El personaje
Pere Aragonés: El gran ridículo institucional
Si no fuera por su hipocresía, doble vara de medir y deseos de mantenerse en el cargo a toda costa, lo lógico es que Aragonès hubiera estado con la turba soberanista
Quiso montar el numerito y lo ejecutó de manera grotesca. Hay que recordar aquella frase del ex presidente Josep Tarradellas –«en política se puede hacer de todo menos el ridículo»– para definir la conducta de su sucesor, Pere Aragonès.Eso fue lo que realmente hizo el actual presidente de La Generalitat al inicio de la cumbre hispanofrancesa en Barcelona, un gran ridículo personal e institucional, ante la mirada tibia de Pedro Sánchez y el estupor de la delegación francesa y su jefe de filas, Emmanuel Macron. En un país donde la «Grandeur de la France» impera, con enorme respeto a su historia y sus símbolos, la escapada chusca por la puerta de atrás de Aragonés para no escuchar los himnos nacionales de ambos países, con presunción de su desplante a las Fuerzas Armadas españolas presentes en Cataluña –mientras sus paisanos independentistas se tiraban los trastos insultando al visionario Oriol Junqueras– habría sido impensable un desaire de este tipo. Sus advertencias de que «el procés» no ha acabado y de que Cataluña quiere ser un socio europeo con categoría de país propio revelan la mediocridad de un personajillo como el republicano Pere Aragonès, sentado en La Generalitat por el dedazo de su líder y ahora «traidor» a la causa, Oriol Junqueras.
Si no fuera por su hipocresía, doble vara de medir y deseos de mantenerse en el cargo a toda costa, lo lógico es que Aragonès hubiera estado con la turba soberanista, fracturada entre silbidos y gritos en los alrededores del Museo Nacional de Cataluña, edificio de gran belleza ubicado en la emblemática y antigua fortaleza militar de Montjuic. Sabido es que los independentistas desconocen la historia, la desvirtúan y manipulan a su antojo. Pero el cinismo del presidente de la Generalitat, alardeando de su cargo ante Sánchez y Macron con una media sonrisa conejil, insultando al Ejército y a las instituciones que le pagan el sueldo, es de traca. Demuestra hasta qué punto los dirigentes independentistas están fuertemente divididos y preocupados en batallar unos contra otros. Es el final de un fanatismo a ninguna parte, que ojalá tenga su epitafio en las próximas elecciones. Ni que decir tiene lo que habrán pensado el presidente Macron y su séquito francés, respetuosos como nadie ante los emblemas de su gran nación, de este gris inquilino de la Generalitat, empeñado en sobrevivir en el puesto entre un revoltijo de siglas soberanistas cada día más alejadas de la realidad.
Pere Aragonès no tiene altura para ser presidente de la Generalitat de Cataluña. Así opinan veteranos políticos catalanes de este hombre pequeño en estatura física y falto de autoridad para imponerse a su propio partido. Un separatista a quien no se le conoce oficio alguno, sin experiencia profesional, nieto de un alcalde franquista en La Pineda y miembro de una de las familias más adineradas de Cataluña. A Pere Aragonès le consideran «un monaguillo» y recuerdan asuntos como la ampliación del aeropuerto de El Prat, que en un principio apoyaba y así se lo trasladó a algunos empresarios, pero luego se echó atrás por presiones de las bases de ERC.
Prueba de que la batalla con sus antiguos socios de Junts prosigue es la filtración desde círculos soberanistas sobre su residencia. Según fuentes neoconvergentes Aragonés vive en una finca conocida en Pineda de Mar como «Falcon Crest», un auténtico «casoplón» de amplias hectáreas con más de quinientos metros cuadrados edificados y permanente vigilancia de los Mossos de Esquadra. Sorprende que en su declaración de bienes remitida al Parlament únicamente figura un piso de alquiler con hipoteca, sin ningún ingreso procedente del negocio familiar, la potente cadena Golden Hoteles, en la costa catalana. En su entorno explican que la finca está en el Registro de la Propiedad a nombre de su padre, pero los vecinos de Pineda insisten en que es la residencia habitual de Pere Aragonés y todos la conocen como «Falcon Crest» Entre fuertes críticas de Junts y sus propias bases por los acuerdos con el Gobierno de Pedro Sánchez, Aragonés aguanta que no le vuelen la silla.
Candidato de ERC por decisión de Junqueras, no logró en primera vuelta los votos necesarios para su investidura y fue durante un tiempo un aspirante en barbecho. Definido por quienes bien le conocen como «burgués, indepe y pragmático», Pere Aragonès García pertenece a esa doble faz de los independentistas catalanes: nieto de un alcalde franquista y con familia millonaria. Nacido en Pineda de Mar, su abuelo paterno, Josep Aragonés i Montsant, amasó una gran fortuna durante la dictadura que le llevó a construir el hotel más grande de España en aquella época, el Taurus Park. Fundador de Alianza Popular en la comarca, fue edil del municipio y forjó un imperio hotelero y textil. Al fallecer en un accidente de tráfico, sus dos hijos, Pere, el padre de Aragonés, y su hermano Enric, heredaron las empresas del progenitor y su abultado patrimonio. Aragonés siempre niega su vinculación con el entramado empresarial familiar, con parques acuáticos y centros de ocio en Pineda, Tossa de Mar, Salou y Calella. Su esposa, Janina Juli Pujol, procede también de una adinerada saga del litoral en el Maresme catalán. Se casaron por todo lo alto y son padres de una niña, Claudia.
Licenciado en Derecho, en las aulas conoció a Oriol Junqueras. Militante de las Juventudes de ERC desde los dieciséis años amplió estudios económicos en la Universidad norteamericana de Harvard, lo que no frenó su fervor independentista.
A su regreso trabó contacto muy estrecho con Junqueras y cuando Marta Rovira se fugó a Suiza le llamó a la cárcel y le confirmó como el elegido. Asumió entonces el papel de segundón en el Govern de Quim Torra como vicepresidente de Esquerra Republicana de Cataluña y sus desencuentros fueron sonados. En sus teorías económicas de izquierdas priman el gasto público y la subida de impuestos, lo que despierta las iras de los empresarios catalanes, que ven cada vez más asfixiado el tejido productivo.
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