estado por sus ideas, situando el caso de Andorra en una escala menor porque “ho feia tothom” -lo hacía todo el mundo-. Con este apoyo, Pujol logra resituar el caso. Tiene el apoyo del independentismo, o sea del pueblo, ha recuperado su imagen pública -con papel estelar de TV3-, ha identificado al enemigo: la policía y el Estado, y se apresta, como en Banca Catalana, que la querella quede en agua de borrajas.
Según publicamos hoy tampoco parece que en 2023 tampoco veremos en el banquillo al Clan de los Pujol. El patriarca habrá cumplido 94 años. Ha resistido los avatares y está dispuesto a dar la última batalla. Lo pillaron con el carrito del helado cuando reconoció el fraude. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que todo quede en nada y no se conozca si se cobraron comisiones, hubo amaños del clan para adjudicación de contratos, que operaciones se hicieron y si se declaró el capital amasado. Pujol lo sabe. Lo importante es que se diga aquella maravillosa frase de 1984: exonerado por falta de pruebas.
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