Opinión
Agotadas las localidades
Los domingos de fiesta política como hoy acudimos en forma de enjambre a esos panales donde depositamos la rica miel de la representatividad
Hoy es día de votaciones. A lo largo y ancho del país, grandes masas de personas se dirigirán a los diferentes colegios electorales para depositar su voto. No se si se han parado ustedes a pensarlo alguna vez, pero a mí la idea de esos grandes contingentes de individuos, todos ellos desplazándose el mismo día en un mismo territorio animados por una idea fija estrictamente personal, me impresiona. Me recuerda el éxodo de los judíos de Egipto, la larga marcha de Mao o la apertura de las puertas del Corte Inglés la colosal mañana del primer día anual de rebajas.
Lo cierto es que debería estar ya vacunado contra esas emociones pueriles porque en mi vida me ha sido dado contemplar repetidas veces grandes movimientos de masas. A causa de mi profesión, llevo años a mis espaldas tanto presenciando como protagonizando conciertos multitudinarios. Por más tiempo que pase, siempre me seguirá maravillando la disposición del ser humano a conjuntar sus movimientos como masa y acudir, todos a la vez, a eventos, lugares y momentos del tiempo. Desde esa posición, solo hay apenas un paso hacia conjuntar también los discursos y los pensamientos más epidérmicos y básicos. Y muchas veces, aunque sea a trompicones, los seres vivos damos ese paso.
Los domingos de fiesta política como hoy, acudimos todos en forma de enjambre a esos panales donde depositamos la rica miel de la representatividad. En esta ocasión, esa oleada ha coincidido con otra que podríamos contemplar como simétrica y paralela. Durante las últimas semanas y debido a la reactivación de las giras musicales a la salida de la pandemia, ha llegado a nuestro país una sucesión de conciertos en grandes estadios de figuras internacionales (Springsteen, Elton John, Coldplay) con una participación que, como mínimo proporcionalmente, podríamos decir que ha sido igual o superior a la de las urnas. ¿Qué político no soñaría con colgar siempre el cartel de «agotadas todas las localidades»?
Tanto en los conciertos como en las elecciones, se han proferido eslóganes compartidos, se han levantado brazos en alto con una variedad de posturas gestuales significativas y, en general, los integrantes de la multitud nos hemos mostrado satisfechos con todo ello. Supongo que resulta un poco cruel reconocer que la clase media somos muchedumbre. Deslizarse de ahí hasta la chusma, hasta el vulgo o la plebe anónima es una pendiente resbaladiza perfectamente patinable. Y eso es engorroso, porque en tiempos de Tik Tok, Facebook y Twiter la gente solo gusta de ser anónima e impersonal cuando es a ratos y por elección no impuesta. Por encima de esas convenciones de pura vanidad, luego resulta que los seres vivos no podemos ocultar el placer que frecuentemente experimentamos al fundirnos con la masa, al perder por un rato la cara, enmascararnos en la muchedumbre, olvidar la precaria identidad que actúa como una condena de ideas preconcebidas sobre nosotros.
Supongo que eso sucede porque, en el fondo, permite descansar por un rato de nosotros mismos, de la conciencia de lo que somos, y delegar el devenir del momento presente a una instancia superior, amorfa, más grande. Algo parecido a lo que late tras la atávica búsqueda de la divinidad. Pero lo que nadie podrá negar es que ese hecho, ese comportamiento, se produce y es real. Resultará indiscutible mientras sigamos acudiendo con gusto a conciertos en grandes estadios sin ninguna oportunidad de ver realmente a nuestros admirados héroes, excepto en grandes pantallas de video que agrandan a quienes sobre el escenario no vemos más que como figuras minúsculas.
Sentarnos absurdamente en un estadio con bebidas efervescentes, música vociferante y pantallas gigantes no deja de ser una variante menos civilizada de un día de elecciones. Y probablemente ambas cosas derivan sencillamente de nuestro gusto por sentirnos formar parte de una multitud, una masa, una muchedumbre: esa cara con acné del ideal de lo colectivo.
Somos legión. Legión de votantes. Y eso al menos significa algo positivo, acné aparte. Significa que, más allá de su sempiterna búsqueda de divinidades superiores, nuestra sociedad prioriza ahora la única superioridad que tiene visos de irrebatible: la superioridad del número. Significa que aquí estamos por fin un superior número de personas apostando por la democracia.
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