Opinión

El artículo de Sabino Méndez: La sororidad, ja, ja, ja, ja

Díaz, Belarra y Montero han hecho un ridículo político monumental

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz; la de ministra de Igualdad, Irene Montero, y la de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz; la de ministra de Igualdad, Irene Montero, y la de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione BelarraFERNANDO ALVARADOAgencia EFE

«A la fuerza ahorcan», ese debería ser el lema bajo el que la coalición de Sumar se podría presentar a las elecciones del próximo 23 de julio. Todo han sido miradas de reojo entre quienes suscriben el pacto, faltas de confianza mutua, celebraciones de acuerdo con cara de funeral, enfrentamientos personales e incluso vetos señalados a nombres relevantes. A eso, hace años, en el rock’n’roll, le llamábamos con toda franqueza muy mal rollo. La cara de Ione Belarra mientras anunciaba que firmaban el pacto (antes de arriesgarse a repetir un ridículo como el de Andalucía) podría ser signo de cualquier cosa menos de buen rollo.

Las dos partes coinciden en que hay un acuerdo para concurrir conjuntamente a estas elecciones, pero nunca se ha visto una conjunción más a cara de perro que la de la coalición de señoras enfadadas. Díaz, Belarra y Montero han hecho un ridículo político monumental. Han provocado un culebrón que ha sido la comidilla de todas las tertulias capciosas del país. Pero no es solo eso lo preocupante (porque difícilmente lo que mal empieza bien acaba) sino el significado en imagen de todo ese espectáculo para la izquierda feminista a pie de calle. Desde su llegada al Gobierno, las ministras de Podemos se han esforzado por crear entre el público un marco mental en el que todos los tropiezos o contratiempos con los que se encontraran (incluso aquellos producidos por su propia torpeza) fueran atribuidos a unos supuestos grupos de señores machistas mayores, vestidos con corbata, que debían estar imaginariamente agazapados en todos los rincones de los mecanismos de poder.

Pero ver ahora a todas las lideresas con cara de pocos amigos, clavándose puñales por la espalda, al más viejo estilo del antiguo culebrón, pone en duda todo el supuesto espacio mítico de la sororidad que tantos esfuerzos ha costado inventar para seducir a los más incautos. El descrédito de imagen mítica se ha visto agravado porque las lideresas se presentaban a anunciar la evolución de las negociaciones cada vez mas repeinadas y pintadas. El aliño indumentario crecía proporcionalmente al mismo ritmo que las caras de pocos amigos. A expresión de mayor cabreo, más producidas aparecían.

Por supuesto, estoy caricaturizando. Pero la caricatura es tan válida (o tan poco valida) como la de imaginar que el poder judicial, o el ministerio de agricultura, o Europa, es solo un grupito de señores con corbata que se reúnen para tomar carajillos, hurgarse con mondadientes y despotricar sobre las mujeres. Lo más hiriente para la supuesta sororidad de nuestras gobernantas es que todo este lío lo ha provocado precisamente un representante masculino que afirmaba defender sus derechos y en lugar de eso les ha robado la cartera empujándolas a ponerse en ridículo. A pesar de la conocida fama de mítico carterista que ya hace tiempo acompaña a nuestro caro presidente, se negaron a ver que convocaría a toda velocidad unas elecciones sin tiempo para respirar, justo para colocarlas en la posición en que se encuentran ahora: entre la espada y la pared.

Al final habrá acuerdo porque las matemáticas obligan, pero será el peor acuerdo que imaginarse pueda y todavía pasarán cosas hasta que se cierren las listas. Eso indudablemente pagará su precio en votos. El censo no es tonto y no perdona. Una parte del electorado perderá su confianza en ellas por el simple hecho de comprobar que ni ellas confían entre sí.

Sea cual sea el desperfecto numérico, no creo que eso resulte lo más grave de todo este lamentable espectáculo para la izquierda feminista. Lo peor de todo va a ser la estigmatización entre las diversas facciones de esa misma izquierda. Dicho espectro político se ha acostumbrado a utilizar de una manera irresponsable la estigmatización contra sus adversarios y ahora, desconoce otro sistema de ataque que no sea ese. Una vez vuelto el puñal hacia si mismos, el resultado puede ser imprevisible. Como siempre, el más estigmatizado será el más vulnerable. La primera puñalada ya se la han dado en la yugular al concepto de sororidad. Y no me alegro de ello, porque la sororidad significaba en el fondo un bello sueño (como tantos). Pero, como todos los sueños, nada más que pura imaginación.