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El “obrero del pladur” y otros que huyen de la izquierda

Su entrevista mientras llevaba al hombro 30 kilos de acero inoxidable (no, no era pladur) se hizo viral. Votaba a Vox y renegaba de la izquierda. No es el único.

Ismael Tejero, un «currante» de Vox, y Ana Díaz Mateo, una cajera de supermercado que tampoco se siente representada por los «progresistas» / Fotos: Luis Díaz y Lorenzo Carnero
Ismael Tejero, un «currante» de Vox, y Ana Díaz Mateo, una cajera de supermercado que tampoco se siente representada por los «progresistas» / Fotos: Luis Díaz y Lorenzo Carnerolarazon

Su entrevista mientras llevaba al hombro 30 kilos de acero inoxidable (no, no era pladur) se hizo viral. Votaba a Vox y renegaba de la izquierda. No es el único.

Hasta hace unas semanas, Ismael Tejero, el famoso obrero del pladur de Vox, era un ciudadano más. Hoy nos hace ya su primer desmentido: «No era pladur, sino acero inoxidable lo que llevaba al hombro en el vídeo que se hizo viral». O sea, casi 30 kilos a la espalda, tantos como arrestos para responder cuando el reportero Willy Veleta le detuvo en una acera próxima al Círculo de Bellas Artes de Madrid. «¡Oye! ¿Habéis visto los debates?».

Tal vez, al verle doblado y con ropa de faena, el entrevistador esperaba dar con un Juan Aldán, el mítico sindicalista, resentido y arruinado, que retrató Torrente Ballester en «Los gozos y las sombras». De ahí que no pudiese disimular su fiasco cuando el joven trabajador le contestó tranquilo y con absoluto convencimiento: «Solamente quiero que salga Vox, porque me parece lo mejor para este país». El periodista, que parecía no dar crédito, insistió. «Eres un currante, ¡tío!». Deberían haberle advertido que los tiempos de agitación sindical y republicana ya pasaron. Que los conflictivos años 30 que planteó el escritor a través de los personajes estereotipados de su novela nada tienen que ver con la convulsión que vive hoy nuestro país.

En una parte de la sociedad impera esa leyenda que decide excluir del electorado de derechas a los obreros y demás currantes y Willy Veleta quiso recrearla en su pulso con Ismael. A un lado, señores feudales que imponen su déspota voluntad. Al otro, trabajadores obedientes viviendo de recoger migajas. «No me amilané. Yo llevo tiempo dando forma en mi cabeza a mis ideales y construyendo con argumentos mi propio mitin. Por eso, lo que podía haber sido un desastre se convirtió en la oportunidad de hacer valer mi voz», dice Ismael. Lo hizo cuando fue increpado tres días antes de las elecciones generales y lo repite en esta entrevista para LA RAZÓN.

Ismael, igual que su mujer, dependienta de supermercado, y el resto de su familia, se definen de derechas sin rodeos ni sutilezas, a pesar de ser gente modesta. «Esa época de esplendor del sindicalismo como fuerza decisiva para hacer compatible el crecimiento económico con nuestros derechos es pasado», dice. No cree que el movimiento sindical se haya adaptado a las nuevas exigencias, «por eso, la izquierda ahora no puede apoderarse de ese espacio ideológico que representa los intereses de la clase trabajadora». Habla de impuestos, de derechos sociales y de conciencia de clase. Lo hace con sencillez, pero con razones que, al estar cargadas con sudor, toman más fuerza: «¿Qué credibilidad tiene un político que habla de la casta desde un casoplón o de puertas giratorias cuando ha situado a su propia mujer en primera línea de la política usurpando el puesto a otros?».

También lo tiene claro cuando le sacan el tema de la violencia de género. «Abascal protege a la mujer. Tengo dos hijas y sé bien qué quiero para ellas. ¿Cómo no las voy a defender? Lo que no acepto es la discriminación ni de hombre ni de mujer. ¿Acaso la legislación actual está impidiendo los asesinatos machistas, la violencia o las denuncias falsas?». Hace también una defensa acérrima de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, y dice que lo bueno de todo esto es que el obrero pueda expresarse libre de ataduras.

Al líder de Vox no le ha sorprendido el modo de pensar de Ismael. Es consciente de que hoy los trabajadores más modestos, igual que la gente de campo, escogen opciones que no son de izquierdas y así lo ha declarado en más de una ocasión. En campaña Abascal apeló incluso a los votantes socialistas: «Les pedimos que recorran el camino a nuestro lado, como ya hacen muchos españoles que habían votado cosas distintas».

En países como Dinamarca, Noruega o Suiza, la derecha atrae también el voto de la clase trabajadora, sobre todo industrial y femenina. El sociólogo suizo Daniel Oesch, profesor de la Universidad de Lausanne, indica que ocupar un trabajo u otro determina a qué partido das tu voto. De acuerdo con sus observaciones, en los países del sur de Europa los votantes de clase media están más representados que los de clase obrera en los partidos de izquierda. Y los partidos de derecha se nutren en gran medida de trabajadores obreros.

¿Por qué convence Abascal en España a ciudadanos como Ismael? Preguntamos a Ana Díaz Mateo, cajera de supermercado de la localidad madrileña de Alcorcón y votante incondicional de Vox. «Me gusta la seguridad y el aplomo que proyecta. Es un político carismático, valiente y con inteligencia para regir un país y luchar por su gente. Habla y lo que dice suena convincente. Estamos muy cansados de políticos que codician el poder y luego hacen poco. Era el líder que necesitábamos, firme y resolutivo».

No es una socialista indignada, sino votante de derechas de toda la vida. Vota y defiende a Vox sin complejos. «Apuesto por quien saca músculo por nuestro país. No quiero que España se rompa y estoy dispuesta a unirme a su desafío. Una nación se pierde porque quienes la aman no la defienden», dice apropiándose de una frase del estratega Blas de Lezo que leyó en la placa de un parque de su municipio.

Ismael añade que la izquierda no ha contentado ni siquiera a una buena parte de su propio electorado y recuerda que la confianza, una vez que se pierde, es muy difícil de recuperar: «Esto no va de dinero ni de clases. Ser hoy de derechas no significa vivir en la opulencia, ni viceversa». Hoy un fontanero puede cobrar bastante más que un catedrático y nunca habíamos tenido tantos universitarios en riesgo de pobreza. En España, más de un millón de titulados, según la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza EAPN-ES). Pero es muy tentador simplificar la realidad.

Con más o menos sorna, ironía o humor y con opiniones de todos los colores, su video se viralizó. Santiago Abascal no quiso quedarse al margen y publicó en su cuenta de Twitter: «Lo que pasa cuando un progre quiere tocarle las narices a un currante». Ismael nos confiesa que alguien le propuso escenificar el mismo episodio en el cierre de campaña, en la plaza de Colón, pero lo rechazó. «Me negué a que se desvirtuase el momento que viví en la acera con el entrevistador. Aquello fue auténtico, igual que las reacciones que siguieron después. Por mi parte, no hubo ninguna intención en mis palabras. Simplemente me expresé y defendí mis ideas. Cualquier otra cosa posterior habría perdido esa espontaneidad», asegura

La reacción en redes viene a decir que el juego político anda escaso de esos personajes imaginarios o reales que tanto gustan y que, con más o menos acierto, retratan la realidad social o la idiosincrasia de un país entero. Recordemos a la niña de Rajoy, que encarnaba la vida misma, según el ex presidente, o a Juana, la limpiadora ubicua de Pedro Sánchez. Cordobesa, alicantina o canaria. Trabajadora en un hotel, en un colegio o en un polideportivo. Ambas se convirtieron en el blanco de bromas, gags, caricaturas, comentarios y artículos. Barack Obama, más sutil, llevó a su campaña de 2008 a Ashley Baia, una joven, en este caso real, de 23 años. Siendo niña, su madre enfermó de cáncer y fue despedida del trabajo. Con su conmovedora historia, el líder buscó el apoyo de la reforma sanitaria en el país.

Ismael expuso su propio pellejo sin esperar una réplica tan enloquecedora. A las 19:30 h. del mismo día de las elecciones, vivió un momento digno de alfombra roja política cuando fue recibido en el hotel Meliá Fénix por Abascal. El joven le regaló la estampita de Santa Gema y un rosario e intercambiaron devociones. Ahora, este hombre, mal llamado, del pladur solo desea que la política y los gestos no se queden en lo visual e inmediato.

«La dictadura del progre»

Así llama Abascal a esa manía de juzgar a quien piensa de modo diferente. Puede que la estructura de su electorado aún esté formándose, pero según el barómetro del CIS ya tiene en sus filas parados, obreros no cualificados, técnicos y cuadros medios. Sus votantes son mayoritariamente hombres, ex del PP, católicos, entre 25 y 54 años y. sobre todo, muy implicados. Sus votantes escuchan la radio y se informan a través de internet e intercambian información a través de sus redes. Su posición no siempre es bien recibida. Ana, nuestra entrevistada, ha tenido que soportar que la llamen racista y xenófoba o que incluso la bloqueen algunos parientes en su cuenta de Facebook. “Defender España, la religión católica y la vida no es una cuestión de etiquetas e ignorar que existe otra forma de pensar es quedarse con una visión muy miope de la realidad”, asegura.