Rebeca Argudo
Gobierno (coral) de progreso
Tan dadivoso está Sánchez que hasta le tiende la mano a Feijóo
Tras la segunda ronda de consultas, y como era de esperar, el Rey proponía a Sánchez como candidato a la presidencia del Gobierno. Extraño sentido del humor el de la providencia que hace coincidir el anuncio con el aniversario de su memorable discurso tras el referéndum ilegal de 2017. Seis años después, lo que son las cosas, se ve en el brete de encargar formar gobierno a quien está negociando con los golpistas un perdón y un olvido de difícil encaje constitucional y que, de facto, impugnaría aquellas palabras suyas. Sin fecha para la investidura, espera Armengol para ponerla a que esta esté madura, se dispone Sánchez a recabar los votos que le faltan. Los que le negaron las urnas. Exactamente igual que hizo Feijóo (pero sin su mayoría) y que ha calificado, en aquel caso, como hacer perder el tiempo al país.
Me pregunto si, de no lograr los apoyos necesarios (los de los separatistas, digo, los de Yolanda Díaz los tiene aunque ella salga con el sainete de los mohínes y los meloestoypensando), esto habrá sido también perder el tiempo o un había que intentarlo. La vara de medir de la izquierda es el mismo fotómetro estropeado de siempre: el gris medio se desplaza según si conviene que lo sea o, mejor, que indique un blanco más reluciente.
Que quiere que la investidura sea lo antes posible, dice, «ilusionado y responsable» (o ilusionado irresponsable, no estoy segura y no quiero mentirles) porque llevamos cinco semanas en lo de aquel que bien podían haber sido para lo suyo. La democracia, que es un engorro. Y hasta el PP da por seguro que Sánchez conseguirá la presidencia. Es la ventaja de los que no tienen palabra: que lo mismo les da faltar a ella que cumplirla. Así que sí, lo damos por hecho. Los separatistas y los herederos del terror no se han visto en una igual y no la echarán a perder. Les va el desembarco en el gobierno en ello. Pocas veces van a encontrar a alguien al volante con menos escrúpulos y que en su mano tenga ofrecer (y, como sea, conseguir) ora una amnistía, ora un referéndum (ora un maletín con milloncejos, ora un helicóptero en la azotea). A Puigdemont los ojos le hacen chiribitas y hasta le da la risa floja cuando piensa que se fugó en un maletero y que ahora volverá en carruaje, si así lo desea, y le recibirán con honores y en catalán normativo. «Ongi etorri» con barretina.
Tan dadivoso está Sánchez, tan presidente de progreso, que hasta le tiende la mano a Feijóo para desterrar «el insulto y la descalificación» de la vida política. Está negociando, va embalado y ya no sabe ni lo que ofrece. Ni si podrá cumplir. En realidad la cosa es más falsaria, menos en español de España y más en sanchezlandés, esa neolengua creada a caballo entre el eufemismo y la desfachatez. Atentos a la artimaña: lo que ha dicho en realidad es que le «gustaría proponer al PP que podamos desterrar el insulto y la descalificación de la disputa política». Ojo a las condicionales que las carga el diablo. No se compromete a desterrar el insulto y la descalificación. Ni manifiesta que le gustaría hacerlo. Lo que le gustaría es proponerle al PP que se pueda hacer. En algún momento. Quizá, tal vez, depende. Que empiecen ellos. Él no, tiene que irse. Que ha quedado, aquí al lado. Con Yolanda Díaz, que ahora se hace la macha y que no lo tiene claro. Pero vamos si lo tiene. No se va a quedar ella fuera de un gobierno de (progreso y) coalición que, con tanto socio componiéndolo, va a parecer en las fotos el Orfeón Donostiarra. No cabe más gente.
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