Política

Conflicto de Gibraltar

Ataque a España

La Razón
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El pasado 25 de julio, día de Santiago, Patrón de España, fue especialmente trágico para nuestra patria. Y no sólo por la dramática tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela ocurrida la víspera, sino también por la agresión a la integridad territorial que tuvo lugar en la otra punta de nuestra geografía, en Gibraltar.

Entre los días 24 y 25, casualmente, un remolcador gibraltareño, protegido por hasta media docena de embarcaciones de la Royal Navy y de la Policía gibraltareña, arrojó alrededor de 70 bloques de más de un metro cúbico de cemento «adornados» con hierros de diversos tamaños y formas. Durante estas actividades se produjeron incidentes y choques con patrulleras de la Guardia Civil y marisqueros españoles.

La zona donde se han producido estos vertidos es la comprendida entre el extremo de la pista de aterrizaje de la base militar inglesa (ese «aeropuerto» no tiene reconocimiento de la OACI) y la Playa de Poniente de La Línea de la Concepción, zona de pesca tradicional de los barcos españoles de la bahía de Gibraltar.

Según el patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de La Línea, Leoncio Fernández, quien culpó de lo ocurrido a las dejaciones del Gobierno español, los ingleses «han acabado con los rederos, los barcos de cerco y los arrastreros; con los hierros que sobresalen de esos bloques de hormigón, las artes quedarán destrozadas ... vamos a reclamar indemnizaciones para los 53 barcos que faenan en esta zona». Lo anterior es fácilmente comprensible, dado que estos tipos de redes, tradicionales en los pescadores de la Bahía, prácticamente rozan el fondo cuando «cercan» los bancos de peces y mariscos.

En medios ingleses y llanitos, así como, desgraciadamente, en otros españoles próximos al PSOE (diario «El País» y Cadena Ser) y a colectivos «ecologistas» asociados a la izquierda política (Verdemar Ecologistas en Acción), se ha vertido la excusa ecologista de que lo que Gibraltar busca es crear un arrecife artificial que regenere la pesca, como, en determinadas circunstancias y en otros lugares se hace.

Pero, como siempre con la diplomacia inglesa, además del «trágala» de los hechos consumados, el «veneno oculto» no es la pretendida protección del medio ambiente. A Inglaterra no le preocupan lo más mínimo los vertidos de petróleo de sus gasolineras flotantes o los desechos radiactivos de sus submarinos nucleares. Lo que pretende el Reino Unido, de nuevo, es que se le reconozca «el derecho» a unas aguas jurisdiccionales donde hacer lo que le dé la real gana. Es decir, pasarse por el forro el Tratado de Utrech precisamente en su 300 aniversario.