Opinión

Una campaña muy larga

Parece diseñada para críos con déficit de atención. Lo que consiguen es que acabemos votando desganados

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un acto de campaña en Santander. CÉSAR ORTIZ - EUROPA PRESS 22/05/2023
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un acto de campaña en Santander.CÉSAR ORTIZ - EUROPA PRESSEuropa Press

Se me está haciendo ya un poco larga la campaña electoral y eso que yo sería, de existir uno, su público objetivo: me gusta leerme los programas de los partidos, ver los debates, escuchar las propuestas de los candidatos… Me tomo muy en serio lo de votar. Pero, aun así, la de este año se me antoja interminable, como una Nochebuena con la familia política. Quizá porque en lugar de dirigida a adultos con sus capacidades cognitivas intactas y responsabilidad democrática, dispuestos a elegir con rigor a sus representantes políticos, parece que en esta ocasión está diseñada para críos con déficit de atención y sus monitoras de extraescolares, activistas de todo y con ecoansiedad. Solo así se explica que no caigan al suelo de puritita vergüenza varias caras al prometer retirar medallas a presentadoras de televisión y poner profesores de fitness en cada parque. O abrir escuelas y ludotecas para que las madres se puedan ir a tomar cervezas. Es eso o que no nos toman en serio.

Lo que sí que hay que reconocer es lo original de ciertos soportes. Pero original no significa siempre algo positivo. En algunos casos, como este, únicamente indica lo inusual de la propuesta. Las camisetas, por ejemplo. Una ministra con una camiseta con la cara de un ciudadano normal, de infantería, no es algo bonito. Pero es que cuando los miembros de Podemos la toman con algo, son muy tonto con linde. A la lona alusiva al mismo ciudadano me remito. A ellos, que los tribunales declarasen su inocencia les da exactamente igual, porque cuando la superioridad moral cae de tu lado, la razón también lo hace. Así que es culpable. Y punto. Porque lo dice Pablo Iglesias, que es el Mesías.

Otra candidata se abría un perfil en Tinder. Busca «personas de Barcelona, con ganas de mejorar la ciudad y disfrutar de sus calles y parques, pero más limpios». Supongo que no estoy en la onda, que soy muy antigua, porque donde ellos ven una estrategia de comunicación original en canales que no son los habituales para unos comicios, yo solo veo una mamarrachada nivel despedida de soltera con pene de peluche en la frente. Como bailar (mal) coreografías ridículas o sacar a lo más friki del barrio a danzar sobre un escenario en un amago de verbena digna de la nueva temporada de American Horror Story, pero castiza.

Todo esto para pedir el voto a los ciudadanos, ojo. Que si fuera para pasarlo bien sin más, yo a tope. En el ocio y el asueto de cada cual, no me meto. Pero a una campaña electoral le pido algo más. Como mínimo, que no me abochorne. Y con esta lo estoy pasando fatal. La vergüenza ajena es un sentimiento que manejo reguleras. Al menos está cumpliendo en ese clásico que es atizarle al contrario en lugar de centrarse en sus propias propuestas electorales, alentar la confrontación y la malquerencia. Como si toda movilización en el voto obedeciese a un querer que pierda el otro más que a un querer que gane este.

Y así, con estos mimbres, lo que consiguen es que acabemos votando como el que coge un autobús: desganados, sabiendo que ninguno nos llevará a donde queremos ir. Tratando, más bien, de evitar el que nos deja más lejos. Por si era poco, no nos libramos ni del manifiesto de los abajofirmantes profesionales, los del infierno de los 26 años en Madrid. Que se ve que lo dan por perdido y ahora prefieren firmar para perpetuar el cielo de Barcelona, pero sin mudarse. De lejos. Que ni es bailar ni es nada. Y mientras tanto, en Melilla se compran votos y en Valencia tienen a los funcionarios arrancando los carteles de Vox. Qué larga se me está haciendo esta campaña. Estoy agotada: me voto encima.