Aniversario del 11M
“El pecho de Vicente sirvió de escudo y pudo salvar a los que tuviera detrás”
Vicente Marín es uno de los 192 asesinados en la masacre de Atocha. Era del atlético, fan de la música de Sabina y le daba miedo viajar en coche
Vicente Marín es uno de los 192 asesinados en la masacre de Atocha. Era del atlético, fan de la música de Sabina y le daba miedo viajar en coche
ElLo celebró reuniendo a sus padres y hermanos y también a sus cuñados. Sopló las velas con los mismos deseos de cada año: tener hijos, viajar, y que su atlético de Madrid siguiera ganando. Eran deseos confesos, porque los que pidió aquel día, quedaron en secreto, para él. “Ese día parecía como su despedida”.
Se había casado en 2001 en la Iglesia de San Miguel, con Milagros Valor, la niña de sus ojos, a la que conoció cuando tenía 16 años camino del colegio, al lado de donde él vivía. Él tenía ya 20 años y estaba haciendo el servicio militar. Y ella dice que se fue enamorando de Vicente Marín en cada cita de aquellos años. “Siempre decía que iba a morir joven, como mi tío Juanjo”. Era un presentimiento recurrente que también había compartido con sus padres, cuenta Valor. Era socio del atlético de Madrid, se ponía su camiseta o su bufanda y los planes con su mujer estaban condicionados al calendario futbolístico. Desde siempre sonó Joaquín Sabina como la banda sonora de una vida en construcción. Cada una de sus letras poéticas parecen como mensajes encriptados para Milagros: “Que el calendario no venga con prisas, que el diccionario detenga las balas”, esas que aquel 11-M no pudo detener la metralla de las mochilas bomba del tren de de la calle Tellez.
A Vicente no le gustaban los coches, “les tenía mucho miedo” y por ello no había querido sacarse el carné de conducir. “Pefería ir en tren a todas partes”, lo consideraba más seguro.
La mañana del 11-M desayunó su café de siempre, junto a su mujer, y se fue a trabajar. Le dijo: “Hasta luego. Luego te llamo”. Milagros ese día había salido antes, en coche, se había ido a rehabilitación, y allí se encontraba cuando escuchó en la radio la noticia de unas bombas en la estación de Atocha. Al oír lo ocurrido Milagros se tiró de la camilla y empezó a llamarle por teléfono, pero nadie respondía al otro lado. Su marido era muy puntual, trabajaba en las Torres Valencia y le gustaba ir con tiempo para darse un paseo antes de entrar a trabajar. Ella siguió llamando al teléfono sin que nadie respondiera al otro lado. En esos momentos Vicente ya había fallecido. “El impacto fue en el pecho, falleció al momento”. Milagros cuenta que “el pecho de Vicente sirvió de escudo” y pudo salvar a la persona que estuviera detrás de él porque se llevó de lleno el impacto de la metralla del explosivo asesino. Aquel día mi vida se paró”, cuenta su viuda.
Milagros intentó negar lo que estaba ocurriendo y se agarró a la esperanza de que a Vicente no le podía haber pasado eso. Siguió llamando a su teléfono, pero ya nadie respondió. Se fue a casa de sus padres, aún no se habían enterado de lo ocurrido, estaban con los nietos viendo dibujos animados. “Su hermano se acercó a las vías a ver si le encontraba. Me fui a trabajar, pensando que lo que estaba ocurriendo no iba conmigo”, cuenta. Fue a las 11:00 horas cuando se puso a buscar por los hospitales con la foto de su marido. “No lo encontrábamos y sus hermanos y los míos acabaron yendo a Ifema”. “Yo seguí aferrándome a la esperanza”. Fue Fernando, el hermano de Milagros quien se presentó al día siguiente en su casa. Una mirada y un abrazo fueron suficientes para darle la triste noticia. Estaba en Ifema, era él. “Su vida y la mía se acabaron en ese instante”, recuerda. Después se trasladó a Ifema, pero no pudo entrar a reconocerle “prefería recordarlo como siempre”. La viuda de Marín, dice que con 33 años se le paró el mundo, pero subraya la tristeza que supuso para unos padres la pérdida de su hijo. El padre de Vicente era diácono permanente en la misma iglesia donde se había casado su hijo Vicente con Milagros, y fue allí donde celebró el funeral. Tras morir su mujer, madre de Vicente, se ordenó como sacerdote.
Ese 11-M “comenzó mi soledad impuesta”. Al principio no se creía lo que estaba pasando, se fue a vivir con sus padres hasta que decidió volver a la casa que había compartido con Vicente. “Me costó abrir la puerta y no ver a nadie”, recuerda. “Me ayudó mucho entrar y sentir una presencia que me acompañaba”. “Nunca me iba de su lado, me faltaba parte de mi vida, me costó mucho superarlo”.A Milagros le costó salir de esa soledad “impuesta”. “Me veía como un pegote en todos los sitios”. Le costaba hasta maquillarse y quedar con gente. Pero los recuerdos le hicieron recordar, hasta en canciones de Sabina”: “Que el maquillaje no apague tu risa, que el equipaje no lastre tus alas” .
Cada día que el reloj vuelve a dar las horas de la masacre, Milagros, que rehizo su vida, siente como si el tic tac fuera un latido que se para. Vuelve a revivir todo lo ocurrido, es algo que no olvida en “todos los días de mi vida”.
El Atlético de Madrid colocó una corona de laurel en el asiento que ocupaba Vicente, socio del club, cuando iba a ver los partidos. Y Joaquín Sabina le envío un ramo de flores y le llamó por teléfono para dedicarle los versos cantados de al otro lado del telón de acero. “Extraño como un pato en el Manzanares, torpe como un suicida sin vocación, absurdo como un belga por soleares, vacío como una isla sin Robinson,oscuro como un túnel sin tren expreso, negro como los ángeles de Machín, febril como la carta de amor de un preso. Así estoy yo, así estoy yo, sin ti”...
Milagros tampoco se olvida de los 1.400 heridos y siente un orgullo poder ayudar a otras víctimas. “No importa donde esté, mi recuerdo ese día siempre estará con él”.
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