Congreso de los Diputados
«Amamanté a mi hijo en el Congreso, pero nunca en el escaño»
La primera diputada que alimentó a su hijo en la Cámara (año 89) critica el marketing de Bescansa
La XI Legislatura será la de Diego o no será. No hay legislatura sin su pequeño icono doméstico y hasta la Constituyente tuvo el suyo en aquel pitillo que Suárez ofreció a González y reconciliaba como por ensalmo a las dos Españas. Luego vendrían el moño de La Pasionaria, la pipa de Tejero, el pecho de Susana Estrada... Así, hasta llegar a Diego. El bebé de la Bescansa es la bandera de los emergentes, el «deux ex machina» de la Nueva Política, un amanecer en el que los ducados de sus señorías –la vieja «casta» cancerosa– quedan sustituidos por la «crianza con apego» de la diputada de izquierdas, las rastas de Alberto Rodríguez y la bicicleta de Juantxo López de Uralde. Parafraseando a Suárez (y la frase es de la propia Bescansa), «es hora de llevar lo que hay en la calle a las instituciones». Pero, ¿de verdad es tan raro el gesto de la diputada?
«Eso es sólo una puesta en escena. Los de Podemos manejan el marketing político perfectamente». Lo dice una mujer que amamantó a su hijo en el Congreso, la primera que lo hizo, en 1989, mucho antes de Bescansa y de los gloriosos precedentes que han salido a la luz: un par de eurodiputadas, una señorita argentina y Ángeles Maestro, de IU, en 1991. «Pero yo nunca lo amamanté en el hemiciclo, de cara al público», matiza María Luisa. Y ahí está el quid de la cuestión para la actual dueña del restaurante «La Cocina de Maria Luisa».
El niño es el mensaje
Si hacemos caso a McLuhan, «el medio es el mensaje». De este modo, el espectador convencional de la política (usted y yo, para entendernos) es el encargado de «decodificarlo». Visto así, la bicicleta de López de Uralde no es un simple velocípedo sino una defensa de la movilidad sostenible, las rastas de Rodríguez... en fin...y Diego, sin duda, además del hijo de la Bescansa, y una ricura de muchacho, es un canto a la igualdad de oportunidades y a la más pura conciliación laboral. El niño es el mensaje. Y eso es exactamente algo con lo que María Luisa Banzo Amat, ex diputada y dueña del restaurante La cocina de María Luisa (Jorge Juan, 42), no transigió jamás.
«Yo siempre he reivindicado la conciliación familiar y laboral, ¡faltaría más! –explica–, pero yo lo llevaba de una manera normal, no lo metía en los plenos ni lo exhibía en el escaño. Y mis hijos se han criado con tanto ‘‘apego’’ como los de ella. Un apego exagerado –puntualiza–. Lo que pasa es que lo de Bescansa fue un puro acto mediático, para salir en las portadas. Y lo ha logrado. Es una hipocresía que tenga cinco horas al niño en el escaño y luego se preocupen de lo mal que lo pasan las ocas en la Cabalgata de Reyes».
Vayamos a su historia, a la de María Luisa. Llegó al Congreso en el 86, proveniente de un pueblo de apenas 1.000 habitantes, Navaleno («Yo no tenía ningún pedigrí, ¡para que luego digan que los del PP somos pijos!»). Allí, en su tierra, la llamaban la «dama de hierro soriana» y a ella no le molestaba en absoluto. La Thatcher ya era por entonces su referente. Pero en el Congreso todos la conocían como «la niña». Mira, niña... Oye, niña... «Ya fueran del PP o del PSOE, todos me trataban fenomenal, con mucha atención». En el fondo, era como la hermana menor. Una pipiola de 26 años, para más señas embarazada. Como le dio una flebitis, el carpintero del Congreso le improvisó una banqueta para mantener la pierna en alto, «porque yo nunca me perdí un solo pleno». Luego se enteró que aquella banqueta se conservó y hasta la reutilizó Rodrigo Rato cuando se rompió la pierna esquiando.
Cuando nació Ángel, en el 89, se las tuvo que apañar para conciliar. Para empezar, su marido dejó su trabajo para dedicarse al pequeño mientras María Luisa, por ejemplo (sesión del 12 de abril), le preguntaba a la señora ministra si sabía «a título de anécdota, que una madre española necesita tener 51 hijos para llegar a cobrar lo que una austriaca por un solo hijo». Pero, claro, Ángel padre no podía resolver el peliagudo tema de la lactancia. «El niño se quedaba con mi marido por la calle o por los despachos del Grupo, y cuando le tocaba, me llamaba el ujier o alguien y yo bajaba corriendo y le daba de mamar y le cambiaba. Le he dado de mamar también en la biblioteca del Congreso y hasta alguna vez, si había mucha prisa porque estábamos en medio de una votación, lo he hecho en el Salón de los Pasos Perdidos». Y así, dice, 11 meses, los que estuvo el niño (hoy veinteañero, árbitro en categorías inferiores) agarrado a la teta. «Me hacían muchas bromas con estas cosas los compañeros de todos los partidos», rememora María Luisa.
Todas aquella piruetas se habrían podido evitar con una guardería en el Congreso. Se instaló en el año 2006, por más que Bescansa lleve su «apego» al extremo de rechazarla. A sus señorías se les hace precio y las instalaciones son más que decorosas: 350 metros cuadrados con patio exterior, columpios, arena a mansalva y tres aulas bautizadas con ecos de tarifa móvil: «Delfín», «Pelícano» y «León».
En tiempos de María Luisa imperaba una naturalidad muy alejada del ojo público. «Lo que pasa es que el PP nunca ha sabido explotar ese tipo de cosas –analiza–, como lo de las mujeres. El PP era con muchísima diferencia en aquella legislatura del 86 el que más tenía en el Congreso. Y nada de mujeres florero ni de cuota». Ahí estaban, con sus respectivas hombreras (eran los 80), Tocino, Villalobos, Rudi, García Botín, Izquierdo, Esteban... «Del otro lado, casi ninguna mujer. Pero siempre llega la izquierda y se arroga el patrimonio de la defensa de la vida laboral, la conciliación familiar o la defensa de la mujer». O lo que es lo mismo, hacen del medio el mensaje y del pequeño Diego, el niño de Bescansa, un arma cargada de futuro y seguramente de razones... Pero, al fin y al cabo, un arma.
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