Opinión
No más héroes
El político dotado, el verdadero estadista, sabe que la fuerza solo vale cuando emana de un gran consenso
Galvanizar al público siempre ha sido el sueño del político poco dotado. Pero, como sus dotes son exiguas, esa estrategia siempre se le termina yendo de las manos.
Provocar la confrontación y escenificarla es uno de los métodos más pedestres para conseguir en el posible votante una excitación, un enervamiento, y tenerlo a punto en cualquier momento para reaccionar como un resorte. Para ello, el indigente político ha de posar de héroe de un relato y para actuar necesita un decorado.
Generalmente, prefiere un telón pintado de emociones. Ello se debe a que siempre le resultará más fácil inducir a error a una persona dependiente de sus emociones. Su objetivo es aparentar que se basa en lo irresistible y lo indiscutible para concitar esas emociones y que estas pasen por delante del pensamiento.
El que posa de héroe, para justificar sus hiperbólicas soflamas, siempre pretenderá que está luchando contra la barbarie. Los golpes en la mesa de Ortega Smith, el muro de Sánchez contra el supuesto fascismo son parte de lo mismo: estrategias de enfrentamiento. Ambos aseguran estar enfrentándose a la barbarie; en un caso a la barbarie terrorista y disolvente y en el otro a la barbarie de un supuesto fascismo que habita entre nosotros. Pero cuando las emociones pasan por delante del pensamiento es cuando realmente estamos en la barbarie.
Para la estrategia de confrontación, todos los extremos deben ser estimulados. A excepción, por supuesto, del sosiego, la calma y la reflexión extrema. Extremar el pacifismo o el belicismo, incluso extremar el ecologismo, todo le sirve. Sirve tanto la debilidad y el victimismo como la fuerza, siempre que sean llevados a un extremo. Lo que se busca es que consideremos como parte de nuestro pensamiento cualquiera de esos extremos para, poco a poco, conseguir que sea la parte central de nuestras ideas, más que el propio pensamiento. Si los movimientos, causas y panfletos consiguen importarnos más que la sencilla discrepancia y comprensión, las estrategias de enfrentamiento se salen con la suya. Es la salida del político torpe, perdedor; porque lo que busca es fidelizar a su votante cuando ve que lo esta perdiendo y prefiere empobrecerlo de pensamiento a quedarse sin su favor.
Estos días hemos oído a un político decir que le habían votado para sacar de quicio a su adversario. Mmmhh… me temo que no. Le han votado con la idea de que construyera algo en beneficio de todos. Las estrategias de confrontación y no de construcción son viejísimas, pero a lo largo de la Historia, jamás fueron capaces de alumbrar nuevos placeres, por eso los líderes de ese estilo están siempre tan enfadados.
La evolución, la civilización, la técnica, la libertad, la paz y la industria sí que han creado un montón de placeres y ventajas nuevas para el ser humano. Lo único que consigue la confrontación en hacernos usar mal algunos de esos placeres, disfrutarlos de la forma menos natural posible. La estrategia de enfrentamiento busca hacer creer que la moderación (porque ahora mismo haya perdido interés y emoción) es una cosa falsa. No porque la hayamos superado, sino porque la vemos en el pasado.
Así que no perdamos el tiempo en lloriqueos banales por el monigote tercermundista de Sánchez en nochevieja. Si es que ni siquiera se le parecía. A falta de ninguna otra virtud, al menos nuestro presidente es mucho más apuesto y guapo que su piñata. Que tampoco pierda el tiempo Ortega Smith intentando hacernos creer que su comportamiento en el pleno era justificable. La fuerza puede practicarse perfectamente quedándose quieto, firme e inamovible. La agresividad y la violencia, no: requieren movimiento. La fuerza y la firmeza se demuestra diciendo no cuando todos a tu alrededor dicen sí. Pero la cerrilidad se le parece mucho y se presta a confusión.
No, gracias. No necesitamos héroes ni salvadores que nos protejan por nuestro imaginario bien, usando el enfrentamiento contra el supuesto mal como excusa. Es la única manera que saben para publicitar sus iniciativas, al ser muchas claramente discutibles y objetables desde el punto de vista moral. El político dotado, el verdadero estadista, sabe que la fuerza solo vale cuando emana de un gran consenso. Lo demás es totalitarismo.
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