Elecciones europeas
Rubalcaba, un histórico que no soportó el peso del pasado
Sobrevivió al PSOE de los GAL y de la corrupción y al final de Zapatero
Alfredo Pérez Rubalcaba, un animal político, 62 años, tira la toalla tras el fracaso socialista en las elecciones europeas. Se veía venir. Era la última prueba de resistencia y no ha podido superarla. Venía demasiado cargado de pasado, de un pasado oscuro y controvertido, que le impedía encarar con garantías el complicado futuro. Noblemente se retira del primer plano. En el congreso extraordinario de julio cederá el puesto de líder del PSOE al que resulte elegido. Ahora le toca conducir el delicado proceso hasta entonces con la habilidad que le caracteriza, evitando el brillo de las navajas en el callejón. Lo hará bien. Pocos políticos con tanta mano zurda como él. Para muchos, su inteligencia política, su capacidad dialéctica para ocultar los sofismas envueltos en sus propuestas y su indudable maestría en las maniobras silenciosas y discretas son componentes de su personalidad.
Como buen atleta –llegó a correr los cien metros lisos en 11,1 segundos– sabía muy bien que no podía llegar victorioso a la meta con tan pesado fardo del pasado a las espaldas. Ser el inmediato sucesor de Zapatero, después de haber sido el principal colaborador suyo en el Gobierno, lo que le convertía en cómplice destacado de su estruendoso fracaso, era mucho más de lo que la resistencia política de un aguerrido resistente como él podía aguantar. Precisamente había sido Rubalcaba el estratega electoral de la victoria de Zapatero en las elecciones generales de 2004. Luego llegó a ser, además de ministro del Interior, su vicepresidente y portavoz. Entre los que venían protestando en la calle y que han conseguido capitalizar por primera vez la protesta airada en las urnas, el PSOE que él representaba era tan cómplice de lo que pasaba, incluidos los recortes –o acaso más–, que la derecha de Rajoy. El desprestigio del PSOE y, en general, el confuso perfil de la socialdemocracia europea, invitaban además al desbarajuste y, ahora, a la reflexión. En el caso de Rubalcaba, este hombre venía también cargado con la penosa herencia de la última etapa de Felipe González.
En su Gobierno detentó sucesivamente la carteras de Educación y Ciencia y la de Presidencia y Relaciones con las Cortes de nueva creación. Fueron tiempos azarosos, en los que emergió a la superficie la basura de la corrupción en las entrañas del PSOE y el caso de los GAL. Rubalcaba se encargó entonces de dar la cara y negar cualquier tipo de relación del Gobierno de Felipe con el terrorismo de Estado. Dar la cara con impavidez en momentos críticos es otra de sus cualidades.
Nacido en Solares (Cantabria) en el seno de una familia acomodada de la burguesía, más bien conservadora –su padre fue aviador durante la guerra en el bando franquista y luego piloto de Iberia–, aunque uno de sus abuelos era republicano, cursó sus estudios en el selecto colegio madrileño de El Pilar, regido por los jesuitas. El día que llegó, con siete años, el cura le preguntó a la entrada del centro: «Dime, niño, ¿cuántas plumas tiene una gallina?». Y él respondió: «¡Muchas!». El cura se dio cuenta de que aquel niño prometía. Allí se encontró con Jaime Lissavetzky, que destacaba jugando al fútbol y que sería, andando el tiempo, químico como él y uno de sus principales amigos, el más inseparable de los pocos que se le conocen; de hecho, los dos matrimonios acostumbran a veranear juntos en Llanes. De aquel tiempo de su primera infancia guarda con devoción una foto con el mítico jugador Paco Gento, «la galerna del Cantábrico», que le pone la mano en el hombro. Ni que decir tiene que es, lo mismo que Rajoy, Aznar y el Rey, madridista convencido (algún defecto tenía que tener). Tuvo una infancia feliz, con cinco hermanos y una madre admirable y acogedora, Dolores, que recordó en su día que Alfredo «siempre venía a casa corriendo». Correr, correr ha sido siempre lo suyo. También lo ha sido en la política hasta que ha tenido que pararse en seco. El padre volaba mientras tanto por el mundo, lo que ocasionaba en la familia no pocos sobresaltos. Desde entonces, Rubalcaba tiene miedo a viajar en avión.
Además de político, que es lo más característico suyo –su vida ha sido la política–, Rubalcaba es químico, como queda dicho. Profesor de Química Orgánica en la Complutense. No sería de extrañar que el curso que viene se reincorporara a las aulas. Fue en la universidad, siendo estudiante en los agitados tiempos del tardofranquismo, donde se convirtió a la izquierda. El episodio decisivo fue la muerte de Enrique Ruano, compañero suyo de clase, en una comisaría a manos de la Policía del régimen. La que más se alegrará de su vuelta a casa y a la universidad será seguramente su mujer, Pilar Goya –no tienen hijos–, la discreción en persona y una figura española, una eminencia, en el campo de la química. Hasta en esto son un matrimonio unido. Además, pensará ella, si echa a un lado la política, dejarla del todo resultará imposible, acabarán los inquietantes episodios de hipertensión. A su corazón de deportista le irá bien apartarse un poco de la intriga y la refriega políticas. Quizás a Alfredo Pérez Rubalcaba la vorágine en la que se ha visto metido no le ha dejado aflorar suficientemente su vocación de moderación y concordia. En la pelea se le ha encanecido la barba y ha ido perdiendo el pelo en la cabeza. Se ha visto obligado a representar el papel de duro y astuto, que le ha marcado el rostro. A mí me gustó lo que dijo a la muerte de Adolfo Suárez: «Supo unir a quienes desde posiciones políticas distintas compartían un compromiso político por la libertad». Estoy seguro de que a él le hubiera gustado un papel parecido. Ahora le toca hacerlo dentro de su propio partido.
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