Jura de Leonor

El juramento ante las Cortes, una tradición

Aunque reglado desde 1837 su contenido quedó en manos del Gobierno de turno y, al tiempo, la oposición lo tomaba como una forma de hacer oposición

Jura Constitución Alfonso XIII
El 17 de mayo de 1902 prestó juramento Alfonso XIII en su mayoría de edad La Razón

El liberalismo español del siglo XIX encajó la tradición del juramento de los reyes ante las Cortes con las nuevas ideas de compromiso con el sistema político dado por la nación. Articularon tres ceremonias fundamentales: la apertura y clausura de las Cortes, y la jura de la Constitución. El periodo entre 1812 y 1834 estuvo marcado por la resistencia de Fernando VII a todo régimen constitucional. El Borbón estuvo marcado por la suerte de Luis XVI, en Francia, que hizo concesiones a sus súbditos y acabó en la guillotina. Tampoco es que Fernando VII fuera un liberal precisamente, a diferencia de su última esposa, María Cristina de Borbón.

La Regente supo acercarse al liberalismo, si bien como forma de asegurar la Corona para su hija Isabel frente a su tío Carlos María Isidro. Fue así que en 1837 se estableció el modelo definitivo de juramento de la Constitución. Este camino tampoco fue fácil. Un año antes, en agosto de 1836, unos sargentos dieron un golpe de Estado en La Granja para apoyar la revolución progresista. Tras una breve reposición de la Constitución de 1812, las Cortes Constituyentes dieron el texto de 1837. Resultó un mal comienzo, porque la Corona vio en los progresistas a unos revolucionarios que no merecían su confianza.

Los moderados fueron quienes teorizaron sobre el papel de la monarquía en un régimen constitucional, al modo que se hacía en otros países europeos, como el Reino Unido. Alcalá Galiano escribió en 1843 que la monarquía era una convención política por la cual «un hombre o una mujer» encarnaba la jefatura del Estado para moderar la vida política. Esto precisaba poder efectivo y simbólico conferido a través de un juramento público a la Constitución. Esta era la doctrina de los liberales moderados que veinte años después repitió Walter Bagehot para el caso británico. La monarquía como elemento de unión de la nación sobre la base de la Constitución, demostrado a través de rituales como la jura.

La politización de los juramentos regios fue inevitable. Aunque estuvo reglada desde 1837 su contenido quedó en manos del Gobierno de turno y, al tiempo, la oposición lo tomaba como una forma de hacer oposición. De esta manera, el silencio o abuchear a la reina era una forma de protestar contra el Gobierno. Fue así con la jura de la reina Isabel, con seis años, de la Constitución de 1837, de la que se apropió el partido progresista. Lo mismo ocurrió en noviembre de 1843, cuando Isabel II juró el 10 de noviembre la Constitución, ya declarada su mayoría de edad. Edgar Quinet, historiador francés de paso entonces por España, escribió que la reina era la «madone constitutionnelle».

Amadeo de Saboya juró la Constitución de 1869 el 2 de enero de 1871. No hubo juramento más politizado porque resultó el acomodo de una nueva dinastía al texto nacido de un hecho revolucionario. De esta manera la Corona era el símbolo de esa misma revolución, y el propio Amadeo acabó arrollado por la lógica revolucionaria consistente en un aumento de la radicalidad. El juramento de Alfonso XII tuvo un sentido contrario. Resultó el símbolo de la alianza de la Corona con las Cortes como representación de la nación.

El 17 de mayo de 1902 prestó juramento Alfonso XIII en su mayoría de edad. Hacía diecisiete años que había muerto su padre. Se reunieron ambas cámaras en el palacio del Congreso. En el sitio que ocupaba la mesa presidencial se dispusieron dos sillones con tapiz rojo y oro. A un lado había una mesa con las insignias de la realeza. Poco antes de empezar la ceremonia llegó la noticia de un intento de atentado contra la persona del Rey, lo que originó los aplausos de los parlamentarios en apoyo a Su Majestad. Finalmente, Alfonso XIII dijo: «Juro por Dios, sobre los Santos Evangelios, guardar la Constitución y las leyes. Si así lo hiciere, Dios me lo premie, y si no, me lo demande».

El 30 de enero de 1986 lo hizo Felipe VI al cumplir dieciocho años. En el acto estuvieron los Reyes Juan Carlos y Sofía, además de Juan de Borbón y las Infantas. Aquel año se ausentaron el único diputado de ERC y los dos de Herri Batasuna, antecesora de Bildu. Pero sí estuvieron el lendakari José Antonio Ardanza, del PNV, y Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, a diferencia del acto protagonizado por la Princesa Leonor.

El juramento de la heredera de la Corona tiene un peso simbólico y político indudable en España, como en el resto de monarquías democráticas. Simboliza la unidad del proyecto común, el valor de la Constitución como instrumento de libertad y progreso, y la tradición en convivencia con el cambio. El contraste de la foto de la princesa Leonor jurando cumplir su obligación con la del número tres del PSOE con Puigdemont es una radiografía de la difícil situación política.